Javier Contreras
El 20 de enero será la toma de posesión del Presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Las preguntas son muchas, al igual que las dudas y los temores, todo esto justificado ya que en el caso de Trump, el personaje ha superado ampliamente a la persona.
Apartándose del brillo y de la estridencia que rodean sus declaraciones y apariciones públicas, es necesario detenerse en lo que representa “el dilema” con el que comenzará su presidencia: intentar dar un viraje significativo a la tradición política, económica y estratégica que ha marcado el desenvolvimiento de su país, o acercarse a una suerte de continuismo con alguna que otra pincelada de impronta personal.
Cualquiera de las dos opciones le supondrá consecuencias. La primera lo enfrentaría con el entramado de relaciones que ha configurado el particular sistema norteamericano; la segunda, le puede conferir un aire de debilidad de cara a sus seguidores, quienes sentirían defraudada la confianza que colocaron en él para liderar “el cambio”, en este caso, el tránsito a la negación de la política.
Ante el mundo también es importante dilucidar con qué Trump se va a interactuar. ¿Con el proteccionista económico?, ¿con el xenófobo?, ¿con el amateur político jugando a ser profesional?, ¿con el proponente de relaciones con países poco afines al suyo?, O con un Trump consciente de la importancia de los tratados multilaterales, menos beligerante contra la inmigración, capaz de escuchar a los expertos en las distintas especialidades y dispuesto a mantener las alianzas ya establecidas, sin que eso signifique cerrarse a nuevas oportunidades.
Queda esperar, reconociendo que por sobradas razones el mundo está atento a lo que suceda en Estados Unidos. Otros pesos pesados del concierto internacional como Rusia, China, Japón, y los miembros de la OTAN, ya perfilan estrategias ante lo que hasta ahora son solo incertidumbres.