Por Cardenal Baltazar Porras Cardozo
Fruto del jubileo de la misericordia fue el llamado urgente a ser una “Iglesia pobre para los pobres”, que en salida misionera, muestre el rostro misericordioso del Padre a toda la humanidad. Instituyó, entonces, el Papa Francisco, la jornada mundial de los pobres, en el penúltimo domingo del año ordinario que cae en la segunda quincena del mes de noviembre. Este año el lema “Tiende tu mano al pobre”, tomada de la biblia, invita a responder juntos a dos interrogantes que el Papa nos hace sobre los pobres: “cómo podemos ayudar a eliminar o al menos aliviar su marginación y sufrimiento”, y, “cómo podemos ayudarlos en su pobreza espiritual” porque los pobres no pueden esperar.
Desde la realidad venezolana constatamos que hay mucho sufrimiento, la lucha por sobrevivir en medio de las grandes calamidades que padece el país es enorme. Más del 80% de la población está en los umbrales de la pobreza. La Conferencia Episcopal en reciente documento señaló que esta situación “está haciendo sufrir a los venezolanos, especialmente a los más pobres, y conlleva el inminente peligro de violentos estallidos sociales”.
En el mensaje del Papa se nos dice: “la opción por dedicarse a los pobres y atender sus muchas y variadas necesidades no puede estar condicionada por el tiempo o disposición o por intereses privados, ni por proyectos pastorales o sociales desencarnados”. “El grito silencioso de tantos pobres debe encontrar al pueblo de Dios en primera línea, siempre y en todas partes, para darles voz, defenderlos y solidarizarse con ellos ante tanta hipocresía y tantas promesas incumplidas, e invitarlos a participar en la vida de la comunidad”. Es mucho más que activismo asistencialista. Optar por los pobres exige también luchar contra las causas que generan la pobreza.
“Este momento que estamos viviendo ha puesto en crisis muchas certezas. Nos sentimos más pobres y débiles porque hemos experimentado el sentido del límite y la restricción de la libertad, la pérdida de trabajo, de los afectos más queridos y la falta de las relaciones interpersonales habituales han abierto de golpe horizontes que no estábamos acostumbrados a observar. Nuestras riquezas espirituales y materiales fueron puestas en tela de juicio y descubrimos que teníamos miedo”.
Tender la mano es un signo que nos recuerda inmediatamente la proximidad, la solidaridad, el amor. Tenemos por delante la beatificación de José Gregorio Hernández. Caminemos con él, testigo de médico de los pobres, modelo de santidad, testimonio de vida según los valores del Evangelio, con amplitud de miras que lo hizo trabajar con colegas que tenían otras creencias, pero juntos, tenían la certeza de luchar por la vida de todo venezolano sin distingos de ninguna especie. Unámonos a la figura de José Gregorio en la reconstrucción del país, siendo hombres y mujeres nuevos, gestores de una nueva sociedad.