Por F. Javier Duplá, s.j
La enorme crisis que vive Venezuela y nosotros en ella es humana y espiritual. Leer las estadísticas de desnutrición, hambre, falta de médicos, abandono de la educación, destrucción de la naturaleza, violencia de todo tipo, etc., conduce al desánimo. Pero hay que saber que ese desastre está provocado por seres humanos y los seres humanos pueden cambiar. Los causantes de la destrucción del país saben que su vida concluirá alguna vez antes de lo que esperan, y no se llevarán nada a la tumba sino descrédito y rechazo histórico.
Tenemos que reconciliarnos como nos lo pide Dios Nuestro Señor, y podemos hacerlo. Tenemos que reconciliarnos cada uno consigo mismo, con el adversario y opositor y con la naturaleza, y todo eso nos llevará a un gran abrazo de Dios. Reconciliarse, como dice muy bien Wikipedia, “es perdonar, es abandonar los odios, es generar confianza, es dialogar, es construir memoria, es reconstruir tejido social, es transformar”. Ya tenemos ahí toda una hoja de ruta a seguir…
Perdonar es conocer la debilidad del que nos ha ofendido y ayudarle a no volver a cometer esos actos que nos perjudican a nosotros, pero también a él. Odiar es indigno del ser humano, es dar paso a lo peor de sí mismo y además indica un complejo de inferioridad que hay que saber superar. Generar confianza es la clave de las relaciones humanas que aplicamos todos los días cuando hacemos un negocio, cuando damos nuestra palabra, cuando miramos a los ojos, cuando hacemos una promesa; sin confianza en el prójimo el mundo se autodestruye.
La reconciliación reclama el diálogo, un diálogo sincero, que reconozca lo bueno en lo que el adversario ofrece, que no trate de engañar corriendo la arruga para ganar tiempo y no ceder. Es construir memoria, es decir, apoyarse en lo que la memoria histórica nos enseña y dar ese legado a los que nos seguirán. Es reconstruir el tejido social, desgarrado actualmente, hecho jirones por tanta desidia y abuso; un tejido social que se teje construyendo empresas, dando trabajo, enseñando con la palabra y el ejemplo. En definitiva, la reconciliación transforma a fondo el país, la convivencia, las relaciones de unos con otros a todos los niveles y nos hace cuidar la naturaleza.
¿Cómo lograr tanto cambio? Cada uno tiene que hacerse una pregunta para sí mismo, no de cara a la galería: ¿quién soy yo como persona? ¿Tengo buenos sentimientos hacia los demás? ¿Me importa el país? ¿Soy sincero conmigo mismo y con los demás en lo que digo, siento y hago? ¿Quiero que Venezuela salga de la crisis?
No hay que pensar que los que gobiernan no se hacen esas preguntas, porque en momentos de sinceridad todos nos las hacemos. Las respuestas positivas señalan el camino para que no prive la mentira en las declaraciones públicas. La fuerza atractiva de la soberbia que quiere retener el poder, la avaricia, que roba a mansalva, la lujuria, que trata los demás como objetos de placer, pueden ser superadas por esas virtudes cristianas y humanas tan grandiosas como la generosidad, el amor gratuito, la paz interior, la humildad y el reconocimiento de que todos somos imágenes de Dios, hechos a su semejanza y dignos de todo respeto.
Podemos y tenemos que reconciliarnos: nos lo pide el sentido común, el espíritu patriótico, el amor a las generaciones futuras, el gran abrazo que nos da Dios todos los días.