Javier Contreras
Tras la decisión de posponer la jornada de recolección de firmas, huellas o voluntades (la denominación no cambia el hecho) para la definitiva activación del Referendo Revocatorio, la situación de conflictividad e incertidumbre en la que se encuentra estancada Venezuela, nos ubica en una especie de juego sin ganador, algo similar a ingresar a un túnel del que no se sabe la longitud y se desconoce cuánto tiempo ha de invertirse en salir de él.
El lamentable episodio del asalto a la sede del Poder Legislativo por parte de grupos violentos, simpatizantes del Gobierno Nacional y asalariados de sus representantes, constituye un paso más en la escalada irracional de confrontación e irrespeto a las normas básicas de convivencia política y social. Esta confrontación es la única cara de quienes aun ejerciendo el poder, se saben perdedores.
Se saben perdedores porque conocen la disminución del apoyo popular; porque aunque lo nieguen han destruido el aparato productivo; porque hablan de superar el rentismo petrolero y reactivan otro rentismo, tan agresivo y devastador como es el minero; porque no pueden ocultar las fracturas dentro de un movimiento que hasta hace tres años era monolítico; porque no tienen otra aspiración que mantenerse en el poder, pero hacerlo a estos costos y de manera dictatorial, los va a hacer inviable en un futuro como proyecto político.
Ahora bien, no pierde el gobierno exclusivamente. Como consecuencia de sus decisiones y su falta de voluntad, perdemos como venezolanos ya que no creemos en el valor de las instituciones que hábilmente han desprestigiado; perdemos porque la situación de sálvese quien pueda, gana terreno ante la rudeza económica; perdemos porque cada vez nos cuesta más dejar de vernos como adversarios; perdemos porque tenemos que enterrar cada vez más muertos víctimas de la violencia. Pero perdemos, sobre todo, porque la modernidad (en el mejor sentido del término) y todo lo positivo que ella implica, nos sigue dejando atrás; porque el valor de la política, entendida como el campo de la posibilidad en el que todos construimos, se desdibuja reduciéndose al campo de la supuesta obligación.
Existen vías para dejar de perder. No será de un día para otro, ni será fácil, pero es menester buscarlas, y una vez encontradas, asirse a ellas con la convicción de la necesidad y la esperanza de la capacidad para ser un mejor país. Una de estas vías es la negociación, término tan manipulado por los actores que parece haber perdido legitimidad en muchos sectores, pero es, indefectiblemente, la vía.
No es quijotada, es política, modernidad y sensatez…. Eso sí, negociar no ha de suponer ingenuidad, eso sería otra cosa.