Llenar un tanque de gasolina podría ser una tarea rutinaria en cualquier país del mundo. Sin embargo, en Venezuela, exceptuando en la capital, que siempre ha sido “cuidada” por el poder para aparentar cierta normalidad, se ha convertido en un acto extraordinario, para valientes, pacientes y suertudos. La historia que presentamos a continuación es apenas el relato de una ciudadana común que cuenta lo engorroso que puede ser algo tan simple como recargar combustible.
Por Alba Ysabel Perdomo
“Estiré la gasolina lo más que pude, hice diligencias a pie, pero por mucho que caminé, igual tocó reponer el tanque. Me preparé como si iba al combate. Una botella de agua, un brownie sin gluten, caramelos de canela, un libro en físico, un suéter y un pequeño almohadón para apoyar el cuello. Manzanilla, billetes de 200 bolívares -porque ya no aceptan de menor denominación- y una novena para la virgen desatanudos que me prestaron.
He seguido por las redes el comportamiento de las bombas de gasolina y sabía que no era una tarea fácil. Hice ‘llave’ con una súper amiga porque su placa termina en un número antes que la mía y nos tocaba el turno del viernes. Nos citamos a las 2 de la tarde del jueves en Chilemex. Al llegar, fuimos las 122 y 123. A pesar de la prohibición del gobierno regional de hacer colas, los policías permitieron la presencia de los vehículos mientras que estuvieran escondidos dentro de la urbanización, y concedieron permiso de moverlos de sitio a las 10 de la noche. Pero tanta amabilidad no era gratis. Había que ceder 10 puestos para que pudieran meter en la fila a otras personas antes que nosotros.
Así como yo, estaba muchísima gente, en un 99 por ciento hombres. Veían extrañados a dos mujeres que asumieron quedarse a dormir en la calle para poder tener gasolina.
Todos sacan su banquito de plástico y se sientan. Hay quien trae un libro, sobran termos de agua y café, se arman grupos y se hacen amigos. Se siente un ambiente de comprensión. Todos sabemos que se hace por necesidad. Nadie abandona el confort de su casa para dormir a la intemperie por gusto. Una de mis alumnas hacía cola en otro lugar de la ciudad e íbamos comparando experiencias por chat.
Hace unos 5 años dormí en el carro de un amigo en la Gran Sabana, en una noche de risas y de cielos estrellados. Pero dormir en la cola no es tan bonito, aunque oigas los pájaros nocturnos cerca de ti.
En realidad, no duermes. Cada carro, cada moto, cada persona que pasa es una posibilidad de atraco, de mal rato, de peligro.
Hace calor, mucho calor. Sudas y agradeces que al menos los zancudos no hicieran presencia. Gracias a mi amiga aguanté, porque ganas no me faltaron de recoger mi montón de peroles y venirme para mi casa, a dormir en mi cama.
Por casualidad quedamos en el recodo de la avenida Las Américas que colinda con la redoma Chilemex y oímos toda la noche la música de un muy conocido club de la ciudad. A las 3 de la madrugada un hombre explicaba a otro en la terraza y con voz de borracho las condiciones en las que mataron a Gordo Bayon y a Capitán, dos de los pranes del sur del Estado. La minería y sus horrores no nos sueltan ni en la cola. Pensé que por menos de esos detalles escabrosos que el hombre contaba en su bar y yo oía desde el carro, en esta ciudad le han dado un disparo a más de uno.
Al amanecer, la cola había parido. Un hombre en una camionetota calentó su motor con fuertes acelerones, y otro puso música llanera a todo lo que le daba el radio. Somos venezolanos en todo momento. Yo por mi parte, para contribuir al caos madrugador, saqué mi botella de agua y me cepillé los dientes en plena avenida.
Gracias a unos amigos, tomamos café y comimos arepas calientes. Otra amiga cuidó de mi mamá todo ese tiempo que estuve ausente y yo se lo agradezco en el alma.
Y así siguió la mañana deslizándose lentamente. Gracias a Dios, el programa de Roman Losinzky estuvo muy bueno porque los datos del teléfono no funcionaban e internet fluctuaba.
Para hacer corto el cuento, logré poner gasolina al mediodía, y de verdad sentía que estaba achicharrada.
Un país sin combustible, no se mueve y, por ende, no produce. Estos barros los genera una serie de errores monumentales, que arrancan en 2002 con Chávez y un pito, despidiendo al personal técnico de altísimo nivel de Pdvsa en una pataleta histórica”.