El poderoso instinto de la maternidad
María Vives
¿Es la maternidad un derecho? Esta parece ser la pregunta clave del estupendo quinto largometraje de Diego Lerma, en un guion que firma, como sus tres anteriores realizaciones, en colaboración con María Meira. Y la respuesta no se da sino en forma de preguntas lanzadas al espectador, en las que la elección del orden narrativo cumple con una función importantísima.
El film comienza con la sugerente secuencia de una mujer que se muestra desesperadamente enfocada hacia un objetivo: adoptar a un niño que ha nacido en una clínica con pésimas condiciones sanitarias y en una familia desestructurada en la que la madre, sola, apenas puede sacar adelante a sus otros tres hijos. Dentro de este planteamiento, Lerma y Meira introducen una misteriosa equiparación de su protagonista, Malena, con la Holly de Desayuno con diamantes. Porque Malena ha viajado sola un largo camino en coche con su gato, ya que no tiene con quién dejarlo, y lo llama, simplemente, «gato», sin personalizarlo con ningún nombre propio. ¿Es que los autores quieren expresar que ella está, como Holly, algo perdida y buscando su lugar en el mundo? En este sentido, la película explora uno de los instintos más poderosos de la hembra humana: el de la maternidad como un anclaje que permite encontrar un sentido a la propia vida, y es tremendamente profunda en sus implicaciones.
La finura con la que Lerma y Meira nos muestran la encrucijada vital de la protagonista es verdaderamente interesante: solo deduciendo los datos de brevísimas frases sabemos que ella ha dado a luz a un niño muerto y que no ha podido superar la pérdida; que se ha separado y ahora está sola con su frustración, desesperada por encontrar a su bebé muerto en otro bebé: el que acaba de dar a luz otra mujer. Pero es aún más devastador el retrato de esta, la madre biológica, que ha nutrido con su sangre, su vida y su propio instinto a la criatura que se ve obligada a entregar. Sobresaliente el acercamiento a esta mujer sufriente y silenciosa – interpretada por una Yanina Ávila conmovedora y creíble en cada segundo–, a quien la vida ha sacudido, como sutiles detalles del guion nos van insinuando, con no pocas adversidades. De paso, se esboza la realidad de una actividad de la que solo se lucran unos pocos: los que monopolizan el intercambio y convierten la adopción en un negocio, y que no son en absoluto los principales implicados, es decir, la madre biológica y la adoptante; o los padres biológicos y los adoptantes.
Porque Meira y Lerma han optado por desvelar gradualmente el motivo de la desesperación de la protagonista, interpretada por una inmensa Bárbara Lennie, y, de esa manera introducen la desgracia motivada no solo por la penuria económica. Se desmarca también, con ese dato, de una visión de los malos en sentido absoluto como los que van a «comprar» el bebé, y gradualmente nos descubre las motivaciones de la hiriente frase en labios de Malena –«Es mi hijo. Es mi bebé»– reclamando un niño que, en realidad, es de otra. Y, sobre todo, de su evolución hacia la comprensión de la verdad de las cosas.
Es discutible si la historia hubiera cobrado más fuerza en caso de plantearse desde esos motivos que han llevado a Malena a emprender su viaje. De esa manera, se habría provocado una mayor empatía con ella: nos habrían hecho ponernos en su piel y vivir su desesperación por la adopción del que llama «su» bebé. Pero, planteada de esta manera –y así resulta mucho más interesante–, suscita sentimientos sobre la injusticia que sufre la madre biológica, una injusticia vital en la que, de alguna manera, los protagonistas bonaerenses colaboran. Hay un misterio insinuado, y una gradual toma de conciencia de los muy distintos sufrimientos a los que la vida somete a unas personas y a otras, pero incidiendo en el de la madre biológica, a quien la vida ha dejado muy pocas salidas. Por eso, esta opción narrativa aparece como la más acertada y encaja con un discurso final enlazado al viraje de la protagonista. Su final aceptación de la propia frustración y la comprensión del mundo de una forma más amplia, pues ese sufrimiento solo y de forma mínima se engloba dentro otros todavía mucho más intensos. Una especie de familia resulta una excelente reflexión sobre el instinto de la maternidad y, de paso, sobre el dolor adicional que las grandísimas desigualdades económicas provocan en el mundo: una reflexión realizada, además, con una sutileza digna de las mejores obras.
Fuente: http://www.cineparaleer.com/critica/item/2200-una-especie-de-familia