Por Félix Arellano
Llegamos al primer año de una guerra irracional, cruel e inhumana –como todas las guerras–, que además parece que se extiende y no se vislumbra una salida negociada; cada parte se radicaliza, la escalada crece, las contradicciones se profundizan y las consecuencias se tornan impredecibles.
La escalada crece, en parte, debido a que la participación de algunos Gobiernos occidentales se incrementa, tanto en el apoyo de armamento a Ucrania, como en la aplicación de sanciones a Rusia; empero, debemos tener presente que, en términos generales, tales Gobiernos están actuando con cautela, para los críticos, demasiado temerosos. Se trata de evitar la vinculación del conflicto con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), pues Ucrania no es país miembro de la organización.
La cautela se evidencia en el largo debate que se ha desarrollado en el interior de Alemania y los Estados Unidos sobre el suministro de los tanques Leopard 2 y Abrams, respectivamente; sin embargo, el presidente Putin, en su guerra híbrida contra Occidente y las instituciones liberales, ha construido un falso discurso que presenta la OTAN como directamente involucrada en la guerra, acechando las fronteras de Rusia.
Ante el incremento del apoyo militar a Ucrania, el Kremlin ha exacerbado los ataques en el territorio ucraniano, afectando principalmente a la población civil, tratando de incrementar el pánico y debilitar la popularidad del presidente Zelensky, que Rusia menospreció y ha resultado una sorpresa por su capacidad de convocatoria y fortaleza frente a las adversidades, pero también su posición se está radicalizando, cerrando las posibilidades de la salida negociada.
Todo pareciera indicar que el presidente Putin juega a una larga extensión de la guerra, entre otras razones, para agotar la resistencia del pueblo ucraniano y el apoyo de las democracias occidentales. Se ha llegado a un año y no se aprecian perspectivas de paz.
Pero mantener la guerra por largo tiempo es una decisión que no está exenta de contradicciones, pues el presidente Putin enfrenta serios problemas, como el desastre que han demostrado sus fuerzas armadas, teniendo que recurrir a la contratación de los mercenarios del grupo Wagner.
Por otra parte, crece el descontento en Rusia frente a la guerra caprichosa y fratricida, que el poder trata de ocultar con represión, las expresiones del malestar son diversas, entre otros, en la élite económica que enfrenta las consecuencias de las sanciones, en los jóvenes que constituyen la “carne de cañón” y están huyendo del país y, en buena parte, de la población que enfrenta el creciente deterioro de la economía.
Con el tiempo Putin va perdiendo el apoyo de sus aliados internos e internacionales. La pasada reunión de la Organización de Cooperación de Shanghái, efectuada en Samarcanda los días 15 y 16 de septiembre; representó un duro revés para los objetivos del presidente Putin, pues los aliados más cercanos no apoyaron la guerra y las delegaciones de India y China expresaron públicamente su rechazo.
Pero el presidente Putin asume que tiene capacidad de acción para una guerra prolongada, pues tiene su propia producción de armamentos y no depende del apoyo externo, además intensifica la manipulación del chantaje nuclear que, por cierto, también va perdiendo credibilidad, toda vez que su utilización puede resultar en un potencial suicidio.
Zelensky, apoyado en su popularidad nacional e internacional, en los éxitos en el campo de batalla y el apoyo militar de algunos países de Occidente –cabe destacar que incluso el parlamento suizo ha iniciado el debate sobre un posible apoyo militar a Ucrania, alterando su histórica neutralidad– se está radicalizando en sus posiciones, lo que torna más difícil la posibilidad de la salida negociada.
El presidente Zelensky debe tener presente la compleja dinámica de las democracias occidentales, donde grupos políticos radicales aprovechan las libertades para promover narrativas antiliberales, pero, sin ir tan lejos, debe apreciar que en los Estados Unidos el partido republicano, que acaba de lograr una mayoría en la Cámara de Representantes, se está tornando crítico sobre el apoyo a Ucrania.
Ahora bien, la paz debería ser el objetivo, pues la principal perdedora en esta guerra es la población civil. Al respecto, desde la comunidad internacional encontramos algunos esfuerzos importantes. Recordemos que desde los inicios de la invasión rusa, los Gobiernos de Alemania y Francia han realizado gestiones de paz y, en estos momentos, se presentan como países que promueven una negociación equilibrada que poco atrae a las partes radicalizadas. Putin no puede pretender lograrlo todo y tampoco Zelensky. La negociación, que obviamente conlleva concesiones de todas las partes, siempre encuentra fuertes resistencias.
El gobierno de Israel, no obstante sus complicaciones internas desde los inicios de la guerra, y gracias al acceso que tiene en los dos bandos, ha tratado de propiciar algún entendimiento. Más recientemente el canciller israelí ha visitado Kiev (16/02/2023) y ha anunciado la apertura de la embajada de su país en Ucrania.
Por otra parte, el presidente Recep Tayyip Erdogan de Turquía, a pesar de las contradicciones en su política exterior, ha desarrollado esfuerzos positivos para logra encuentros entre las partes, el más relevante ha sido su mediación en la negociación del programa de alimentos que ha permitido las exportaciones de cereales de parte de Ucrania.
Recientemente encontramos la iniciativa que está propiciando el presidente Ignacio Lula Da Silva, orientada a conformar un grupo de países amigos para promover las negociaciones. Algunos consideran que es una iniciativa poco equilibrada, pues el Gobierno de Brasil, desde la administración del presidente Jair Bolsonaro, ha concentrado especial atención en su comercio con Rusia, en particular el caso de los fertilizantes; empero, constituye un esfuerzo interesante en un contexto tan complejo.
Los radicales se atrincheran en sus posiciones: por una parte, los que asumen que Rusia tiene derechos históricos para ocupar los territorios, una postura historicista y expansionista; en el otro extremo se ubica el grupo que plantea la salida de Rusia sin concesiones. Como se puede apreciar, la situación se agrava y el principal perdedor es la población civil de Ucrania, que está enfrentando los ataques masivos, hambre y el frío del invierno.
En un contexto de radicalismos y escalada del conflicto, la guerra pareciera no tener fin, lo que trae a colación el caso de la guerra de Corea, donde la firma del armisticio que rechazó Corea del Sur en 1953, culminó los combates, pero técnicamente la guerra no y, en la práctica, se ha mantenido la división del territorio en dos países. Un escenario que algunos ya están planteando en el caso de la guerra en Ucrania.
Nota:
Este artículo fue originalmente publicado en TalCual Digital https://talcualdigital.com , el 21 de febrero de 2023.