Por F. Javier Duplá s.j.
Todos los días oímos lo contrario de lo que dice el título: estamos yendo aceleradamente al fin del mundo. Y las razones no son inventadas sino reales: calentamiento global y cambio climático, guerra nuclear en puertas, dictaduras que acaban con la libertad, agotamiento de los recursos naturales, aumento del número de pobres en el mundo, fuerte disminución de la fe religiosa en Occidente… Ahora, por ejemplo, el mundo occidental se enfrenta a Putin y no se ve un fin próximo a esa guerra contra Ucrania.
¿Qué pasará en Europa cuando termine esta guerra? ¿Qué pasará en el resto del mundo? Las preguntas nos llevan a muchas respuestas posibles: aumentarán las libertades de expresión y asociación, de comunicación y de convivencia; mejorará la educación de los niños y jóvenes en el sentido democrático político; el intercambio energético, ahora restringido, crecerá para bien de todos; la fe religiosa no se verá desprestigiada, sino que recobrará sus niveles anteriores a la pandemia… Me voy a fijar en este último aspecto, que tiene tanta importancia para la convivencia política, social, ciudadana y familiar.
En la parábola del hijo pródigo, ahora llamada del padre bueno, el hijo quiere irse de la casa paterna, ser libre, hacer lo que le dé la gana. Pide la parte de la herencia que le toca, que es casi como decir que desea la muerte del padre. Como dice muy bien José Antonio Pagola:
¿No es ésta la situación actual? Muchos quieren hoy verse libres de Dios, ser felices sin la presencia de un Padre eterno en su horizonte. Dios ha de desaparecer de la sociedad y de las conciencias. Y, lo mismo que en la parábola, el Padre guarda silencio. Dios no coacciona a nadie (…) La sociedad moderna se aleja más y más de Dios, de su autoridad, de su recuerdo… ¿No está Dios acompañándonos mientras lo vamos perdiendo de vista?1
El hijo se gasta la herencia en una vida disoluta al máximo, que hoy se describiría como de prostíbulos, alcohol y drogas. Acepta un trabajo ínfimo, mal pagado, como les ocurre ahora a muchos emigrantes. El hijo pasa necesidad y eso es lo que lleva al arrepentimiento, no por su vida disoluta, sino por el hambre.
El vacío interior y el hambre de amor pueden ser los primeros signos de nuestra lejanía de Dios. No es fácil el camino de la libertad. ¿Qué nos falta? ¿Qué podría llenar nuestro corazón? Lo tenemos casi todo, ¿por qué sentimos tanta hambre?
Es verdad: la riqueza del mundo occidental lleva a millones y millones de industriales, comerciantes y políticos a ser millonarios que, sin embargo, no son felices. Se ve su infelicidad en sus rostros, en las declaraciones públicas, en su negativa a intentar cambiar de vida. Las mayores fortunas se hacen con la trata de personas, la droga y la producción y venta de armas. Un mundo cabeza abajo.
Volvamos a la parábola. Cuando regresa el hijo perdido, el padre no toma en cuenta nada de su pésima conducta: ha regresado mi hijo, está conmigo y eso es lo que me importa. No le deja concluir su frase de petición de perdón. Como dice en otro pasaje san Lucas: “Hay más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de perdón” (Lc 15,7). Y organiza una fiesta por todo lo alto.
Los jóvenes de hoy se han educado en una cultura de la comunicación rápida e intrascendente. El silencio les perturba, la meditación y la oración se la dejan a los orientales. El aprendizaje es con frecuencia copy and paste. ¿Es posible un mundo mejor en el próximo futuro?
Sí es posible, si esta vivencia del Padre Dios que nos quiere, aunque nosotros lo ignoremos, va abriéndose paso en las conciencias. Concluye Pagola su comentario de la parábola diciendo:
¿Nos pondremos en camino hacia Dios nuestro Padre? Muchos lo harían si conocieran a ese Dios que, según la parábola de Jesús, «sale corriendo al encuentro de su hijo, se le echa al cuello y se pone a besarlo efusivamente». Esos abrazos y besos hablan de su amor mejor que todos los libros de teología. Junto a él podríamos encontrar una libertad más digna y dichosa.
El mundo actual necesita amor, no tanto comunicación instantánea, consumismo y ruido. Las parroquias, los colegios católicos, las familias, el ejemplo de tantos buenos creyentes ayudarán sin duda a presentar esta imagen y vivencia del Dios Padre, que tanto necesita el mundo de hoy. A ti, querido lector de estas líneas, te encomiendo que te entregues a ese Padre y que des así ejemplo de que crees que un mundo mejor es posible.
- J.A.Pagola, Comentario al 24º domingo Tiempo ordinario, ciclo C: Lucas 15,12-24.