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Tokio 2020: “lo que soy por lo que puedo ser”

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Por Luis Ovando Hernández, s.j.*

Soñar con lo que más queremos
Aquello difícil de lograr
Es ofrecer llevar la meta a su fin
Y creer que la veremos cumplir
Arriesgar de una vez
Lo que soy por lo que puedo ser

Gloria Estefan – Reach

Definitivamente, a los seres humanos no nos es suficiente con “lo dado”; existe en nosotros un impulso que nos pone a soñar, nos anima a alcanzar nuevos horizontes, llegar al final conscientes de que hay más pruebas por superar; esta actitud vital nos llena de convicciones de que nuestra existencia no está completa del todo, y que podemos llevarla a nuevas y más altas cuotas. Especialmente, en el ámbito deportivo, de hecho, vamos de lo que somos, a lo que podemos ser.

Este “espíritu rebelde” e inconforme es el fuelle que insufla las llamas del propio interior, poniéndolo a prueba en determinados momentos y circunstancias. Al relacionarnos con otros pares, que abrigan similares expectativas y dinámicas en sus corazones, entramos en una sana competitividad. Es así como los otros se convierten para nosotros en una especie de baremo, para que, recíprocamente, nos midamos en buena lid, mientras nos entretenemos.

Ambos componentes —el individual y el colectivo— han encontrado en los Juegos Olímpicos un desagüe que amalgama un sinfín de preciosísimos valores humanos dignos de ser socializados, porque nos hacen bien, porque hacen de nosotros más y mejores personas y pueblos, siempre que los vivamos y asimilemos debidamente.

Deseo reflexionar sobre los Juegos Olímpicos, motivado por la recién acabada edición de los juegos de Tokio 2020, resaltando particularmente estos valores positivos inherentes al deporte, al tiempo que mencionaré superficialmente otras realidades que se les han adherido cual rémora y que los opacan, les restan brillo y evidentemente no son ejemplarizantes.

“Lo que soy por lo que puedo ser”, es una provocación. Se trata de nuestro «futuro» que le habla a nuestro «presente» para que lo haga realidad ya; lo actualice, de modo que vivamos nuestro “presente” como hombres y mujeres del “futuro”. Somos entonces lo que somos, por lo que podemos llegar a ser al final de la competencia. Hermosa provocación, y hermosa empresa de vida.

En el comienzo, Dios… y otros valores

Los Juegos Olímpicos tuvieron inicio en la ciudad de Atenas —hoy, capital de Grecia—, específicamente en Olimpia, y estaban dedicados a Zeus Olímpico, dios supremo.

Los atletas —venidos de todas las ciudades del mundo griego— se preparaban física y espiritualmente durante un año entero, para poder dar el máximo rendimiento en sus respectivas competencias. Los motivaba el orgullo de poder representar a sus ciudades y familias, el ponerse a prueba con sus pares y el deseo de llevar las glorias al dios ante quien se mostraban. Las premiaciones se limitaban a una cinta colocada sobre su frente y a una corona de laureles.

De esta época dorada —que se cerró con la entrada en escena del cristianismo como religión de Estado del imperio romano en el siglo IV, al decretar los juegos como actividades netamente paganas—, rescato algunos valores dignos de ser puestos en evidencia si queremos continuar disfrutando de este sano entretenimiento deportivo.

En primer lugar, los Juegos Olímpicos suponían un tiempo de paz; si existían contiendas bélicas entre ciudades, éstas se detenían para permitir el traslado de los atletas a la sede de los juegos. Las Olimpíadas implicaban una tregua en toda Grecia, hecho que era bien acogido por la entera población. En segundo lugar, la preparación física de los deportistas estaba motivada única y exclusivamente por la gloria que el propio desempeño pudiera traer a Zeus Olímpico y a la ciudad de origen; las expectativas individuales estaban supeditadas a las grupales y no existían intereses ocultos o de terceros interfiriendo en los juegos. En tercer lugar, no se había desarrollado aún el mercado de «aditivos» que mejoraran el rendimiento, disminuyeran la fatiga o aumentaran la masa muscular; tampoco había hecho acto de presencia la tecnología, con su respectiva merchandising, prometedora de tumbar las décimas que marcan la diferencia. Toda la confianza estaba puesta en la preparación física-natural, y en la motivación sostenida por los valores religiosos y deportivos, cual preciosísimo acicate.

Atletas Olímpicos en la antigua Grecia. Crédito: EFE

Estando así las cosas, colocar en la palestra “un” trascendente, es decir una realidad que esté por encima del dinero de las cableras televisivas y las empresas publicitarias y deportivas, que se sobreponga al corazón mezquino del atleta que compite deshonestamente, es garantía de fair play, por una parte, y de reforzamiento de los valores inherentes a los Juegos Olímpicos, por otra parte, que tanto bien nos hacen a todos.

Es condición sine qua non equilibrar sanamente las expectativas personales y los deseos de mostrarse en las “vitrinas” deportivas internacionales, con el hecho de pertenecer a una nación, de representar a una bandera y de formar parte de un equipo. Pensar en estos términos robustece el propio espíritu, la entrega hasta el final, las ganas de ofrecerlo todo, y da un nuevo sabor de boca al dolor provocado por llevar al extremo las fuerzas físicas, otorgando asimismo la conciencia de que estamos preparados para triunfar con humildad, o salir derrotados con gallardía. “Morder el polvo” no es la antesala de la depresión, sino la posibilidad de tensar nuevamente la flecha de la propia existencia, para, en futuras competencias, ser lo que se es por lo que se puede ser.

Para los días más brillantes, y las noches más oscuras

Uno de los símbolos más preñados de significado es la antorcha olímpica. La llama de luz recorre kilómetros, hasta llegar a la sede de los Juegos Olímpicos. Es una luz para los días más brillantes y las noches más oscuras. Ella inaugura las competencias, ilumina la ciudad anfitriona y enciende los corazones y las conciencias de los competidores.

Como podemos bien inferir, las bondades de la luz nos benefician permanentemente. Es cierto que su utilidad es más evidente durante la oscuridad. Pero la plena luz del día no tiene la propiedad de disipar los distintos tipos de tinieblas que se ciernen sobre la condición humana (se cuenta que Diógenes, filósofo cínico del siglo V a. C., se paseaba al mediodía por las calles de la decadente Atenas, con una antorcha encendida, gritando: “busco a un hombre”; es decir, Diógenes iluminaba los rostros de los atenienses con la idea de individuar a una persona, en el más pleno sentido de la palabra “persona”).

Por lo que a Venezuela se refiere, nuestros atletas mostraron decididamente su condición de personas, en los términos queridos por Diógenes. Sabemos de los esfuerzos de muchos de ellos por participar en la justa deportiva universal; esfuerzos que rayan con el heroísmo. Estamos igualmente conscientes del estado actual de la realidad deportiva en nuestro país, que se halla a ras de suelo. Finalmente, damos cuenta del intento del Ejecutivo Nacional por endosarse los frutos recogidos por nuestros atletas.

Crédito: EFE

En semejante contexto, valores como la perseverancia cobran todavía más sentido. Es encomiable el hecho de haber persistido hasta el final. Esto es alcanzar la gloria, incluso antes de haber competido. Mantener la mirada fija en la meta es una gracia que pocos competidores ostentan. Continuar incólumes ante las insinuaciones que pretendieron arrebatarles los logros alcanzados, es mantener la llama encendida en todo instante.

Reach

Atlanta (Estados Unidos), fue sede de los Juegos Olímpicos en 1996. En esa ocasión, Reach fue uno de los dos himnos oficiales del encuentro mundial. Interpretado por la cantante cubana Gloria Estefan, me pareció —particularmente por su letra— una canción hermosa, que recoge el punto de vista anímico y espiritual de quien está por comenzar la competencia para la que se ha preparado, sabiendo que lo que está en juego es su persona, lo que puede llegar a ser, una vez que ésta concluya.

Perseverancia, honestidad, sacrificio, respeto por las reglas y los árbitros, saber ganar y saber perder, amar a la patria que se representa, entregarse todo, no rendirse, ser humilde y consciente siempre, es una lista resumida de valores que promueven las Olimpiadas y de los que estamos necesitados perennemente.

Mente y cuerpo sanos. Espíritu inclinado en beneficio del país y de Dios —para quienes seamos creyentes. De esto estamos también constituidos. Es lo que somos; los que amamos y practicamos algún deporte, estamos claros que gracias a ello podemos llegar a ser más: magis, según palabras de san Ignacio de Loyola.


*Rector del Colegio Loyola – Puerto Ordaz

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