Ángel Antonio Pérez Gómez
Tras las huellas de Hitchcock
Susanna White, la directora británica de Un traidor como los nuestros, lleva años dirigiendo capítulos de series televisivas. Tiene una corta filmografía. Sin duda, esa veteranía en episodios de algo menos de una hora de duración le ha dado una facilidad narrativa que se nota poderosamente en el presente film que, desde luego, transcurre a buen ritmo, interesa al espectador y le proporciona un entretenimiento que se agradece, porque no usa trucos, sorpresivos cambios de rumbo, ni nada por el estilo.
Pero también carece de ese punto de ambición que hubiera sacado a esta nueva adaptación de John LeCarré del pelotón de la medianía. No estamos ni de lejos ante la solidez y maestría El topo (2011). Hay unos pocos momentos en que parece que va a levantar el vuelo… para capotar casi de inmediato. Y es lástima, porque podía haberse sacado mayor partido de un guion que sin ser una maravilla tenía posibilidades que explorar.
La historia recuerda por momentos a El hombre que sabía demasiado (Hitchcock, 1956): pareja de turistas en Marruecos, encuentro fortuito con un agente que les involucra en un asunto, complicaciones derivadas del caso, curiosidad y simpatía como enganche con el fugitivo y su familia, servicios secretos, corrupción política y financiera… Hay situaciones (por ejemplo, la cabaña en Suiza) que incluso visualmente recuerda mucho al Hitchcock inglés.
Pero a Susanna White le ha faltado audacia para ir más allá de la convencional denuncia, por una parte, de las malas artes de los mafiosos rusos y, por otra, de la corrupción que anida en las altas esferas del poder tanto económico como gubernamental. Algo que no deja de ser un tópico, pero, por desgracia, con firme fundamento en la realidad y que en el film se muestra con el obstruccionismo que padecen los dos miembros de MI6 que no dudan de que la información proporcionada por Dima puede destapar un apestoso affaire con ramificación en varios ministerios.
Tampoco la pareja protagonista está trazada con rasgos o actuación que suscite una gran empatía. Al igual que en tantos filmes de las décadas cincuenta y sesenta del pasado siglo, se trata de gente ordinaria en situación extraordinaria, pero su cotidianeidad de catedrático de Poesía y de abogada penalista no tienen relevancia alguna en el relato. Tampoco su mal momento matrimonial, que a la hora de la verdad no pasa de accidental.
Los únicos personajes «poderosos» son el delator y Héctor, el agente de MI6. El primero hace gala de la típica efusividad rusa derrochando lujos y abrazos. El segundo, con su inquietante deseo de vengarse de su exjefe que no deja de ponerle piedras en el camino. En suma, un apacible film para la televisión, que programar en la sobremesa de un día festivo. No aburre, pero tampoco entusiasma.
Fuente: http://www.cineparaleer.com/critica/item/1987-un-traidor-como-los-nuestros