Por Fernando Ponce, S.J.
Acabamos de vivir una semana trágica que a todos nos ha desconcertado. Hay todavía mucho por asimilar, y mucho más por corregir como país. Por el momento, quisiera compartir con ustedes tres lecciones que me deja esta crisis, a título personal y sin comprometer la PUCE, a la cual me debo.
Una primera lección es que la auténtica solidaridad es absorbente y exigente, pero es la única vía para la humanización. Al principio de la semana fuimos muy claros al definir las características de las personas que queríamos acoger. Nos propusimos aceptar mujeres, niños, niñas, ancianos y otras personas vulnerables de Zumbaha. En los hechos, sin embargo, tuvimos que abrir más la puerta del albergue. Terminamos recibiendo a varones y jóvenes también, a otras comunidades de Cotopaxi, y a comunidades de otras provincias, mucho más allá de nuestro plan inicial. Esta experiencia nos desbordó en momentos; todavía guardo en mi memoria el portón de entrada con tanta gente queriendo entrar y nosotros buscando filtrarla con varios mecanismos. Pero, a la vez, fue una experiencia muy humanizante y transformadora. Terminamos recibiendo a quienes lo pedían, y no a quienes nosotros habíamos decidido recibir. La solidaridad nos desbordó, pero nos volvió más humanos, creo yo.
Esta experiencia de apertura de puertas y de corazones refleja lo esencial de la parábola del buen samaritano, que se encuentra en un giro narrativo que pasa muchas veces desapercibido. Cuando los fariseos quieren seguir provocando a Jesús, le preguntan: ¿y quién es mi prójimo? O sea, ¿cómo lo defino? Jesús narra entonces la parábola y luego da su lección: entonces, ¿cuál de los tres (levita, sacerdote, el caminante de Samaría) se portó como prójimo del hombre que fue asaltado por los ladrones?
Según este evangelio, existe una diferencia entre definir al prójimo al que queremos ayudar, y hacerse prójimo del caído real, es decir aproximarse a él y dejarse interpelar y redefinir por su situación. El aproximarse, en vez de solo ayudar, el entrar en contacto y relación, en vez de solo brindar servicios es lo que, a mi juicio, nos sucedió y nos volvió más humanos.
Una segunda lección proviene desde otra perspectiva. Desde el punto de vista de la política, con nuestra zona de paz y acogida humanitaria contribuimos al ejercicio de la democracia en el país. En teoría, todos los ecuatorianos somos iguales en derechos, todos tenemos igual derecho a opinar, a manifestar públicamente nuestra opinión, a participar activamente en la construcción del país, a la salud, educación, etc. En la práctica, indígenas y campesinos, por mencionar solo a ellos, no cuentan con las condiciones necesarias para ejercer estos y otros derechos. Los ecuatorianos somos iguales en derechos, pero con desiguales oportunidades y condiciones para ejercerlos.
Al ofrecer albergue, promovimos la igualdad de oportunidades para este grupo de ciudadanos, por unos pocos días. En pequeña escala, hicimos lo que todo Estado debería buscar permanentemente y en relación con todos los derechos: la igualdad de oportunidades, uno pilar básico de cualquier democracia moderna.
Algunos nos critican lo que hicimos porque, dicen, alentamos la protesta. Lo que hicimos fue facilitar el derecho a manifestar de quienes han sido, por siglos, excluidos del debate público y de la construcción de un país que debería ser un proyecto republicano, un proyecto común. Condenamos la violencia y vandalismo de estos días, y nos abstenemos como universidad de pronunciarnos sobre la razonabilidad de las medidas económicas decretadas por las autoridades gubernamentales. Pero no podíamos seguir de largo como el sacerdote y el levita de la parábola del buen samaritano.
Finalmente, ha llegado el momento de cerrar un capítulo, y enseguida abrir otro del mismo libro de la vida. El país necesita caminar hacia la reconciliación nacional, y la universidad puede contribuir a este objetivo. En estos días nos ha entristecido el grado de violencia que se ha abatido sobre la ciudad y nos ha indignado la intensidad del racismo y odio que se han esparcido por todo el país. Algunos creen que esta semana trágica nos ha fracturado como país, cuando la verdad es que el país arrastra fracturas e injusticias estructurales desde hace siglos, que hoy volvieron a sentirse. No es una exageración decir que el Ecuador nació mal hecho en 1830.
Como universidad confiada a la Compañía de Jesús y, por supuesto. como universidad católica, estamos llamados a trabajar de acuerdo con nuestros lineamientos globales (Preferencias Apostólicas Universales), el segundo de los cuales dice: “caminar junto a los pobres, los descartados del mundo, los vulnerados en su dignidad en una misión de reconciliación y justicia”. Lo hemos hecho con la acogida humanitaria, y ahora debemos hacerlo mediante nuestro compromiso por la reconciliación nacional y según nuestra especificidad de comunidad académica.
Un grupo de docentes que colaboró en el albergue está preparando una propuesta concreta que les será comunicada pronto y que, espero, suscite su interés y adhesión.
Para que esa semana de octubre no vuelva a pasar, meditemos y apliquemos las sabias palabras del Papa Paulo VI: “Si quieres la paz, lucha por la justicia”.
Fuente https://www.cpalsocial.org/tres-lecciones-de-la-semana-tragica-de-octubre-3111