Javier Contreras
El 6 de diciembre de 2015, luego de conocerse los resultados de las elecciones legislativas, muchos venezolanos pensaron estar presenciando el principio de un nuevo momento político, del que se desprenderían, conforme al deseo de la mayoría, medidas para atender una crisis social y económica que agobiaba sin tregua.
Lamentablemente los cambios no llegaron, en su lugar, lo que ganó terreno fue el atrincheramiento ideológico del gobierno Nacional y la dificultad de la dirigencia opositora para establecer lineamientos claros en torno a los pasos a dar, y el norte que guía sus acciones. Mientras los representantes de los dos grandes polos político – partidistas se endosaban insultos y amenazas, el país, las personas concretas, veían crecer la corrupción, la violencia, la inflación y el hambre, elementos que acompañan hoy la cotidianidad de todos los venezolanos.
En medio de la realidad que no cambia por decreto, ni mejora como resultado de buenas intenciones; luego de muchas idas y vueltas, la posibilidad del diálogo, del acercamiento en aras de construir espacios de solución, apareció entre tanta conflictividad. También esa posibilidad está siendo bombardeada, abierta o disimuladamente, por grupos específicos y localizados, quienes, por obstinación, interés económico, o simplemente por pensar que pueden eliminar a su adversario, celebran ante cada traspié de la iniciativa negociadora.
Vale decir que el gobierno nacional no ha dado muestras de rectificación, no asoma ninguna señal de honrar los acuerdos anteriores, no cesa en la intención de judicializar toda decisión de peso a través del TSJ. Es evidente que, en su carácter de rector de la convivencia en Venezuela, su actuación es reprochable por arbitraria y cínica, pero con una clara intencionalidad política: dividir y mellar a la MUD, desacreditarla haciéndola responsable de los desaciertos del modelo político – económico implantado por el chavismo hace 17 años.
A un año de lo que representó una posibilidad no cristalizada, se quiere desdibujar otra. Urge tener aplomo, de parte de la dirigencia política, de parte de la ciudadanía. La resignación y la irracionalidad visceral son igualmente peligrosas.