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Una lectura de viajes para Semana Santa

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Rosa Corzo

En su cuaderno de viajes titulado “Vivir en Benares”, el profesor Bernardo Enrique Flores Ortega nos deleita el espíritu a través de la maravillosa narración de sus experiencias místicas y míticas vividas en diez pasajes de sus viajes al exterior cuyas ciudades tienen elementos históricos de carácter trascendental tanto para la cultura occidental como oriental. A continuación se expondrá un breve resumen de cada uno de los viajes como un preámbulo que abrirá la invitación a tan agradable lectura de este texto. En su primer viaje titulado: El laberinto: Un enigma en la catedral de Chartres, narra la sorpresa mayor que encuentra dentro de esta catedral ubicada la ciudad de Chartres, en el departamento de Eure y Loir, en Francia, el maravilloso Laberinto dibujado en piedra en el pavimento interior, cuya intrínseca relación encuentra con el mito griego del Laberinto y el minotauro de la ciudad de Creta que posee más de 3000 años de historia. En este sentido encuentra una relación directa con el significado de la palabra laberinto: “la casa de la doble hacha, construido en arquetipo universal para representar el drama y la tragedia humana frente a las incertidumbres de este mundo” (p. 25). El segundo viaje: Una pasión llamada Santa Teresa de Ávila, nos hace sentir la mística experiencia que vivió al entrar a la casa natal de Santa Teresa de Jesús, cuando al encontrarse en el interior de habitación, donde nació la Santa, asegura haber percibido el egrégor de patrona de España, declara así en 1622. En el tercer viaje titulado: China la Ciudad Prohibida, pintorescamente describe las penurias vividas por el paquete turístico que le permitió poder visitar la gran Ciudad Púrpura Prohibida, en Beijing, catalogada como la más grande y antigua obra arquitectónica de madera del mundo y declarada por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad en 1987. Lhasa: Encuentro con “el techo del mundo”, en la capital del Tíbet, es su cuarto viaje. En esta ciudad llena de templos budistas (budismo tántrico tibetano) con caracteres exotéricos, cuyo fin último de los monjes que estos albergan es la búsqueda del despertar perfecto. En este sentido el autor del texto expresa que sus días en Lhasa transcurrieron con: “Un gran deseo de introspección, con una profunda sensación de nostalgia por algo que he deseado toda mi vida y que aún no sé qué nombre darle; algo que colinda con el misterio, con lo intangible, con el mismo pálpito de vida que da calor a mis venas y que me enardece cuando lo percibo cerca”. Templos eróticos en Khajuraho: un reto a la inocencia perdida, es el quinto viaje narrado por el autor, cuya imaginación del lector se puede deleitar cuando el autor describe la sutil belleza de los templos que se encuentran en ciudad de Khajuraho, en la India, adornados con estatuas que exhiben los cultos a la fertilidad femenina en tiempos pre-arios y que representan uno de los puntos culminantes de la arquitectura indostaní de todos los tiempos. De oráculos, augures y dioses, es el sexto pasaje narrado en el texto. Camino hacia las ruinas del templo de Apolo, a un costado de la ciudad de Delfos en la Grecia continental, con gran maestría el autor describe los ritos llevados a cabo en la antigüedad clásica ante el majestuoso oráculo del dios de la videncia y la adivinación: Apolo, descrito como: “un lugar donde la magia y el misterio se dieron la mano para crear una atmósfera verdaderamente sorprendente” (p. 65). Este pasaje encanta y sorprende por la maravillosa narración de los mitos cuyas prácticas oraculares persisten aún después de tantos siglos y que, tal y como lo afirma el escritor: “…Continúan escuchándose a través de nuestros sueños, a través de nuestros pálpitos cuyo aguijón nos despierta en sobresalto” (p. 72). En su séptimo viaje titulado: Segovia: un alcázar real una pensión de mala muerte, el autor nos describe la especial experiencia vivida al encontrar la Casa Museo de Antonio Machado, poeta que vislumbró la Belleza y luchó siempre por la libertad. Expone: “por Cantares lo recordaremos eternamente: Caminante no hay camino/ se hace camino al andar/ Caminante no hay camino/ sino estelas en la mar…” (p. 81). Titicaca: penetrando en el umbral de lo sagrado, es el octavo viaje donde se narra la visita al majestuoso lago Titicaca, entre el Perú y Bolivia. Es en este viaje donde la experiencia mística más sorprendente, a mi modo de ver, es descrita entre sueños y deyabús que el autor vive y que prodigiosamente relaciona con sus conocimientos mitológicos. Afrodita, Eros y el Amor, es el noveno pasaje que llena con gran sutileza y encanto el relato de las reflexiones que ocasiona en el autor el contemplar la belleza del cuadro: “El nacimiento de Venus” de Sandro Boticelli, que se halla en la galería de los Uffizi, en Florencia Italia. Los mitos de Venus, diosa del amor y la belleza, son múltiples y ellos evocan 92 Reseñas lo erótico, el amor, el deseo, la pasión; nos encantan con Eros hijo de la Diosa y también nos muestran su contraparte el despecho, los celos, la nostalgia, sentimiento a los cuales mortal alguno no escapa. Morir en Benares es el último viaje y con este cierra el texto. El relato de La maravillosa vivencia del escritor en la más sagrada de las ciudades del hinduismo: Benares, está cargado de simbolismo. Describe el imponente Río Ganges, lugar donde miles de creyentes acuden diariamente en las primeras horas del amanecer para sumergirse hasta la cintura ofrendar y dar la bienvenida al universo y a su creador; además, muchos ancianos y enfermos terminales van a morir en Benares o Kashi, como también se llama. En este pasaje se relata el mito de la diosa Gangá, pues: “el río Ganges no es un río al menos en el sentido en que los occidentales estamos acostumbrados a verlo. En realidad es una diosa…” (p. 108). Cada uno de los viajes cargados de historias míticas, de simbolismo, de enseñanzas despiertan el encantamiento por lo desconocido y dejan abierta una ventana a la interpretación e imaginación del lector; además, dejan el anhelo de seguir disfrutando las experiencia de otros viajes que llenen el alma aventurera y lo espiritual que habita en cada uno de nosotros.

Capítulo del segundo viaje: Una pasión llamada Santa Teresa de Ávila

 

Darse del todo al ‘Todo sin hacernos partes

Entended que, si es en la cocina,

entre los pucheros anda el Señor,

ayudándoos en lo interior y exterior.

Leí Las Moradas de Santa Teresa cuando terminaba el bachillerato con los curas jesuitas en el Colegio Jesús Obrero de Caracas. Tal vez por sugerencia del Padre Goicochea, o de los Hermanos Jesús María Aguirre o Antonio Pérez Esclarín que eran mis mentores en temas de literatura. Aún no sabía de la entrañable amistad que la unió a San Juan de la Cruz, probablemente el más sublime poeta místico de todos los tiempos que haya dado la lengua castellana. Tampoco sabía su verdadero nombre, que averigüé más tarde: Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada, nacida en Ávila, Castilla la Vieja. España. el 28 de marzo de 1515 y muerta en Alba de Tormes el 4 de octubre de 1582, cuando contaba la edad de 67 años.

Santa Teresa de Jesús, o Santa Teresa de Ávila, como también se le conoce, es una referencia obligada para quienes se interesan por la vida espiritual. Comenzó como el Quijote, leyendo libros de caballería -también libros de santos con uno de sus hermanos. según relata en su autobiografía, titulada Libro de la Vida (1565). Tomó los hábitos a los 20 años, ingresando al Convento Carmelita de la Encarnación, en Ávila. Orden de la cual no sólo llegó a ser su Superiora, sino también una gran reformista

Su pésima salud -llegó a estar dos años inválida- no disminuyó su vocación religiosa. Se inició en la práctica de la oración mental, pero la abandonó por sentirse indigna de las gracias que Dios le concedía con estos ejercicios al tener que interactuar con temas mundanos, por las frecuentes visitas que sus familiares le hacían en el Convento. Aun así, en ella comenzaron a manifestarse las “visiones intelectuales” y las “locuciones”, imágenes y voces que veía y escuchaba en su mente. de las que recibía fortaleza para su fe y consuelo para sus problemas. Llegó a desarrollar una evidencia extraordinaria: en 1569 “vio” con exactitud cómo eran martirizados los jesuitas Ignacio de Azevedo y sus compañeros, noticia que habría de llegar a España un mes más tarde. Cuando entraba en éxtasis, su cuerpo llegaba a elevarse hasta un metro sobre el suelo. “Desde entonces, dejé de tener miedo a la muerte, cosa que antes me atormentaba mucho”, escribió en sus memorias. También contó cómo se le aparecía Cristo en persona y cómo sintió los estigmas en su propio cuerpo.

De acuerdo con sus biógrafos (Butler y Salesman: Vida de los Santos), las experiencias místicas de la santa llegaron hasta los esponsales espirituales. el matrimonio místico y la transverberación. Sobre este último fenómeno, ella misma relató:

Vi a mi lado a un ángel que se hallaba a mi izquierda, en forma humana. Confieso que no estoy acostumbrada a ver tales cosas, excepto en muy raras ocasiones. Aunque con frecuencia me acontece ver a los ángeles, se trata de visiones. Intelectuales, como las que he referido más arriba … El ángel era de corta estatura y muy hermoso; su rostro estaba encendido como si fuese uno de los ángeles más altos que son todo fuego. Debía ser uno de los que llamamos querubines … llevaba en la mano una larga espada de oro. cuya punta parecía un ascua encendida. Me parecía que por momentos hundía la espada en mi corazón y me traspasaba las entrañas y, cuando meaba la espada me parecía que las entrañas. se me escapaban con ella y me sentía arder en el más grande amor de Dios. El dolor era tan intenso, que me hacía gemir, pero al mismo tiempo. la dulcedumbre de aquella pena excesiva era tan extraordinaria, que no hubiese yo querido verme libre de ella.

Tras su muerte, la autopsia reveló la cicatriz de una herida Larga y profunda en pleno corazón. Y su cuerpo se conserva aún incorrupto en Alba de Tormes donde murió. Fue canonizada en 1622 declarada Patrona de España, junto con Santiago. Es también la primera mujer Doctora de la Iglesia. Nombrada en 1970 por Pablo VI. De un total de 33 doctores -entre los cuales están San Agustín, San Juan de la Cruz, San Gregorio Magno, entre otros- sólo hay 3 mujeres Teresa de Ávila, Teresa de Lisieux y Catalina de Siena.

Ayudada por San Juan de la Cruz reformó su Orden, creando los Carmelitas Descalzos, frailes y monjas de estricta clausura y silencio contemplativo, apegados a la observancia antigua. Escribió el Camino de perfección para dirigir a sus religiosas. el libro de las Fundaciones para alentarlas y el Castillo Interior o Las Moradas (que son 7 como los sellos del Apocalipsis o los chacras del cuerpo humano) para todos los buscadores de la vida espiritual. La expresión “sólo Dios basta” viene de un poema suyo. Y es muy conocido su soneto Muero porque no muero (muy parecido en su forma y estructura a las Coplas del alma que pena por ver a Dios de San Juan de la Cruz). Veamos un fragmento:

 

MUERO POR QUE NO MUERO

Vivo sin vivir en mí

Y tan alta vida espero

Que muero porque no muero.

 

Vivo ya fuera de mí

Después que muero de amor,

Porque vivo en el Señor

Que me quiso para Sí.

Cuando el corazón le di

Puso en él este letrero:

Que muero porque no muero.

 

Esta divina prisión

Del amor con que yo vivo

Ha hecho a Dios mi cautivo

Y libre mi corazón;

Y causa en mí tal pasión

Ver a Dios mi prisionero.

Que muero porque no muero.

En 1995 visité Ávila siguiendo el consejo de un sabio.

Nunca había estado allí y tampoco sabía a qué iba o con quien me encontraría. Una enorme muralla medieval cerraba el círculo de la antigua ciudad que se desbordaba ahora muchísimo más por fuera de aquellas paredes de piedra tallada. Pero yo sólo tenía un día para conocerla. Así que preferí la parte antigua, en el interior de las murallas.

Conocí Ja catedral. Conocí una plaza dedicada a Juan de Yepes o San Juan de la Cruz. Conocí sus calles empedradas, cuyo polvo ha visto tantas fiestas y tantos sufrimientos. Hasta que me topé con la casa natal de la santa. “En esta vivienda nació Santa Teresa de Jesús” rezaba un letrero en la entrada que me despertó curiosidad. Era una casa de dos niveles y “algo” en ella me haló hacia adentro. Había un amplio espacio techado que terminaba en un altar con muchas velas, pero nada atrapaba allí mi atención. Había un pequeño jardín con unos niños en forma de estatuas, jugando. Pero eran para mí poco menos que más de lo mismo. Hasta que vi otro letrero en el marco de una puerta: “En este cuarto nació Santa Teresa de Jesús”.

Apenas entré me quedé mudo por lo que acababa de encontrar en aquella habitación. Era alargada y pequeña con hileras de sillas que miraban hacia un humilde altar. Pronto sentí en mi piel un erizamiento, seguido de un asombro que me dejó perplejo. Me senté rápidamente, tratando de poner en calma mis ideas. Aunque estaba solo allí, sentía una presencia inconfundiblemente hermosa, más hermosa que el mar de Homero, que el escudo de Heracles o que las estatuas móviles de Hefesto. porque esta belleza era puramente. Era, además, inequívocamente amorosa, quizás comparable al amor de Cristo pues llenaba todo el espacio de aquel diminuto recinto y me atravesaba de arriba abajo, trastocando la realidad que penetra por todos los sentidos.

Recuerdo haber pensado en los jinas que tan magistralmente describe Mario Roso de Luna en El libro que mata a la muerte. También creí estar seguro de que se trataba del egrégor de la santa que aún puede ser percibido después de tantos siglos. Lo único que sé es que aquella entidad pertenecía a un mundo intangible. muchísimo más sutil que éste, pero de una realidad tan viva …

Un santo es un verdadero héroe. Es el que penetra en el umbral de lo sagrado, o de lo secreto (etimológicamente es igual). después de sacrificar mucho y por mucho tiempo, como decía Gurdjieff, Teresa de Ávila pedía incansablemente a Dios sufrir, igual que Juan de la Cruz. Así se convierten en vínculos entre dos niveles, en enlaces o en canales entre el mundo de arriba y el mundo de abajo, para que la energía más alta descienda a la Tierra. El santo es el que se da cuenta de que uno está fragmentado y de que necesita unidad. “Sin una relación con la energía superior, la vida no tiene sentido”, “Usted no sufre lo suficiente, si es necesario castigue el cuerpo”, solía decir la señora Jeanne de Salzmann.

Con los ojos cerrados permanecí por largo rato en diálogo mudo con mi entidad, sintiéndola y disfrutándola hasta la saciedad. De pronto se escuchó un frenazo de algún autobús. Como colmena de abejas al principio, un murmullo sórdido de voces humanas fue acercándose al sagrado recinto, hasta que abruptamente irrumpieron en el cuarto. Una veintena de turistas italianos que hacían tour por Ávila decidieron visitar a la santa. Pero nunca percibieron su presencia. pues en medio de aquel vocerío cada uno gritaba al otro, siempre, por supuesto, invocando a la Virgen: ¡Porca Madonna! ¡Va a fanculo, testa di cazzo, fammi una fotografía! Y después de aquellas imploraciones se encaramaban en el altar, justo encima de la estatua de la virgen, posando para la foto.

Por mi parte, qué otra cosa podía yo hacer sino huir despavorido de aquel rito apofántico y sus enfurecidos seguidores, a quienes ocurrió como a Tántalo, el famoso condenado del Infierno que vivía rodeado de comida y de bebida y no podía recoger ni las migajas del banquete.

Después de aquel regalo, Ávila no tenía ya más nada que ofrecerme.

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