Antonio Pérez Esclarín
Ya se acerca Navidad: Tiempo propicio para el reencuentro, el diálogo sincero, la reconciliación, y el trabajo compartido para resolver nuestros gravísimos problemas entre ellos el de la pobreza, la corrupción, el clientelismo, la inseguridad, la violencia, la inflación, la escasez y la ineficiencia. En Venezuela, necesitamos con urgencia recuperar una mirada cariñosa e inclusiva para vernos como conciudadanos y hermanos y no como rivales o enemigos.
Al enemigo se le ataca con violencia. Al hermano se le acepta con cariño a pesar de la diversidad y las diferencias. La genuina democracia es un poema de la diversidad y no sólo tolera, sino que celebra que seamos diferentes. Diferentes pero iguales.
Precisamente porque todos somos iguales, todos tenemos derecho a ser, pensar y decidir de un modo diferente dentro, por supuesto, de las normas de la convivencia que regulan los derechos humanos y los marcos constitucionales.
Son tiempos para trabajar juntos, sin descalificaciones ni exclusiones para, sin claudicar de las grandes utopías de buscar con empeño un mundo mejor y seguir denunciando la creciente insensibilidad de los poderosos y el pragmatismo político que antepone los propios intereses a la defensa del bienestar colectivo y de los derechos humanos, emprender las micro revoluciones urgentes y necesarias que nos resuelvan los gravísimos problemas de la cotidianidad. No podemos seguir proclamando que estamos construyendo un mundo nuevo, si hay que hacer colas de varias horas para comprar alimentos, medicinas o repuestos; si no somos capaces de recoger la basura; si nuestras calles y carreteras parecen recién salidas de un bombardeo; si tenemos miedo de salir a la calle y ser atracados o asesinados; si gran parte de nuestros hermanos viven en condiciones inhumanas; si las cárceles son centros de deshumanización y universidades del delito; si la corrupción y la impunidad imperan soberanas; si seguimos pegados a la teta petrolera y no asumimos el trabajo productivo y responsable como medio esencial de producir riqueza y de garantizar a todos unas condiciones de vida digna en vivienda, alimentación, educación, salud, recreación… como factores esenciales para la convivencia pacífica.
Todos debemos comprometernos a superar de una vez las ofensas, el maltrato y el rencor. El amor a Venezuela, si real, se debe traducir en unidad en la diversidad, y en trabajo solidario para que nuestros pueblos y ciudades sean bellos y seguros; para que todos los niños y jóvenes disfruten de una educación de verdadera calidad; para que enfermarse no sea una tragedia; para que la inflación no devore ahorros y salarios; para que el agua llegue a todas las casas; para que no haya apagones; para que las instituciones funcionen, resuelvan problemas y traten a todos los ciudadanos por igual; para que todos los venezolanos podamos vivir dignamente de nuestro trabajo y disfrutar de servicios eficientes.
De nada sirve proclamar que tenemos Patria si no nos garantiza la vida ni los bienes y servicios esenciales.