Monseñor Mario Moronta
En las últimas semanas del pasado año y en los primeros días del 2018, hemos escuchado y leído algunas predicciones acerca del año que está comenzando. Se oye con harta frecuencia que será un año muy difícil y hasta más fuerte que el pasado. No deja de haber voces agoreras que asustan y llenan de temor con sus cábalas y planteamientos. No falta quienes vuelven a pensar de manera inconsciente que se debe “calentar la calle” y apelan a la violencia. También los hay que “rumorean” alzamientos populares y militares como si eso fuera la solución. También, lamentablemente conseguimos a muchos conformistas que juegan a la mediocridad y a que acá no pasa nada. A estos se unen quienes piensan que con aumentos de salarios, con ciertos programas y con algunas dádivas al pueblo se va a solucionar la situación de crisis.
Hay una grave crisis en el país. Eso ya no hay ni qué demostrarlo. Agrava la situación el relativismo ético con el cual hay muchos que están involucrados: son los “bachaqueros”, los especuladores, los que buscan sus propios intereses. Peor aún, pues hay un gran vacío de liderazgo en la clase política: sólo buscan sus intereses particulares y muestran un gran afán de poder y de mantener sus prebendas. Quienes están en los puestos de gobierno, aun cuando dicen estar al servicio del pueblo y ofrecerle algunas dádivas de corte populista, lo que pretenden es su permanencia en el poder. No se siente una auténtica preocupación por el pueblo. Junto a esto, los problemas se agravan con la escasez de alimentos y medicinas, así como de otros insumos necesarios para la convivencia ciudadana. La corrupción campea y parece convertirse en una “sub-cultura” ya consolidada. Hay sectores de la población que sienten el hambre y la indefensión; por eso, mucha gente ha ido emigrando hacia otros países en búsqueda de mejores condiciones.
En medio de este panorama y ante las predicciones de no pocos profetas del desastre ¿qué debe hacer la Iglesia? Muchos dirigentes políticos de todos los bandos lo que quieren es que la Iglesia tome posición político-partidista. Otros quieren que la Iglesia no se meta en nada ni siquiera en la atención de los más necesitados y hasta llegan a descalificar la acción social de la Iglesia. No faltan clérigos y dirigentes laicos que apuestan por lo político-partidista y no tanto por lo evangelizador y buscan soluciones extremas. Por eso, urge responder a la pregunta ¿qué debe hacer la Iglesia?
Para quienes somos discípulos de Jesús, aún en medio de la crisis que vivimos, caminando por tinieblas y enfrentando las situaciones y problemas existentes, hemos de recordar que 2018 es también un tiempo de gracia. Más aún, como lo hizo Jesús en la Sinagoga, interpretando al profeta Isaías, nos corresponde anunciar ese tiempo de gracia hoy y siempre. Es lo propio de la Iglesia. Pero hay que hacerlo con sentido de fe Cristiana. No significa que hay que aislarse ni predicar la resignación. Es necesario recordar lo que nos enseña Jesús. San Pablo, a la vez, nos dice que debemos caminar como en el día siendo hijos de la luz.
Desde esta perspectiva, para poder vivir y proclamar el año de gracia durante el 2018, entre muchas otras cosas, podemos destacar tres tareas. Una primera, es anunciar la centralidad de Jesucristo y que todo se pueda hacer en su nombre. Hay que presentarlo también como el gran liberador. No hay que tener miedo a la palabra, pero Venezuela necesita un decidido proceso de liberación. No hay que hacer una lectura reduccionista y pensar que se refiere exclusivamente a lo político. Venezuela debe ser liberada de la oscuridad y para ello se cuenta con la Luz de Cristo y de su Palabra de Verdad. Es ella la que nos hará libres (Cf. Jn 8,32). Cristo liberador es el que nos hará, por razón de nuestra fe, hacer una opción preferencial por los pobres y asumir y contagiar los valores del Reino de Dios. Pero hay que hacerlo todo en nombre de Cristo, no con pietismos ni falsos devocionismos, tampoco manipulando el Evangelio ni la enseñanza de la Iglesia. Él es la Luz y nosotros sus testigos.
Una segunda tarea, importante, es demostrar nuestra pertenencia y servicio al pueblo. No en vano somos pueblo de Dios. Para ello, como nos enseña Francisco, demostrar que somos una Iglesia en salida, pobre y para los pobres. La gente sencilla debe sentir la presencia y acompañamiento de sus pastores y de los agentes evangelizadores. Hay la tentación de buscar a quienes se consideran los importantes en la sociedad. Como discípulos de Jesús hemos de imitar y hacer sentir el dinamismo de su encarnación. Esto nos llevará en todo momento a sentirnos miembros del pueblo, no simples espectadores de sus esperanzas y alegrías, de sus sufrimientos y angustias. Sólo así, con la ayuda del Espíritu Santo, podremos tener la creatividad para acompañarlo, buscar propuestas de solución a los problemas de todo tipo y promover las iniciativas necesarias para la superación de la crisis humanitaria existente. Esto nos lleva a desarrollar todo lo que la misma Iglesia ha propuesto: una Iglesia comunidad de comunidades: es allí en las comunidades eclesiales de base, en los hogares, en las escuelas y otras formas de convivencia donde debemos actuar con sentido de solidaridad. Así podremos poner en práctica lo que nos enseña el libro de los Hechos de los Apóstoles: poner todo en común de modo que nadie pase necesidad.
Y la tercera tarea en cuestión tiene que ver con la reconciliación. Esta no significa impunidad. Urge allanar caminos, tender puentes y crear los espacios para el encuentro y el reconocimiento de que todos somos hermanos iguales. Con el encuentro, como miembros de la sociedad en sus diversos ámbitos, podremos favorecer y realizar el diálogo. Con ello no sólo nos podremos escuchar sino sobre todo lograr consensos, sin prescindir de nadie. Dicen que faltan muchos representantes en las mesas de diálogo. Pero hay uno que falta siempre: los representantes de los sectores populares y más desfavorecidos. La reconciliación es una tarea irrenunciable de la Iglesia. Con ella más que muros se construyen puentes y más que divisiones y brechas los puentes permiten demostrar que el verdadero sujeto social de la democracia es el pueblo. ¡Ojalá esto lo entiendan todos los dirigentes políticos, sociales y religiosos del país! Y la reconciliación no es para después sino una tarea en el tiempo de gracia.
Por estas y otras razones, pero sobre todo por ser discípulos de Jesucristo, a todos los miembros de la Iglesia sin excepción nos corresponde demostrar que en este año 2018 debe resplandecer la verdadera luz y se deben derribar los muros de división para que todos puedan tener la viva experiencia del hombre nuevo… Todo ello, porque sencillamente también 2018 es un tiempo de gracia.