Por A. Alamillos
La muerte de Béji Caïd Essebsi pilló a los tunecinos con las reformas a medio hacer. Entre los andamios de una polémica reforma electoral y la chapa y pintura de una transición política de dictadura a democracia todavía bisoña, el que fue el primer presidente electo democráticamente de Túnez desde la caída de su dictador Ben Alí, una figura de consenso que tuvo que hacer malabares políticos para aplacar un espectro político de islamistas y seculares, nostálgicos y grandes familias empresariales, con la amenaza del terrorismo del Estado Islámico al otro lado de la frontera en Libia, murió.
Las elecciones presidenciales, que estaban programadas para noviembre, se celebran finalmente este domingo, y enfrentan en la primera vuelta a 27 candidatos, entre un reputado clérigo de los islamistas moderados Abdelfatah Morou, el actual primer ministro Youssef Chahed, un candidato del aparato del viejo sistema Aldelkarim Zbidi, el expresidente Moncef Marzouki y la controvertida abogada Abir Moussi, con un discurso de retórica anti-islamista y nostalgia a la dictadura de Ben Alí.
Como toda campaña, esta también tiene su toque rocambolesco: uno de los candidatos, Nabil Karoui, -que además parte como de los favoritos para la terna final- es un magnate de los medios a lo Berlusconi que ha pasado la campaña en prisión provisional por presunta evasión fiscal y blanqueo de capitales. Otro candidato, Slim Riahi, ha hecho campaña desde el extranjero ante la amenaza de detención por delitos fiscales si pisa suelo tunecino.
Si ninguno de los candidatos se hace con la mayoría necesaria, los dos más votados se enfrentarán en una segunda vuelta antes del 4 de noviembre.
Estas elecciones son un test clave para la joven democracia tunecina, la única historia de éxito de las llamadas “primaveras árabes”, que han acabado con un gobierno autócrata de un exmilitar en Egipto, una guerra civil en Siria, una de las peores catástrofes humanitarias en Yemen y el más absoluto caos en Libia. Con ellas, y la elección de un nuevo presidente que se desmarque de los últimos retazos del régimen de Ben Alí, Túnez podrá encaminarse a una nueva fase de su transición democrática.
“Essebsi fue una figura paternalista continuadora de la tradición que impidiese que unos miedos a cambio demasiado profundos aflorasen en un periodo tan volátil como la transición. Era una cara de consenso, de confianza, de no fractura total con la tradición política, frente a lo que solicita una parte de la población, más joven, que quiere dinámicas totalmente nuevas”, señala a este diario el analista del Real Instituto Elcano Sergio Altuna, que ha residido en Túnez durante casi una década.
Con las nuevas elecciones presidenciales, las segundas democráticas en la historia del país norteafricano, se abre una posibilidad para alejarse del legado del dictador Ben Alí hacia una democracia más experimentada. “La transición no está terminada, pero sí que es momento de pasar a una segunda parte de este largo proceso. Y de las figuras (que se presentan a los comicios), excepto por un par o tres con reminiscencias del pasado, sí que son, al menos, aire fresco. Irradian algo muy diferente que traía consigo Essebsi”, añade el experto.
La fragmentación de los candidatos y la división en el partido Nidá Tunis (una formación heterogénea fundada tras la caída del dictador y con vocación “atrapalotodo”) favorecerá en esta primera vuelta, según las últimas estimaciones -la ley electoral tunecina no permite la difusión de sondeos en los 15 días que dura la campaña- al candidato del partido islamista Ennahda, partido ganador de los últimos comicios municipales y actualmente la mayor fuerza en el Parlamento tunecino.
La prueba islamista
Morou es el actual presidente interino del Parlamento y es una figura clave tanto en la génesis del partido Ennahda como en la ideología del islam político. Sin embargo, Ennahda no es los Hermanos Musulmanes (especialmente poderosos en el vecino Egipto, donde alcanzaron la presidencia con Mohamed Morsi antes de que fuera defenestrado por la asonada militar del actual presidente Abdelfatah Al Sisi). Tras la revolución de 2011 contra Ben Alí y en la transición política hacia la democracia, Morou y otras figuras del partido incidieron en la necesidad de darle un impulso más moderno y pragmático a la formación islamista moderada. En 2015 lideraron un histórico congreso en el que por primera vez un movimiento islamista separaba la acción política de la predicación religiosa, decisión pionera en el mundo musulmán refrendada después en las urnas.
“Ennahda ha dado muestras de tener amplitud de miras y de haber colaborado en diferentes gobiernos, tanto durante la transición como después haciendo coalición con Nidá Tunis. Ha tenido una visión muy generosa, sin aprovecharse de que Nidá Tunis -con el que ellos hacían coalición de gobierno- se estaba desmembrando para jugar esa baza en su beneficio, sino que ha adoptado un rol muy republicano, de sentimiento nacional y en favor del pueblo. Ha dado muestras que podrían garantizar a Occidente que son un socio fiable”, sostiene Altuna.
Pese a todo, la posibilidad de que el islam político llegue a la presidencia de Túnez levanta algunos miedos. Y Morou no lo tiene todo hecho. Aunque coseche un buen porcentaje de votos este 15 de septiembre, a finales de octubre se enfrentaría a la segunda vuelta a un candidato que acaparará el “voto en contra” de los islamistas tanto de izquierda y derecha como liberales.
“Ennahda es el partido más estable y con mayor estructura ahora mismo en Túnez, así que es bastante posible que llegue a la segunda vuelta. Ahora bien, es factible que se encuentre entonces con un panorama de ‘todos contra los islamistas’, que el otro candidato aúne en su persona el ‘voto útil’ de todos aquellos que reniegan, o que disgustaría mucho, una presidencia de la república islamista. Es un escenario que tiene detractores”, añade el experto.
Frente a los islamistas destacan una pequeña ristra de nombres que pueden llegar a hacerse con un porcentaje nada desdeñable de los votos. Youssef Chahed, actual jefe de Gobierno, podría interpelar a aquellos que abogan por un gobierno más tecnocrático y liberal, aunque la aguda crisis económica del país, que se ceba especialmente con los jóvenes desempleados, puede pasarle factura. Sus tensiones con Essebsi en sus últimos años lo apartaron también de algunos círculos de poder.
Peleando por un caladero de voto similar -voto “nidaísta” de las distintas escisiones del otrora partido del consenso postrevolución Nidá Tunis- estaría Aldelkarim Zbidi, el actual ministro de Defensa y heredero del legado de Essebsi.
Una tercera pata sería el ‘outsider’ Nabil Karoui, un magnate que controla la cadena Nessma TV, la más vista del país y de la que el propio Berlusconi es accionista.
La campaña desde la cárcel
Karoui, que ha hecho su campaña “anticasta” desde la cárcel, cuenta con gran popularidad entre sectores clave del electorado tunecino por sus visitas y donaciones de medicinas y otros productos esenciales en el interior y sur del país -histórico olvidado de los gobiernos tunecinos en favor de la capital y la zona costera-. Ha permanecido en prisión provisional desde poco antes de comenzar la campaña presidencial, cuando fue arrestado acusado de evasión fiscal y blanqueo de capitales.
Partidarios de Nabil Karoui piden su liberación. (Reuters)
El candidato se ha declarado en huelga de hambre para forzar a las autoridades a que le permitan ir a votar y ha jugado la carta del “candidato del pueblo”, un ‘outsider’ del corrupto mundo de la política “perseguido por una conspiración” orquestada por el ‘establishment’ tunecino, preocupados por su empuje. “Soy el primer prisionero político desde la revolución”, ha declarado desde la prisión de Mornaguia (a 14 kilómetros de la capital, en el norte del país) al diario ‘Jeune Afrique’.
Además del canal Nessma TV, Kroui maneja una de las mayores empresas de publicidad y relaciones públicas en Túnez, lo que le ha permitido, incluso estando en prisión, tener una gran presencia en los medios. Las estimaciones hablan de que hasta 10 candidatos podrían lograr en torno al 5% de los votos en esta primera ronda, pero las apuestas van hacia las tres figuras claves de Karoui, Morou y Chahed.
En una región con una de las tasas de participación electoral más baja del mundo (Sahel y norte de África), las cifras de Túnez llaman la atención. El primero de los tres debates presidenciales entre candidatos programados en la televisión, por primera vez en la historia del país, alcanzó los tres millones de espectadores (Túnez tiene una población de 11,53 millones). Siete millones de tunecinos, de los cuales 2,5 millones son nuevos electores, están convocados a las urnas.
Pese a el frío invierno de desafección con el sistema político que rodea a Túnez, en una región que se encendió de esperanza en las conocidas como “primaveras árabes”, el país continúa adelante en su evolución hacia una democracia más madura. Para Altuna, esto es una buena señal: “La cultura política ha calado en Túnez. La política importa a la gente, sobre todo si contextualizamos Túnez regional y geopolíticamente. La gente va a votar consciente de que su voto importa y tiene un impacto”.