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Universidad, autonomía y renovación

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Antonio Pérez Esclarín

UCV

La autonomía universitaria nació como garantía para la libertad académica frente a las interferencias de otros poderes. Desde su origen se entendió como la independencia del mundo académico para enseñar e investigar de acuerdo con sus propias convicciones y libre de las presiones del poder político o religioso. Por ello, a lo largo de toda su historia, siempre ha debido enfrentar a absolutistas, dictadores y autoritarios que no permiten el pensamiento libre y quieren convertir a la Universidad en un instrumento servil.  El 9 de julio de 1811, el Claustro de la Universidad de Caracas acordó apoyar como institución “la independencia absoluta de estas provincias de Venezuela de toda otra potestad que no emane de la voluntad libre y general de los pueblos”. Como consecuencia de este acto de libertad, sería perseguida por los distintos gobiernos realistas.  En 1815, llegó a Venezuela el general Pablo Morillo al frente de un poderoso ejército, con la intención de restaurar el orden colonial. Como no ignoraba que la Universidad había alentado los planes independentistas, la castigó y humilló convirtiéndola en cuartel de sus tropas. Morillo permitió que la Universidad se volviera a abrir cuando estuvo bien seguro de que habría de ser un firme bastión de su política colonial. Posteriormente, durante la época republicana, la Universidad sería perseguida, allanada y cerrada numerosas veces.

Una Universidad sumisa contradice su esencia y niega su razón de ser.  De ahí que debe mantenerse firme y valiente frente a políticas que buscan controlarla y, si no, asfixiarla. Resulta verdaderamente vergonzoso y completamente desestimulante, el sueldo de los profesores universitarios, lo que está ocasionando la descapitalización de la Universidad, pues muchos profesores buscan en otros países sueldos que les permitan una vida digna y seguir investigando y formándose.

El tan necesario cambio educativo no vendrá con gritos, proclamas y consignas, sino que vendrá cuando convirtamos los centros educativos en lugares de búsqueda, de exigencia y trabajo responsable, de participación, de investigación, de inclusión, de gestación de lo nuevo. Yo, como educador popular,  siempre he trabajado por una educación que  dote a los educandos  de voz y de poder,  que no consiste precisamente en repetir lo que me dicen, en gritar consignas,  sino en capacidad crítica y autocrítica, de argumentación y diálogo, de sensibilidad social y compromiso con la gestación de una educación y un mundo nuevos.

Pero la Universidad no sólo debe resistir, sino que debe aprovechar el momento como una oportunidad extraordinaria para autocriticarse y para asumir su misión de vanguardia del pensamiento libre y creativo. El papel de la Universidad no es  adaptarse a los cambios, sino dirigirlos en un sentido ético y estético, que enrumben al país por los caminos de la justicia, la productividad y la equidad,  lo que supone crítica profunda de  toda política excluyente, y autocrítica para corregir sus desviaciones y superar la tentación del acomodo y la rutina.   De ahí que la autonomía debe ser impulso para la innovación, la recreación permanente y la propia superación, evitando   que se traduzca en ausencia de evaluación y, en consecuencia, contribuya a la irresponsabilidad y a la mediocridad.

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