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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

Unión, unidad e unicidad

Crédito: Manaure Quintero/ REUTERS

Por Rafael G. Curvelo

Avanzando en la tercera década del siglo XXI, vemos como la crisis de la democracia liberal se ha profundizado más; en esta oportunidad afecta a los países del primer mundo, en los que se desarrollan movimientos ultranacionalistas que alcanzan el poder y buscan defender tesis, que considerábamos superadas, con el fin de rechazar a todo aquello que no esté relacionado a su cultura e identidad patria.

Partamos de un principio fundamental: la democracia necesita constante reforma y renovación. De esta forma, se puede adaptar a las nuevas demandas de los ciudadanos. En su momento Arístides Calvani afirmaba que: “La democracia hay que establecerla donde no existe, fortalecerla donde es débil y consolidarla donde ya está presente”.

Siguiendo lo expresado por Calvani, entendemos que el sistema democrático, debería estar en un ciclo constante de reformas y adaptaciones. Algo que parece no ocurrir tan frecuentemente como pudiera hacerse, un mal que se ha visto en nuestro continente, sobre todo, en nuestro país, donde las ansiadas reformas no llegaron a tiempo y fueron cambiadas por ilusiones caudillistas.

Otro punto que no podemos ignorar es que la democracia no se circunscribe a lo meramente electoral. Los chinos, cubanos y norcoreanos también “eligen” sus autoridades, en países que se autodenominan como regímenes democráticos, aunque en la práctica no lo son. Tampoco una democracia perfecta es aquella en la que un único partido ha estado en el poder por tanto tiempo, sin hacer la necesaria alternancia en el poder, sobre este caso podemos mencionar a Japón, India, México y Paraguay.

Todo lo anterior, comprendiendo que el concepto de democracia y su ejercicio práctico también ha ido evolucionando. En la actualidad, ejercer la democracia, es ser un ciudadano activo en la toma de decisiones de las autoridades y hacer seguimiento constante a las actividades que se van desarrollando. Un ejercicio que, lastimosamente, no ha calado del todo en nuestra sociedad. 

Aunque parezca insólito, construir o promover movimientos que busquen la unión, unidad o unicidad puede ser contraproducente, si las reglas del juego no son claras o se quieren imponer el criterio de unos sobre otros. Actualmente, esto es algo que vemos en algunos países donde se ha llevado a tal extremo los conceptos, que el desarrollo de la disidencia es visto como una traición.

Podemos hacer un ejercicio de hipótesis, y aunque no necesariamente puede ocurrir así, lamentablemente, las experiencias recientes están demostrando lo siguiente: los factores se unen por una causa común, respetan la autonomía de cada uno y logran respetar las decisiones disímiles. Posteriormente construyen una unidad, logran compenetrar proyectos juntos y buscan un objetivo claro: la conquista del poder. Normalmente en este punto todavía hay respeto a cierta diversidad, pero la disolución es impensable; el siguiente paso es la unicidad, aquí entra el terreno peligroso, porque normalmente lo conduce un líder con rasgos autoritarios que no permite la disidencia interna o externa, sobre todo si está en una posición de mando.

En los últimos años, en Venezuela conceptos como unión o unidad fueron vistos como propositivos, siempre tuvieron una carga de poca permisividad a cualquier voz que estuviera en contra de la voluntad mayoritaria, aunque estos fueran unos pocos partidos manejando la política de muchos. En los actuales momentos vemos como esto se exacerba cuando los líderes, ciudadanos o personas que afirman no sentirse atraídas a participar en las primarias para elegir un candidato presidencial, son acusadas automáticamente, de ser parte del sistema madurista.

Antes de analizar un poco nuestro contexto, tenemos que ir a algunos casos que ocurren afuera, donde la unicidad está haciendo daño a la democracia, ya que la autoridad, por muy electa que sea, genera un amalgamiento hacía una figura y evita que las voces contrarias se desarrollen e incluso usa las herramientas de la justicia como mecanismo para su silencio.

El pasado 30 de abril, Paraguay tuvo un proceso electoral, donde ganó de forma aplastante el gobernante Partido Colorado, dicha organización es una de las pocas que quedan en el continente de vieja data, ya que su fundación fue en 1887. Conocida también como la Asociación Nacional Republicana (ANR), apenas ha perdido una elección en 76 años, adicionalmente ha sido una organización que ha sabido adaptarse: fueron parte del gobierno de Alfredo Stroessner y, posteriormente, estuvieron implicados en su derrocamiento; gobernando Paraguay de forma ininterrumpida, exceptuando el año 2008, cuando fueron derrotados por el exobispo Fernando Lugo.

A pesar de la crisis interna del ANR –acusaciones de corrupción, compra de votos y poder, sobre todo hacía el expresidente Horacio Cartes– mantiene una afinidad –casi religiosa– con la población, mantienen votantes cautivos y son parte de la vida cotidiana de la sociedad paraguaya. Todo esto ha logrado que permanezcan un periodo más en el poder, sin mayor esfuerzo y con una oposición muy dispersa.

En una línea contraria a la paraguaya encontramos a la India. Con más de 1.300 millones de ciudadanos sería impensable reconocer que se está implementando un sistema de unicidad, a través de la creencia de que el país pertenece a los que son de religión hindú.

Narendra Modi es primer ministro de la India, desde el 2014, luego de derrotar al histórico Congreso Nacional Indio (CNI), al que pertenecieron figuras claves como Mahatma Gandhi, Jawaharlal Nehru e Indira Gandhi. Modi aprovechó el desgaste del CNI, logrando concentrar mayor poder y silenciar cualquier tipo de disidencia posible. El último capítulo de este control oficial sobre cualquier voz disímil recayó en Rahul Gandhi, cabeza de la dinastía Nehru-Gandhi y líder de la oposición, quién fue acusado de difamación contra el Primer Ministro y se enfrenta a dos años de cárcel, una posible inhabilitación política y ya perdió su escaño en el parlamento indio.

Viendo dos contextos diferentes, pero con hechos similares, valdría la pena preguntarse: ¿Desde cuándo Venezuela tiene un sistema de unicidad? ¿Acaso los sectores de la oposición no están construyendo su propia unicidad?

La realidad indica que el chavismo nos hizo un daño enorme en el ejercicio de la política, porque cuando una figura a la cabeza no acepta la disidencia y arremete contra ella, demuestra su incapacidad para promover el desarrollo democrático en la sociedad.

Dentro de la oposición, la unicidad es un mal que no se reconoce, pero allí está; acciones donde la disidencia no se permite, llevaron a la intervención judicial de los partidos. Tal vez se hubiera podido resolver de otra manera ese problema, pero aquello dejó en evidencia la fragilidad de la democracia interna en las organizaciones opositoras. Se pudiera creer que las elecciones primarias son una forma de superar esos escollos, pero cuando se ponen filtros a la participación y se le cierran las puertas a otras organizaciones y líderes, queda demostrado que no se busca construir precisamente amplitud y espacios democráticos, lo cual forma parte del clamor popular en la Venezuela de hoy.

Es necesario poner en alerta que ciertas prácticas, por muy cargadas de buenas intenciones, pueden ser contraproducentes. Hoy el liderazgo político, sobre todo en la oposición, debe comprender la diversidad que tiene al frente, porque si insiste en prácticas que lleven a la unicidad, puede conducirla a una derrota de la cual será difícil levantarse.

¡Hay tiempo para la rectificación y la mejora!

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