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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

Una muerte que germina

EFE (2) (1)

Por Oscar Parra, s.j.

Tras un mes del deceso del papa emérito Benedicto XVI, podemos reconocer cómo su vida se hace parte de un acontecimiento que remueve y transforma la Iglesia Católica, no solo con su muerte, más aún, con su legado y testimonio a la Iglesia universal. Por tal razón, nos acercamos a rememorar lo que hace un mes vivió el mundo, con algunos detalles significativos de lo que fue el último adiós al Papa emérito.

Evidentemente, su fallecimiento representó un interés mayor a quienes le seguían como pastor que acompañaba espiritualmente la experiencia comunitaria y de fraternidad de una Iglesia universal, especialmente desde el estatus que le fue asignado de manera simbólica: “emérito”. El portal de noticias RTVE mencionaba que:

La muerte del papa emérito Benedicto XVI es un hecho insólito en más de 600 años. Es el primer pontífice desde 1294 que no muere en el cargo debido a su histórica renuncia en 2013. Los protocolos tras su muerte no han sido como los de sus predecesores por la falta de unas normas sobre cómo organizar los actos tras el fallecimiento de un emérito al no existir un estatuto sobre esta figura1.

Si algo caracterizó el último adiós de Benedicto XVI, fue precisamente su estado emérito, ya no era el jefe del Estado Vaticano, por tanto, las autoridades y diplomáticos no tenían la responsabilidad de asistir, podían hacerlo a título personal. En este sentido, se rescata el interés y cercanía de quienes se allegaron para despedirse del Papa emérito: “dos delegaciones tuvieron carácter de oficial, la de Italia y la del país natal de Ratzinger, Alemania, encabezadas por sus presidentes, Sergio Mattarella y Frank-Walter Steinmeier”2.

Respecto a las autoridades que hicieron acto de presencia se enumeraron los dignatarios de 20 países, entre ellos:

La reina emérita doña Sofía de España, los monarcas Felipe y Matilde de Bélgica, el canciller colombiano, Álvaro Leyva Durán, así como el presidente de Polonia, Andrzej Duda; la de Eslovenia, Natasa Pirc Musar; el de Togo, Faure Essozinma Gnassingbe, y la de Hungría, Katalin Novak. También estuvo representado el Patriarcado ortodoxo de Rusia, con el metropolita Antonij di Volokolamsk, así como la comunidad judía de Roma y la Comunidad Religiosa Islámica Italiana (COREIS), con su vicepresidente Yahya Pallavicini. Las exequias del papa alemán, fueron concelebradas por 130 cardenales, 400 obispos y 4.000 sacerdotes3.

La participación del clero fue similar a la muerte de anteriores pontífices, mientras que la participación de asistentes fue de aproximadamente 200.000 personas durante los tres días en cámara ardiente, y cerca de 50.000 personas se congregaron en la Plaza de San Pedro en la Ciudad del Vaticano para los actos de sepelio4.

Con todos estos datos numéricos podemos evidenciar el cariño y cercanía que Joseph Ratzinger poseía dentro de los adeptos de la Iglesia católica, porque su legado traspasa lo humano y condiciona esa compañía espiritual que persistía en su posición emérita dentro de la Iglesia. Según fuentes oficiales, el mismo Papa emérito esperaba un acto sobrio y cargado de liturgia solemne, efectivamente así fue vivenciado. Los seguidores católicos también esperaban un acontecimiento como el vivido en el último adiós de Ratzinger.

De hecho, se realizó el mismo rito que el de un pontífice reinante, como el de Juan Pablo II, es decir, el rito Ordo exequiarum Romani Pontificis, tal como establece la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis de 1996, aunque con algunos cambios. En relación a su sepultura, fue realizada en el Vaticano, en la misma tumba donde reposaron originalmente los restos de San Juan Pablo II, tal como Benedicto XVI lo había solicitado. La tradición nos dice que el cuerpo del pontífice suele ser depositado en triple ataúd tradicional para los Papas: uno de madera de ciprés, otro de zinc y el tercero de roble. Efectivamente, este paso fue realizado con el Papa emérito.

Más allá de los ritos y ceremonias, que son importantes, este último adiós resonará y perdurará en la historia de la Iglesia. Benedicto XVI compuso partituras novedosas al mundo del saber, aunque era un Papa emérito, conservaba su vida para una Iglesia universal con sus oraciones y su ejemplo de vida modesta y sencilla dentro del monasterio donde reposó en sus últimos años.

En líneas generales, se puede resaltar que hay una novedad con la muerte de Joseph Ratzinger por cada signo y símbolo observado tras su muerte. Finalmente, podemos preguntarnos si este hecho religioso despertará acciones para un acontecimiento similar si otro Papa en nuestros tiempos llegase a renunciar. ¿Se llegaría a actuar del mismo modo? ¿La Iglesia se pensará unas normas sobre cómo organizar los actos tras el fallecimiento de un emérito, al no existir un estatuto sobre esta figura en la actualidad, o simplemente se regirán por la última palabra de quien ocupe esa posición en otro momento histórico de la Iglesia?

En definitiva, su paso a la muerte es la posible semilla que germina un antes y un después dentro de la Iglesia, abre brechas para nuevos sucesores de la silla papal que, al discernir su misión, reconocen a la luz del Espíritu algún cambio contundente a la hora de tomar decisiones que sean sanas de manera personal y, a su vez, para la Iglesia universal, tal como fue el caso del papa emérito Benedicto XVI.


Notas:

  1. Pérez. C. (2023). Funeral de Benedicto XVI: el papa y decenas de miles de fieles despiden a Ratzinger en una ceremonia sin precedentes. Corporación de Radio y Televisión Española. Acceso el 21 de enero de 2023 en https://www.rtve.es
  2. Menendez, C. (2023). Benedicto XVI: Sobrio funeral ante 50 000 personas en la plaza de San Pedro del Vaticano. Euronews. Acceso el 22 de enero de 2023 en https://es.euronews.com
  3. Íbid.
  4. Salgado, S. (2023). Tras ceremonia inédita, el cuerpo de Benedicto XVI ya reposa en la antigua tumba de Juan Pablo II. France24. Acceso el 25 de enero de 2023 en https://www.france24.com/es

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