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Unidad

unidad

Fernando Mires

No es palabra mágica. Pero sin unidad no puede haber ningún movimiento democrático, mucho menos cuando enfrenta a un enemigo –enemigo, no adversario- cuyo objetivo es liquidar la vida política de una nación. En casos como el de  Venezuela, donde la política se encuentra separada solo por milímetros de la guerra, la unidad de la oposición ha llegado a ser un tema existencial.

Unidad: la unidad es siempre unidad “en contra y a favor de”. No existe la unidad por la unidad. La unidad tiene lugar frente a un objetivo y/o un enemigo común. La unidad es, por lo tanto, un término relacional. Solo aparece en relación con algo que la niega o la afirma.

La unidad comienza con la unidad consigo, es decir, al interior de cada partido. Luego continúa a través de la alianza con otros partidos que tienen los mismos enemigos. Termina ampliándose en la unidad de todas las fuerzas democráticas de la nación. Eso quiere decir, si la unidad no se da al interior de los primeros niveles, la tercera unidad, la unidad democrática nacional, nunca podrá tener lugar.

La unidad será siempre unidad en la diversidad. Con los idénticos no se requiere unidad. La unidad comienza entre los distintos y, muchas veces, entre fuerzas, organizaciones y partidos que no tienen nada en común, nada, con excepción de un mismo enemigo. De ahí que, mientras más amplia es la unidad, mayores son sus diferencias. Y mientras más claras sean las diferencias, tanto mejor para la unidad. 

Así como en la vida privada distinguimos entre amigos, compañeros de trabajo, vecinos y simplemente conocidos, la unidad entre distintos reconoce diversos niveles. En los casos extremos –Venezuela es uno de ellos- la unidad más amplia deberá darse entre los que bajo condiciones normales serían adversarios. Debido a esa razón las unidades amplias despiertan animadversión entre quienes poseen un concepto moralista de “lo político”. Pero sin esas unidades amplias, el enemigo fundamental nunca podrá ser derrotado. La política no es sucia, pero no se hizo para las almas cándidas y puras. La política es impura. La unidad política, también. 

La persistencia de la unidad peligra frente a sus enemigos, tanto internos como externos. No me refiero a quienes mantienen posiciones diferentes dentro de la unidad sino a aquellos que han hecho de la lucha en contra de la unidad una profesión de fe. En el caso de Venezuela me refiero explícitamente a los llamados “opositores a la oposición”. 

Algunos forman parte de la MUD, otros se sitúan en un plano externo a la MUD y su único objetivo es desprestigiarla, atacarla por todos los medios, desacreditar a sus dirigentes y militantes. En fin, hacen, objetivamente, el trabajo quintacolumnista de la dictadura al interior de la oposición. En ese punto, la alternativa elegida por el movimiento VENTE al abandonar la MUD fue por lo menos coherente. Hasta hace pocos días estaba en la MUD sin estar en la MUD. 

Ahora solo cabe esperar que VENTE desarrolle una política independiente a la de la MUD porque si se fue para atacar a la MUD desde fuera, es decir, para seguir parasitando de la MUD, solo continuará haciendo lo mismo que hizo antes: restar y dividir. Y en este momento la tarea, dentro y fuera de la MUD, es sumar y multiplicar. 

Pues una cosa es la diversidad en la unidad y otra muy distinta son los enemigos de la unidad. La unidad, en consecuencia, tiene pleno derecho a deslindarse de sus enemigos. Su deber, incluso, es protegerse de ellos. Ninguna unidad puede incluir a sus enemigos. Como todas las cosas en la vida, la unidad tiene límites. Más todavía si se tiene en cuenta que la unidad de la MUD no termina en sí misma. 

Como demostró la reunión del 6/A en defensa de la Constitución, la unidad antidictatorial no ha agotado sus espacios. Falta aún sellar una alianza más firme y duradera entre la MUD y el chavismo constitucional. A partir de esa alianza básica la unidad deberá alcanzar dimensiones nacionales, incorporando a las iglesias, a los gremios de trabajadores, a los empresarios, a organizaciones vecinales, al mundo de la cultura, en fin, a todo ese campo heterogéneo y contradictorio denominado “sociedad civil”, unidos todos alrededor de un eje: la defensa de la Constitución en contra de un régimen anticonstitucional. Si esa unidad llegara a encontrar, además, una sigla que la identifique, tanto mejor.

No hay mejor medio para consolidar la unidad, reiteramos, que un objetivo (y enemigo) común. Y el objetivo de la unidad democrática venezolana es la preservación de la Constitución. Las elecciones, al ser constitucionales, son a su vez un medio de lucha frente a un enemigo que precisamente intenta destruir la Constitución para no realizar elecciones. En ese sentido, acudir a las elecciones regionales, como decidió hacerlo la MUD, no fue una táctica entre otras tácticas posibles. Fue, antes que nada, su obligación ciudadana. 

No se puede luchar por la Constitución y a la vez no aceptar la vía electoral aún a sabiendas de que el enemigo va a hacer todo lo que esté en sus manos para que esas elecciones no tengan lugar. Sobre ese punto no debió haber habido discusión. El hecho de que la hubo prueba que, aún dentro de una parte de la oposición, la defensa de la Constitución tiene un carácter instrumental, es decir, continúa siendo una táctica, una entre tantas más. Ese es un problema grave: todo, pero todo lo que es o ha llegado a ser la oposición, se lo debe a la Constitución de 1999. La vida de la oposición depende  de la vida de la Constitución. La relación entre oposición y Constitución es, y debe ser, simbiótica.

Las elecciones regionales no serán una vía distinta a la protesta en las calles sino su continuación bajo otras formas. Por de pronto, las campañas electorales tendrán lugar en las calles, pero no solo en las de las grandes ciudades sino también en los rincones más aislados de la nación. 

Durante el periodo pre-electoral los candidatos no solo deberán ser aspirantes a un cargo gubernamental. Antes que nada deberán ser líderes en cada región. La lucha que librarán será, en algunos casos, heroica. Estarán expuestos a diversas agresiones. El régimen intentará destituir o encarcelar a muchos candidatos y, por supuesto, enviará a su chusma armada, los colectivos, a impedir las manifestaciones electorales.

No hay que olvidar nunca: la naturaleza del régimen es profundamente anti-electoral y por lo mismo esencialmente militar. Luego, las que vienen, si es que tienen lugar, no serán elecciones normales. Estarán plagadas de incidentes. Dios quiera que así no ocurra, pero todo indica que el número de asesinados por la dictadura continuará aumentando. 

Las elecciones regionales no serán, en ningún caso, pacíficas. Hay que decirlo de una vez.

La dictadura intentará, como siempre lo ha hecho, llevar las elecciones a un plano militar, el único en donde se siente fuerte. De más está decirlo, Cabello, los Rodríguez  El Aissami y otros, movilizarán a sus provocadores. Por supuesto, también aparecerán incautos -nunca faltan- que intentarán responder a la violencia con la violencia. Las elecciones tendrán un carácter confrontacional. Nadie se engañe, el principal enemigo de toda elección es el régimen. La lucha, por lo tanto, no será en y dentro, sino también por las elecciones.

Si las elecciones tienen efectivamente lugar, el CNE intentará manipular los resultados por medio de fraudes. Pero esta vez enfrentará el obstáculo de muchos  gobiernos democráticos que observan con lupa y, sobre todo, el de la vigilancia de miles de activistas, esos mismos anónimos testigos de mesa que hicieron posible el triunfo del 6D. 

Y si de todas maneras la oposición logra conquistar las gobernaciones –tampoco hay que engañarse en eso- el régimen procederá a desconocer el veredicto ciudadano destituyendo a algunos gobernadores elegidos. Pero con ello no hará más que seguir cavando el foso de su propia tumba, acercándose cada vez más a ese punto clave en el cual no logrará sostenerse más sobre sí mismo. 

Para enfrentar a la difícil realidad que se avecina, la oposición necesitará de la protección del manto de la unidad.  Por lo demás, gracias a la unidad tejida en torno a la persecución de objetivos democráticos y constitucionales, esa oposición ha logrado hoy lo que en un momento parecía imposible: el apoyo de la inmensa mayoría de los países democráticos de la tierra. A la dictadura solo le queda el apoyo de los regímenes autoritarios, el de algunos partidos estalinistas y el de fantasmas de sí mismos, al estilo Maradona.

Cada vez está más claro: solo la unidad políticamente organizada de los demócratas salvará a Venezuela.

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