Ismael Pérez Vigil
En la situación que vivimos –que pretende ser de “auge de masas”, para utilizar una jerga supuestamente revolucionaria, aunque ya en decadencia– las enseñanzas de J.A.C. Brown, a quien cité la semana pasada (https://ismaelperezvigil.wordpress.com/2018/03/10/nuevo-repunte-de-la-sociedad-civil/), son particularmente aleccionadoras, tanto, que me permito resumirlas libremente.
Señala este autor que las ideologías totalitarias, sean marxistas, fascistas o nazis, aunque opuestas en contenidos intelectuales, son muy similares en cuanto a que ejercen un atractivo emocional y tienen un discurso muy poderoso en todos aquellos que se conectan con el mensaje y se sumergen encantados en los movimientos de masas, sometiéndose fácilmente y sin resistencia a una autoridad superior que sienten que les guía y representa. Todos los movimientos de masas reclutan sus seguidores en los mismos grupos humanos y atraen personalidades similares; por eso, cuando uno de ellos crece, por lo general lo hace en detrimento, a expensas, del decrecimiento de los otros, sonsacándoles sus miembros y es por eso que sus militantes son intercambiables y suelen transformarse en seguidores de otro cualquiera de estos grupos.
Un movimiento de masas de carácter fanático religioso, fácilmente se convierte en uno social o nacionalista y todo movimiento social se puede transformar fácilmente en un movimiento nacionalista o de carácter religioso. Las experiencias históricas abundan y en países culturalmente disímiles; desde Turquía, hasta Inglaterra, las revoluciones sociales se convirtieron en nacionalistas o movimientos religiosos.
Por esta razón, cuando un movimiento político de masas o un partido tiene en sus raíces, en su génesis, la semilla totalitaria, como necesariamente tiene que competir con otros movimientos y sus exigencias de lealtad para captar adeptos, termina oponiéndose a la religión y a la familia y tratando de manipular la educación, pues esas son las agrupaciones u organismos sociales que tienen las emociones más profundamente enraizadas.
Los nazis, los fascistas, los nacionalistas turcos, los revolucionarios franceses, los comunistas rusos, los maoístas, son o fueron anti religiosos e intentaron substituir la religión con su propia ideología. Paradójicamente tienen éxito no en donde hay más pobres, pues si así fuera, toda Asia, África y gran parte de América Latina estarían bajo uno de estos regímenes; su éxito no es proporcional a la miseria y al descontento, sino que triunfan en donde hay más resentidos, repudiados, frustrados, grupos minoritarios o socialmente inadaptados o excluidos y suelen seleccionar sus líderes, no entre los que están teóricamente más preparados, sino entre aquellos que mejor reflejen y encarnen sus sentimientos de reclamo, denuncia y condena.
La dictadura se sostiene en el poder en Venezuela por el arbitrario uso y control de los recursos del estado, la expoliación a los derechos de propiedad y la irracional amenaza de las armas; pero lo ideológico que hemos venido analizando puede explicar la importante y representativa permanencia del “mito de Chávez” en algunos sectores populares, estimulado de manera consciente y permanente por el aparato publicitario de la dictadura, para mantener, acríticamente, irracionalmente, la pasión y lealtad por el líder fallecido con vistas a mantener un supuesto apoyo electoral.
La atracción del mito, del caudillo fallecido, se ha ido deteriorando, pues el “carisma” –a menos que sea profundamente espiritual o religioso– difícilmente sobrevive a la desaparición física del líder; la estrategia entonces, además del uso de la violencia, se refuerza –como vimos en las pasadas elecciones de gobernadores– con la “manipulación” de los resultados electorales y las trampas desembozadas para mantenerse en el poder a toda costa.