Hildebrand Breuer
La reciente Cumbre extraordinaria de la Unasur ha provocado muy diversas reacciones, y cada quien desde su trinchera parece ver signos de triunfo, lo que a primera vista complicaría un poco su lectura. Sin embargo, creemos que intentando contestar algunas preguntas concretas podemos aproximarnos a los alcances reales de esta reunión, despojados de cargas valorativas e ideológicas, o haciendo al menos el intento sincero de lograrlo.
Tratemos entonces de dar respuestas a estas preguntas que uno pudiera hacerse luego de haber visto la reunión, y leído además el documento que de ella surgió.
¿Condena el documento de Bariloche el acuerdo que firmarán Colombia y Estados Unidos en materia de bases militares?
No. El único artículo del documento que podría abordar el tema de las bases es el tercero. Pero en él no se expresa que no habrá presencia militar extranjera en la región, sino todo lo contrario. Dice de forma muy clara que “la presencia de fuerzas militares extranjeras, no puede (…) amenazar la soberanía e integridad” de las naciones suramericanas. Para que una presencia militar no pueda amenazar algo, es decir, tenga la obligación de respetar estos principios, esa presencia debe existir. Es un razonamiento lógico. De lo contrario, el artículo habría dicho algo como, “toda presencia militar extranjera amenaza la soberanía y la integridad…”. Pero no lo dice, y así lo entenderá Uribe, quien habla perfecto castellano.
Ahora bien, atendiendo al hecho de que el principal motivo de malestar por las bases, es una supuesta amenaza contra la integridad territorial y la soberanía de los Estados de la región, cabe cuestionarnos: ¿pueden estar estas bases dentro de una estrategia de agresión en contra de los países suramericanos?
La respuesta es: Cuarta Flota del Comando Sur. Estados Unidos tiene en aguas del Caribe buques de guerra que cuentan con la misma, e incluso mejor tecnología que aquella que instalarán en Colombia. Muy cerca de nuestras costas, a pocas millas náuticas de nuestro mar territorial, radares de última generación, aviones con tecnología stealth y otras muestras del poderío militar norteamericano, se pasean libremente, y con posibilidades de hacer hoy, en este instante, todo eso que anuncian algunos que harán con las bases, y que de paso se anunció también harían hace once años cuando fue firmado el Plan Colombia.
En conclusión: Estados Unidos no necesita en lo absoluto estas bases para llevar a cabo esas acciones que muchos indican.
Si nosotros tenemos la convicción de que Estados Unidos es un imperio, pues para nosotros sus políticas serán desde luego imperiales. En todo veremos no más que tácticas que acrecientan su poderío en detrimento de aquellos más débiles. Pero si admitimos que, en lugar de imperio, es ciertamente una hegemonía que se ha constituido como tal a través de políticas oscuras, pero también de una gran legitimidad en no pocos momentos de la historia, ya el panorama cambia, y no es de seguro tan maniqueo. Tal y como lo hizo en su momento la URSS, los Estados Unidos han identificado y tratado de incidir en aquellas zonas de su área natural de influencia que por diversas razones le son sensibles. Lo que sigue estando en duda es, hasta qué punto eso no ha sido casi siempre con niveles importantes de anuencia por parte de los propios latinoamericanos.
Salvo los casos de plena Guerra Fría en los que se jugaban más cosas de las que imaginamos, y cuando su par soviético hacía exactamente lo mismo en Europa del Este y Asia Central, movilizando pueblos enteros, creando laboratorios étnicos, rusificándolo todo y generando problemas inter étnicos que hoy siguen vivos, sí, el gringo entra, pero cuando lo invitan.
Este tema nos lleva inevitablemente a otro que sería muy valioso discutir en próximas reuniones de la Unasur. Y es que es verdad, debemos preguntarnos, ¿es positivo que sea Estados Unidos quien aporte una ayuda efectiva a Colombia en su lucha intestina contra el narcoterrorismo, y no los propios Estados latino y suramericanos? Más que asomar la idea de que sea negativo, queremos enfatizar el hecho de que lo realmente positivo sería que ese apoyo proviniese de los vecinos de Colombia. Toda esta coyuntura está resultando ser una oportunidad inigualable para atrevernos a pensar en fuerzas conjuntas, verdaderamente integradas, coherentes y capacitadas para enfrentar lo que a las fuerzas militares competa en cuanto a la seguridad y defensa de nuestra región. Chile y Argentina en ello tienen la valiosísima experiencia de la Cruz del Sur, una fuerza conjunta producto del cumplimiento casi cabal de las exigencias de sus libros blancos de defensa, lo que allanó el camino para un trabajo mancomunado.
Hay además en todo esto un elemento que no podemos dejar pasar, y es la alusión, y de hecho el otorgamiento de competencias importantes en ciertos temas al Consejo Suramericano de Defensa. Debemos decir para iniciar, que el sólo nombre de esta figura nos despierta desconfianzas y nos persuade sobre el hecho de que en Suramérica no se están comprendiendo algunas cosas en materia de seguridad.
Si tuviéramos que escoger los cinco fenómenos que con más fuerza amenazan la seguridad de nuestros Estados, muy probablemente todos los suramericanos coincidiríamos en que el narcotráfico, el tráfico de armas, la trata de personas, los desastres naturales y pandemias, e incluso la corrupción, son los que mayor repercusión tienen sobre el ciudadano de a pie, ese sobre el cual debe estar pensada la seguridad en términos no tradicionales. Como deberíamos concebirla en América Latina por cierto.
Sin embargo, si vamos un poco más allá en el análisis, nos asombraríamos quizás al percatarnos de que esos flagelos, y muchos más que no hemos mencionado pero que igualmente atentan contra nuestras poblaciones, son competencia en casi la totalidad de nuestros Estados de los ministerios de salud, interior, justicia, policías e instituciones de protección civil y otros. Otros, que en muy raras oportunidades incluyen a las Fuerzas Armadas. A pesar de esto, el Consejo Suramericano de Defensa, no solamente da un paso atrás desde la óptica de la semántica, obviando que la defensa es sólo un aspecto de la seguridad, sino que concentra en los ministros de defensa y cancilleres problemas que no pueden ni estructural ni institucionalmente resolver.
¿Qué se jugaba, entre líneas, en Bariloche?
Esta reunión tenía para sus participantes, independientemente de sus resultados sobre el tema de las bases, niveles de importancia muy distintos. En ello Lula acierta: una Cumbre de estas características, y sobre todo, con estos protagonistas no debía ser transmitida. En la reunión, primaron por esto los discursos grandilocuentes y patriotas.
Y es que, ¿A quiénes hablaban la mayor parte de jefes de Estado presentes? Pensar que Uribe dirigió sus palabras únicamente a Perú, Brasil y a Chile, de los más dados al diálogo entre los presentes, es ver todo esto con un lente muy cercano a la hoja que estamos leyendo. Veamos el mapa completo. Uribe, al tiempo que defendía el acuerdo, citaba cifras y arrojaba datos de la realidad interna de su país que lo colocaban como un paladín de la seguridad colombiana, no ante los chilenos o brasileños, sino frente a los colombianos que esperan atentos la decisión de sus instituciones que para el momento en que se escriben estas líneas, deben estar definiendo el futuro político del Presidente, allanando o no el camino a la reelección.
Lo propio hizo Ecuador y Venezuela. Chávez y Correa hablaron a sus propios pueblos, inflando sus espíritus revolucionarios, antiimperialistas y profundamente patriotas, con una retórica más orientada a mantener la confrontación que a la construcción de soluciones viables.
Pero es que el propio Lula, y esto es de lo más interesante de la Cumbre, dejó para nuestra óptica bastante claro cuál era su público, y por eso nos preguntamos, ¿Fue tiempo lo que el Presidente del Brasil lamentó perder? Estamos persuadidos de que no fue exactamente así. Para Brasil, esta reunión de Unasur era sencillamente una vitrina en la que el gigante del sur con ansias muy válidas de proyección mundial, se mostraría a las potencias del orbe como un líder capaz de aglutinar a través de su legitimidad, por lo menos a los integrantes de su área de influencia. No lo logró. Los cinco duros del Consejo de Seguridad, esos con los que Brasil, la India, Japón y Alemania se quieren sentar permanentemente, le dirían en este momento al presidente Lula que, poco o nada acompañado está el poder económico y militar, si no va con ellos una buena dosis de poder blando, ese con el que se influye sobre otros en los grandes momentos, y que Estados Unidos por ejemplo, ha decidido recuperar con el presidente Obama sentado en la Oficina Oval.
De todo esto se deduce que mientras unos concentraron sus fuerzas en los discursos, las formas y los gestos, otros, la minoría lamentablemente, parecían más enfocados en conseguir esos resultados que los pueblos esperaban en los titulares al día siguiente de la reunión.
Como diría James Freeman Clarke: “un político piensa en las próximas elecciones; un estadista piensa en la próxima generación”.