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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

Un dolor que clama al cielo

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Javier Duplá, s.j.

Lo que más hace sufrir al ser humano no es tanto el dolor como la soledad en el dolor, la ausencia de alguien que se compadezca, que diga una palabra de ánimo y que ofrezca un hombro para caminar juntos1.

Hay mucho dolor en Venezuela. Muchos familiares que se han ido y tal vez no vuelvan. Muchos enfermos de gravedad que no son atendidos en los hospitales por falta de medicinas y por sobrecarga de los médicos. Muchos desempleados que sufren cuando ven que su familia pasa hambre. Muchos torturados por hacer declaraciones en contra del Gobierno. Muchos niños desnutridos.

Muchos de los que sufren hoy en Venezuela no tienen parientes cercanos o amigos con los que compartir su dolor. Y no basta una consulta terapéutica por la que además tienen que pagar. Las personas religiosas pueden pedirle a Dios que les dé fuerza, que lo sientan cercano, dentro. Si lo logran, habrán vencido la soledad y el dolor será mucho menor.

¿Por qué hay tanto mal en el mundo? Muchos le reclaman a Dios que lo permita, que no cambie los corazones de los malvados, que parecen ser la mayoría. ¿No puede o no quiere Dios quitar el mal del mundo? El Hijo de Dios se hizo hombre y sufrió y acompañó en el dolor a muchos. Esa fue su respuesta a esta pregunta existencial sobre Dios y el dolor humano. Venezuela está pasando la peor parte de su historia contemporánea y muchos hacemos esa pregunta, ¿por qué Dios lo permite?

La concepción convencional de la “voluntad de Dios” como una fuerza misteriosa y arbitraria que se abate sobre nosotros con implacable hostilidad lleva muy a menudo a los hombres a perder la fe en un Dios que no pueden amar. Tal concepción de la voluntad divina lleva a la debilidad humana a la desesperación, y nos preguntamos si esta concepción, por sí misma, no es a menudo la expresión de una desesperación demasiado intolerable para la reflexión consciente. Estas “órdenes arbitrarias” de un Padre autoritario e insensible son, con frecuencia, más semillas de odio que de amor. Si éste es nuestro concepto de la voluntad de Dios, nos resultará imposible buscar el oscuro e íntimo misterio del encuentro que tiene lugar en la contemplación. Lo único que desearemos será huir lo más lejos posible de Él y escondernos de su rostro para siempre.

Ese no es el Dios que queremos ni el que vivió y presentó Jesucristo. Pero hay una frase terrible y misteriosa en el huerto de Getsemaní que parece dar razón a los que presentan un Dios cruel: “Aparta de mí este cáliz”, dice Jesús sufriente. Pero a continuación dice: “Pero no se haga mi voluntad sino la tuya”, le dice Jesús a su Padre Dios, sabiendo el sufrimiento que viene. Y eso tenemos que decir cuando el dolor nos oprime, sabiendo que Dios nos echará una mano y saldremos del trance doloroso. Pero la pregunta sigue en pie: ¿por qué Dios permite tanto mal en el mundo de hoy? Ucrania, Rusia, Níger, Nicaragua, Venezuela… gobiernos, mafias, colectivos, mercenarios y muchos grupos organizados para el secuestro, el tráfico de drogas, la compra de armamento, el sicariato. La libertad humana, usada para el mal, Dios no la suprime, la padece.

Es verdad que no entendemos a Dios con nuestras limitadas capacidades de pensamiento y afecto, pero le admiramos, le agradecemos y le pedimos que nuestras vidas se conviertan en aliviaderos de tanto mal que encontramos en nuestro mundo y que siempre ha ensuciado la historia humana. A este propósito sería bueno enseñar en las escuelas el daño enorme que han hecho a la humanidad gente como Napoleón, Stalin, Hitler, Mao-Tse-Dong, Pol Not y otros malvados destructores de millones de vidas humanas.

Nuestro dolor clama al cielo, allá lo acoge nuestro Padre Dios y nos envía el Espíritu de Jesús para que sepamos soportarlo y ayudemos a los que padecen tanta injusticia.

Notas:

  1. Leonardo Boff, Derechos del corazón, Editorial Trotta, Madrid, 2015, p. 82.
  2. Thomas Merton, Nuevas semillas de contemplación, Editorial Sal Terrae, Santander, 2020, p. 37.

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