Por Pedro Trigo s.j.
Para explicarla vamos a comenzar por esta cita del Concilio: “la Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la Sagrada Liturgia” (Dei Verbum 21).
Según la cita, pan de vida son, tanto las Sagradas Escrituras, sobre todo los evangelios, que para nosotros los cristianos son su corazón, como el Cuerpo de Cristo. Es decir, en ambas mesas se comulga realmente con Jesús de Nazaret. La propuesta del Concilio es que en la Cena del Señor vayan juntas. Ahora bien, van en orden: primero la contemplación discipular de los evangelios y luego la recepción del cuerpo y la sangre de Jesús.
¿Por qué este orden es imprescindible en la vida de cada creyente? Porque si se recibe a Jesús en la Cena del Señor y no se conocen los evangelios, no se sabe a quién se recibe. Se le puede recibir con toda el alma, pero se recibe a un comodín, a alguien que para el que lo recibe no tiene un rostro, un contenido, concreto.
Quién es Jesús sólo se puede conocer a través de los evangelios. De modo directo o indirecto. El modo directo es leerlos discipularmente en la Iglesia, es decir, en la comunidad de discípulos. El modo indirecto es a través de la noticia que nos dan los que los han leído e interiorizado con el mismo espíritu con que fueron escritos. Si no se tiene esa noticia se podrá recibir a Jesús, si existe ese deseo y disposición; pero, no es lo humano: uno comulga con una persona después de conocerla. Por eso en la Iglesia antigua sólo se recibía la comunión después de un proceso muy largo de introducción al misterio de Jesús.
Es sintomático que en la historia de la Iglesia cuando empieza a no haber comunidad, que tanto para Jesús como para las primeras comunidades es la presencia viva del Señor, el cuerpo de Cristo, ni por tanto introducción a los evangelios, comience la veneración de las especies eucarísticas, concretamente del pan consagrado. Por eso sólo a partir del siglo IX se empieza a conservar la eucaristía en los templos, en sagrarios adosados al muro de la iglesia; sólo en el año 1301 comienza la bendición del Santísimo; y sólo en el año 1394, la exposición con él para la adoración de los fieles.
A la Cena del Señor se accede después del conocimiento de Jesús a través de los evangelios y de nuestra adhesión a él. Entonces tiene pleno sentido recibirlo para que, viviendo de él, hagamos lo mismo: dar a otros esa vida que él nos da.
Sin embargo, como reacción adialéctica a la Sola Scriptura de Lutero, se privó a los fieles el acceso a la Palabra de Dios. Por eso en América Latina fueron los que habían aceptado el Concilio en la recepción de Medellín y Puebla los que cultivaron sistemáticamente lectura orante de la Biblia, sobre todo los evangelios.
Todavía nos falta mucho para que en la mayoría de las celebraciones de la Cena del Señor el pan de la Palabra tenga tal densidad que la recepción de Jesús en el pan y el vino sea la recepción consciente de la persona concreta de Jesús de Nazaret.
Por eso puede ser providencial que la imposibilidad de asistir físicamente a la Cena del Señor, por causa de la cuarentena, dé lugar a la contemplación orante de los evangelios en nuestra casa, para que, cuando se reanude la asistencia, lo podamos hacer de manera más ilustrada sobre la persona de Jesús.
Para ello podemos ayudarnos de diversos materiales. Pero en todo caso, si tenemos deseo de conocer más a Jesús, la lectura orante de los evangelios en estas semanas de reclusión puede ser una oportunidad providencial. Si oramos como discípulos, al contemplar los evangelios se hace presente el propio Jesús resucitado y podemos tener acceso a sus palabras y acciones con el mismo Espíritu con el que él habló e hizo. ¿Nos animamos a hacerlo?
“Entre todas las ayudas espirituales sobresalen los actos con que los cristianos se nutren de la palabra de Dios en la doble mesa de la Sagrada Escritura y de la Eucaristía”. No podemos nutrirnos en la Eucaristía, nutrámonos en la sagrada Escritura, sobre todo en los evangelios, que para nosotros los cristianos son su corazón.