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Ternura y pasión

8.1.1_Daniela P. Aguilar

Joseba Lazcano s.j.*

Foto: Daniela Aguilar

“Ternura pura y dura, reflexiones de un viejo cura”, fue el comentario de un participante ante la propuesta de reflexión que se presentaba a un buen grupo de los que, en lenguaje jesuítico, constituimos el Sector Social, que, por cierto, está celebrando sus cincuenta años. Parecen pertinentes dos aclaraciones: 1) que hoy, más que de un sector del quehacer jesuítico, se trata de una dimensión de todo el quehacer de los jesuitas en Venezuela; y 2) que, cuando hablamos de los jesuitas o del quehacer jesuítico, la inmensa mayoría de sus participantes y actores no lleva el “SJ” detrás de su apellido, pero se sienten –creemos poder afirmar gozosamente– identificados con su propuesta y su modo de proceder.

Lógicamente, el Sector Social se define por su misión y por las tareas que esa misión implica. Ha sido un indudable acierto que los responsables de este Sector hayan entendido la conveniencia o la necesidad de –además de atender a esa misión– reflexionar sobre la cura personalis del sujeto implicado en ella. Y, más todavía, ha sido un acierto concretar ese cuidado personal en la sabiduría connatural a la ternura, necesaria tanto en la propia identidad y espiritualidad como en la misión asumida.

No nos estamos refiriendo aquí a la ternura cuchi-cuchi de los niños o de la intimidad, ni a las sensibilidades hoy –gracias a Dios– culturalmente más legitimadas, ni a los reclamos femeninos o feministas, ni a la pedagogía de la ternura; ni siquiera a la teología de la ternura que se le asigna al papa Francisco y que él, complacido, acepta1. Todo eso lo acogemos aquí con respeto (¡y con ternura!). Pero no es esa la perspectiva de nuestra reflexión.

Es cierto que nuestra herencia occidental (con su sustrato de la filosofía griega, de la escolástica medieval y de la modernidad europea) nos ha marcado con la racionalidad intelectual y operativa de lo que tenemos que creer y hacer…; también es cierto que nuestra cultura popular –tal vez, por aquello de los hombres en la guerra o en la política, y las mujeres en casa criando hijos– nos enriquece y embellece la vida con la irrenunciable dimensión de la sensibilidad y afectividad. Sin duda, esa sensibilidad facilita la comprensión de la sabiduría implicada en la ternura.

Ternura e identidad

Experimentar la ternura es amar sin juzgar, amar sin condicionantes. Sin duda, la experiencia paradigmática de la ternura es la de la madre y del padre, en el doble sentido –pasivo y activo– del pathos de la filosofía griega: profundamente, son afectados (pathos pasivo) por esta nueva vida, que ha nacido de ellos, pero que es autónoma; y nace en ellos una pasión (pathos activo) por la que defenderán esa vida, a la que amarán y servirán absoluta y definitivamente.

Connatural al pathos de la ternura es la relación casta en el sentido etimológico original del castus2 latino que, anterior a la referencia sexual3, expresa separación, distancia, respeto… Buena expresión de esta casta ternura es aquello de Juan el Bautista de que conviene que Él crezca y yo disminuya (Jn 3,30).

Para los que pretendemos seguir la sabiduría de Dios manifestada en Jesús, el ABC de sus enseñanzas es la ternura de Dios padre y madre. La gozosa experiencia de la ternura de Dios sobre cada uno de nosotros conforma la identidad del cristiano y fundamenta su vida y misión como vocación: Él cuenta con nosotros.

Ternura y espiritualidad

Los que constituimos el Sector Social S.J. vivimos nuestra identidad personal –unos más, otros menos– alimentada con un cierto nivel de espiritualidad cristiana, ignaciana o no.

En la historia de los seguidores de Jesús, las experiencias espirituales son siempre personales; por consiguiente, diversas: hasta en los mismos cuatro evangelistas encontramos expresiones diferentes según diversas sensibilidades, aunque se fundamenten en el mismo Jesús y su Espíritu. Lógicamente, sus posteriores institucionalizaciones sociales, según la diversidad de culturas y tiempos, se expresarán en diversas formas de espiritualidad.

Más allá de las grandes espiritualidades de nuestra Iglesia (eremíticas, cenobíticas, benedictinas, agustinianas, franciscanas, dominicanas, carmelitas…), un hecho sociológicamente grueso de la vida cristiana que hemos heredado de los últimos cuatro siglos es el Catecismo o Doctrina Cristiana del P. Astete4, que nos proponía con contundente claridad “lo que has de creer, lo que has de orar, lo que has de obrar y lo que has de recibir5: es una cuidadosa institucionalización en un sistema religioso de la experiencia vivida por los seguidores de Jesús y su Espíritu. Por cierto, como que la ternura y el discernimiento no tenían demasiada cabida en esa teología…

Incluso, la larga tradición de la ascética cristiana que hemos heredado ha tenido con frecuencia más, como referencia, al voluntarismo de la ataraxia6 de la filosofía estoica que la atención y obediencia al Espíritu, más propias del dejarse afectar de la ternura. Recordamos que se nos ha presentado siempre como seguros los caminos de la ascética y sospechosos los de la mística… Hoy, en cambio, acogemos con gozo la observación del gran Karl Rahner de que el cristiano del futuro o será un místico o no será cristiano.

Sin duda, lo fundante y nuclear del Concilio Vaticano II fue la autocomprensión de la Iglesia, no como sociedad perfecta –con las seguridades dogmáticas de Astete– sino como pueblo de Dios en marcha, con lo que esa marcha implica de atención a la diversidad de los caminos. Y, también sin duda, esa es la autocomprensión del papa Francisco como obispo de Roma y pastor de ese pueblo en escucha y discernimiento (palabra clave en su pontificado) del Espíritu de Dios a quien queremos seguir.

Sin duda, el P. Astete, jesuita y no muy lejano en el tiempo a la vida de Ignacio, se formó en la escuela de sus Ejercicios Espirituales; pero como que sus condicionantes epistemológicos eran muy distintos a los nuestros.

Hoy, la sabiduría7 que descubrimos en la ternura nos acerca mejor a sus profundas experiencias de Manresa, que arrancan de la experiencia de sentirse, no solo perdonado –acogido por la ternura de Dios– sino llamado al proyecto divino del “hagamos redención del género humano”, con Jesús, rey eternal, al frente. Su invitación es: quien quisiere venir conmigo, ha de ser contento de comer como yo, y así de beber y vestir, etc. y trabajar conmigo en el día y vigilar en la noche, etcétera

Y el modo y estilo de esa solemne invitación divina empieza a manifestarse en que Dios necesita el permiso y colaboración de una muchachita de un pueblito desconocido hasta para los israelitas, de María de Nazaret. Y, en las metodologías ignacianas para buscar y hallar la voluntad de Dios, la sensibilidad –sobre todo la consolación y desolación– será determinante; de ahí la importancia de los modos y maneras de contemplar, de aplicar los sentidos, de ponderar con mucho afecto, de dejarnos afectar, de culminar las contemplaciones o deliberaciones con unos coloquios como un amigo habla a otro amigo con crecido afecto, etc… Todo ello, por supuesto, mucho más cerca de la sabiduría implicada en la ternura que de la racionalidad voluntarista que hemos heredado.

Ternura y misión

Lo que implica la ternura creo que lo sentimos cercano a la identidad y la espiritualidad; pero no tanto a la misión… La ternura como que tiene que ver más con el sujeto; la misión, con el objeto. En el sujeto importa mucho el cómo; en la misión parece importar más el qué. Y en nuestra racionalidad occidental, privilegiamos el objeto, la misión. Y en consonancia, decíamos al principio que el Sector Social S.J. se define básicamente por su misión.

Pero, sin duda, también en la misión –nazca o no de la espiritualidad– me parece fundamental la dimensión de la ternura: ¡más todavía en nuestro doloroso momento venezolano!

Para empezar, diría que me parece significativo que Jesús de Nazaret, para expresar la misión que encomendaba a los suyos, les dice: Miren, yo les envío como ovejas en medio de los lobos: sean astutos como serpientes y sencillos como las palomas (Mt. 10,16). Evidentemente, el estilo de Jesús implica ternura (y ¡el estilo es el hombre mismo!, nos recordará el Conde de Buffon).

Esa ternura, que se nos hace evidente cuando habla de las ovejas y de las palomas, es la misma que se expresa en la reiterada paciencia ante la resistencia de los escribas y fariseos: los sabios y entendidos, la gente decente de su tiempo, que despreciaba a la chusma que seguía a Jesús; y no deja de ser la misma ternura la que agita el látigo ante los que quieren mercadear con la religión en el templo.

Nadie duda de la sabiduría del Maestro de Galilea en los contenidos de sus mensajes; no menos sabio es su modo o estilo, que tiene mucho que ver tanto con los contenidos como con la ternura. Se me hace muy significativo que los tres evangelistas sinópticos nos ponen, en el mero comienzo de la vida pública de Jesús, tres tentaciones –que podemos identificar como tentaciones contra la ternura–, como tentaciones que sin duda acompañaron a la misión mesiánica de Jesús, y que acompañarán toda misión mesiánica o de servicio a los demás.

La primera tentación es utilizar el poder de la misión encomendada para resolver la propia necesidad, aunque sea justa y razonable: haz que estas piedras se conviertan en pan: la ternura no es compatible con el ab-uso ególatra del poder recibido.

La segunda –zúmbate del pináculo y la gente verá que los ángeles te recogen en sus brazos– es la tentación de imponerse hasta con efectismos externos sin respetar la libre acogida de la propuesta: el casto respeto a las personas –y a sus tiempos y procesos– es absolutamente connatural a la ternura.

Y la tercera –todo esto te daré si aceptas mi propuesta– es la tentación de no reconocer a Dios padre como el único absoluto… con su ternura.

Mahatma Gandhi sintió admiración por el Jesús de los evangelios; pero fue crítico de la teología del mérito de los cristianos que conoció. Creemos que no le faltaba razón.

Dos de los más reconocidos mensajes del evangelio de Mateo, las bienaventuranzas (Mt. 5,1-12) y el juicio final (Mt 25,31-46), los hemos trivializado como mérito o premio para después de esta vida cuando en la propuesta de Jesús son la clave de la sabiduría para descubrir la felicidad ya desde esta vida.

Ternura y nuestro momento histórico

Hago esta reflexión desde mi experiencia personal y de mi identidad institucional durante una buena parte de mi propia vida.

Sin duda, en nuestra misión como Sector Social, nos hemos tomado muy en serio tanto las motivaciones y nuestras identidades institucionales como los proyectos y las mediaciones necesarias. Hemos repetido que creer es comprometerse y hemos cultivado las místicas del compromiso y las identidades institucionales. También hemos repetido que comprometerse es creer y, en consonancia, hemos invitado a otros cercanos a nuestros compromisos, compartieran o no nuestra fe, y nos hemos sumado a sus compromisos. Hemos disfrutado de nuestros logros… y sufrido con nuestras fallas y limitaciones. Y hemos vivido nuestras propias identidades muy compactadas con los nuestros, con los de nuestra identidad y misión…  También hemos experimentado que muy fácilmente las opciones se convierten en posicionamientos y los posicionamientos en ideologías…, que también fácilmente se absolutizan…

Hoy no tengo dudas: la ternura es el antídoto necesario contra las idolatrías de las ideologías.

La misión implica proyectos, objetivos, mediaciones, ritmos, tiempos, logros, fracasos, rectificaciones, evaluaciones…; también, por supuesto, implica personas: destinatarios, colaboradores, opositores, críticos, saboteadores, indiferentes… La propuesta de la ternura no es solo sobre las personas (porque nosotros somos cristianos y buenecitos…); es también propuesta sobre los proyectos con todas sus implicaciones, como profunda sabiduría, tal vez hoy más necesaria que nunca. La ternura es la garantía tanto de la necesaria cercanía como de la necesaria distancia, tanto sobre las personas implicadas como sobre los proyectos y sus procesos.

Y lo importante no es que nosotros nos sintamos contentos y satisfechos con lo que entendemos que hay que hacer y con lo que hacemos; lo importante es que lo que tiene que hacerse se haga. Así, aprendemos a cooperar, a reconocer, a apoyar y a celebrar lo que otros hacen.

La ternura nos hace superar los sutiles egoísmos que se pueden ocultar hasta en nuestra generosidad y buena voluntad. Y es la mejor garantía tanto para vivir personalmente la misión y el compromiso con gozo y paz, como para la serena objetividad en la comprensión de la realidad. Es sin duda lo que nos pide nuestra Venezuela tan necesitada.

Para terminar, no puedo sino recordar a nuestro apasionado P. Vélaz: Necesitamos el coraje de la esperanza. Sin duda, la ternura es condición de posibilidad de la esperanza que hoy necesitamos.

*Trabaja en Fe y Alegría; fue jefe de redacción de SIC entre 1973 y 1998.

Fuente: Revista SIC | Marzo 2020 | N° 822


Referencias:

  • “La teología de la ternura en el papa Francisco”, fue tema de un Congreso en Asís (13.9.18), donde el Papa aportó algunas sugerencias, entre las que afirma: Hoy, más que nunca, hace falta una revolución de la ternura. Esto nos salvará.
  • De la raíz indoeuropea kes-, que expresa corte o separación.
  • Es comprensible que el mundo semántico de la castidad se haya reducido prácticamente al mundo de la sexualidad porque este es la gran fuerza o energía que puede tanto pretender apropiarse de la contraparte para la propia satisfacción como descubrir en profundidad, con respeto y gozo, a esa contraparte.
  • Gaspar Astete, jesuita del siglo XVI (1537-1601).
  • Los cuatro niveles que los sociólogos del hecho religioso analizan y que suponen que son expresión de una experiencia interna fundante (que, a su vez, no es objeto de su ciencia): la comprensión y formulación de la experiencia, su expresión externa, los comportamientos morales generados por ella y su celebración social.
  • Imperturbabilidad, serenidad (según el DRAE), adecuar los deseos propios a la racionalidad de la naturaleza (según los estoicos).
  • Etimológicamente, la sabiduría está más cerca del sabor que de la acumulación de conocimientos…

 

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