En medio de un sistema internacional acosado por la presencia de conflictos y guerras, crisis humanitarias y migratorias, actuaciones del crimen organizado, los efectos de la degradación ambiental y una ola de autocratización, Venezuela no solo deberá enfrentarse a su larga lista de asuntos y problemas internos, sino también a la permeabilidad del sistema
Por Elsa Cardozo*
Perfilar una Venezuela mejor supone atender tanto las enormes y urgentes necesidades de una sociedad acosada por múltiples emergencias, como sus aspiraciones de vida digna, solo posible con vigencia plena de todos los derechos humanos, resguardados por el Estado de derecho, con instituciones y prácticas democráticas.
Al bosquejar ese país deseado, el que se asoma en estudios sociopolíticos y de opinión, no sobra recordar que el entorno internacional y de las relaciones exteriores no es una dimensión decisiva, pero sí un componente de ineludible consideración en la transformación que se requiere. Lo es por la incidencia de actores y factores internacionales, sea en la prolongación del descalabro de Venezuela o en los apoyos a su recuperación. También por las capacidades y debilidades del país ante unos y otros. De allí la conveniencia de incluir en el bosquejo de país el de una política exterior que represente y atienda las necesidades y aspiraciones de los venezolanos, de manera soberana e internacionalmente responsable.
Entre lo apocalíptico y lo prometedor
Abundan en estos meses los análisis estratégicos y los estudios prospectivos sobre las grandes tendencias mundiales. En ellos, no sin razón, prevalecen proyecciones de agravamiento de crisis múltiples, diagnósticos sobre las grietas del orden internacional sustentado en valores liberales (como la protección de los derechos humanos, la democracia y el Estado de derecho) y las reflexiones sobre el regreso de los impulsos geopolíticos en su versión más violenta. En ese tono resurgen explicaciones, diagnósticos y predicciones sobre la realpolitik como tragedia, que a veces resuenan como justificaciones y hasta recomendaciones sobre la preparación para la lucha por el poder como fin último.
No faltan imágenes para sostener esa mirada-concepción apocalíptica, entre ellas: guerras y amenazas de alcance global, incluida la posibilidad de uso de armamento nuclear; consecuencias múltiples de la reciente pandemia y temores a nuevas epidemias; persistencia y expansión de agudas crisis humanitarias; efectos y consecuencias del cambio climático y la degradación ambiental; flujo incesante de migrantes forzados; crecimiento de actividades ilícitas y expansión de las redes y expresiones violentas del crimen organizado transnacional, a las que se han añadido los temores sobre los usos perversos de los avances tecnológicos.
Directamente y por repercusión la sociedad venezolana padece estos males, especialmente porque este panorama tan oscuro se despliega en medio de una sostenida ola global de autocratización. Esa regresión –de la que Venezuela es parte muy visible y sentida en noticias, índices y estudios– no solo se manifiesta dentro de los países que padecen sus efectos. En realidad, se ha hecho cada vez más notable en la presión que –a través de descalificaciones y reinterpretaciones, retos y abandonos– ejercen los autoritarismos frente a los recursos institucionales internacionales de escrutinio, limitación y sanción a los abusos de poder.
Visto el mundo desde el cristal apocalíptico, que en parte se expresa con el recurso simbólico del “reloj del fin del mundo” –con su registro desde 2023 de la cercanía sin precedentes a la “media noche”– el mayor de los peligros es conformarse con lo de la inevitabilidad de la tragedia y menospreciar la tarea de identificar y trabajar en lo que la previene.
Ante la exacerbación de la política de poder, no cesan los llamados de atención, el seguimiento, la presión y las iniciativas de cooperación orientadas por principios y compromisos genuinamente inspirados en la construcción de vida digna para las personas. En ello no solo pesan convicciones que se expresan en orientaciones de gobiernos, acuerdos y organizaciones internacionales, e iniciativas de organizaciones no gubernamentales. También pesan razones de interdependencia frente a crisis, guerras y asuntos de alcance y escala global que requieren concertación de respuestas y propuestas. Las prácticas autoritarias de injerencia, falta de transparencia y violación de derechos humanos, son cada vez más difíciles de ocultar en medio del desarrollo de medios e iniciativas de investigación que las divulgan, organizaciones no gubernamentales de seguimiento y denuncia, e internacionales de investigación, condena y sanción. De otro lado, no falta disposición al asesoramiento, apoyo y reclamo de atención para el manejo y superación de crisis y emergencias de seguridad nacional, humanitarias, de derechos humanos o de desastres naturales. Por allí está lo prometedor a cuidar y propiciar.
El país por representar
Entre mediados y finales del siglo XX se proyectaba al mundo la Venezuela que se definía como país occidental y democrático, dentro de un proyecto explícito de consolidación y promoción de la democracia; petrolero y en desarrollo, sustentado en la idea de la siembra del petróleo a través de la protección e impulso a la industrialización nacional; y americano en el conjunto hemisférico, específicamente en sus vínculos con Estados Unidos y particularmente en sus fachadas caribeña, atlántica, amazónica y andina, donde se entrecruzaban iniciativas de integración y de protección de la democracia.
Ese perfil de país tuvo sus variantes y ramificaciones al paso de los años y los gobiernos y, a la vez que fue y sigue siendo criterio para evaluar logros y fracasos pasados, es también referencia para evaluar el gran retroceso del último casi cuarto de siglo. En estos años ha habido una intención explícita, muy costosa, por cambiar la identidad y los vínculos de Venezuela en el mundo. Esto puede ilustrarse desde la ruptura del compromiso con la democracia, la instrumentalización ideológica de la integración y la cooperación, hasta la búsqueda de estrechas afinidades y alineaciones geopolíticas y económicas convenientes al Gobierno, pero inconvenientes para la sociedad. Parte de ese giro fue la exacerbación del síndrome del petroestado, con su fragilidad institucional y complejos de grandeza.
Es cierto que lo que hoy se ve desde el mundo es una sociedad sin democracia, empobrecida y carente de condiciones fundamentales de salud, educación, seguridad, justicia, y oportunidades de prosperidad con empleos dignos; un país del que en flujo incesante han emigrado casi ocho millones de personas, la mayoría en condiciones de extrema precariedad; una economía dependiente del arbitrio gubernamental, muy centrada en el petróleo, pero con poca capacidad de producción y exportación ya desde antes de las sanciones; un Estado vulnerado que no genera confianza, en el que redes criminales, de negocios y tráficos ilícitos, de corrupción y simbiosis con actores gubernamentales, generan graves trastornos internos y ramificaciones internacionales.
Frente a esas y otras realidades, es justo y necesario pensar en cómo proyectar y atender, en representación de la sociedad, las necesidades y aspiraciones que se manifiestan en estudios de opinión, informes, propuestas, denuncias, protestas y movilizaciones.
Con soberanía y responsabilidad
Desde la realidad venezolana, la inconformidad y demanda de cambio supone la recuperación de soberanía, entendida como responsabilidad de representación –nacional e internacional– en plan de proteger y atender al país.
Nacionalmente, la recuperación de esa responsabilidad enfrenta y seguirá enfrentando serios obstáculos en el futuro inmediato, lo que hará cada vez más importante la convergencia democrática doméstica, entre dirigentes y con la sociedad. Internacionalmente, vista la magnitud de los obstáculos autoritarios, con sus conexiones y desbordamientos internacionales, es deseable una atención más sostenida y coherente de las democracias, especialmente desde el atribulado presente latinoamericano.
Ahora bien, así como se requiere mirar y compartir, con honestidad, la realidad nacional1, se necesita mirar en los mismos términos el presente internacional y su proyección en los próximos meses, tan importantes para el futuro de Venezuela.2
En ese ámbito, para resumirlo en un gran contraste –el de la confrontación violenta y el de la competencia pacífica– los hechos y noticias de guerra competirán con los de las elecciones que tendrán lugar en medio mundo. Y en ambos conjuntos, desde diferentes ángulos y versiones de la soberanía, están presentes en diversa medida lo apocalíptico y lo prometedor. Al lado de la violencia de la confrontación bélica y las urgencias que impone, van las negociaciones, la búsqueda de acuerdos y las exigencias de respeto a las normas del derecho internacional y del derecho humanitario. Al lado del aliento y apoyo a elecciones, que deben ser un momento democrático y de ejercicio de soberanía por excelencia, están los desafíos y bloqueos gubernamentales a los procesos electorales, a sus resultados y al escrutinio internacional.
Es ese el entorno inmediato de la situación venezolana y de los apoyos internacionales al Acuerdo de Barbados. Desde las afinidades autoritarias regionales y extracontinentales, que se escudan tras el principio de no intervención, ese Acuerdo es visto como mera oportunidad para normalizar la situación del gobierno, sin exigencias de responsabilidad nacional ni internacional.
Para las democracias y los demócratas, el cumplimiento del Acuerdo abre la oportunidad de recuperación de la situación del país, a través de elecciones libres y limpias que propicien la reconstrucción humana, institucional y material de Venezuela. Pero hay en este conjunto gradaciones en la disposición a respaldar una ruta que se sabe escabrosa y que tienta a la conformidad con un recorrido que apacigüe afuera y silencie adentro.
La mejor iniciativa ante unos y otros es la reiteración de la mirada honesta al estado del mundo y al de Venezuela en él, a las necesidades esenciales y las aspiraciones legítimas de los venezolanos, a su necesidad de representación soberana y responsable, y a las oportunidades que abre la disposición a la movilización electoral en torno a una alternativa democrática.
Notas:
- WEGNER, Katharina y ZAPATA, Manuel s.j. (Coordinadores)( 2023): Nueva mirada sobre Venezuela. Reflexiones para construir una visión compartida. Caracas: abediciones, Fundación Centro Gumilla, Ildis.
- ALARCÓN, Benigno (coordinador) (2024): La consolidación de una transición democrática. La Venezuela de 2025. Caracas: abediciones, Centro de Estudios Políticos y de Gobierno Francisco José Virtuoso. (En prensa).
*Profesora titular jubilada de la UCV, con actividades de consulta en el Centro de Estudios Políticos y de Gobierno Francisco José Virtuoso (UCAB). En ediciones de ese centro y en la revista Democratización ha publicado últimamente artículos sobre la dimensión internacional de la resiliencia autoritaria y democrática en Venezuela. Tramas y tramos de América Latina (UCAB, 2019) es su libro más reciente.