Tenemos, por supuesto, que enseñar a leer y escribir bien, nociones elementales de aritmética, de historia, de geografía, de religión, etc. No, no se trata de discutir eso, sino de crear conciencia de una situación nueva a nivel global para la que no está preparada la escuela: la destrucción de la vida humana sobre la Tierra. “La actual emergencia climática a escala planetaria es infinitamente mayor en proporción y poder destructivo que cualquier otra experiencia humana que conozcamos”, escribe Aleluia Heringer Lisboa Teixeira, doctora en Educación y directora del Colegio San Agustín de Contagem, ciudad del estado brasileño de Minas Gerais.
Sigue advirtiendo la experta brasileña:
El mes de marzo de 2024 es el décimo mes consecutivo más caluroso jamás registrado en la historia, según un informe publicado el 9 de abril por el Observatorio Europeo Copérnico (Copernicus, 2024). La temperatura media mundial es la más alta jamás registrada; en los últimos 12 meses se situó 1,58 °C por encima de los niveles preindustriales.
Podríamos seguir con más datos, que los expertos van acumulando. Lo que nos interesa es crear conciencia en las nuevas generaciones de cómo les van a afectar esas situaciones en poco tiempo. Greta Thunberg, la activista climática sueca, que se adelantó más de diez años a la situación actual, hizo una huelga en su escuela en 2018 cuando tenía solo 15 años para concientizar a sus compañeros y profesores. Y lo logró no solo en su escuela de Estocolmo, sino a nivel mundial. Pronunció discursos en el Foro Económico Mundial de Davos, Suiza y en el Parlamento Europeo. “Sus libros incluyen Nadie es demasiado pequeño para marcar la diferencia (2019), una colección de sus discursos y El libro del clima: los hechos y las soluciones (2023). El documental Soy Greta apareció en 2020” (Wikipedia).
Todos los maestros y profesores deberían conocer a Greta y darla a conocer a sus alumnos.
Viendo todo este movimiento, debemos preguntarnos qué cambios está provocando el campo de la educación. ¿Qué cambió en el enfoque, en los currículos, en la formación, en las estructuras físicas de las escuelas, en los planes de los docentes? ¿Qué podemos hacer nosotros, los educadores, simples mortales? ¿En qué etapa estamos? (Lisboa Teixeira).
A los adolescentes de bachillerato se les obliga a estudiar las hazañas bélicas y políticas de tiempos pasados, porque los que las cumplieron configuraron el país. Está bien. Pero ahora hay que enseñarles a mirar el futuro más que el pasado y ese futuro está gravemente amenazado para todos, especialmente para los más jóvenes. ¿Cómo será el mundo dentro de 10, de 15, de 20 años? Esa pregunta no se hace en las escuelas y menos en los gabinetes económicos y políticos, pero tenemos que hacerla, no solamente los educadores, sino sobre todo los gobernantes con mucha influencia, como es el caso de los países europeos y norteamericanos, porque ese mundo será catastrófico si no hacemos algo para impedirlo.
Los que tienen hijos de mediana edad y nietos han de pensar en qué mundo vivirán sus descendientes. ¿Les duele, les asusta, no quieren transmitir esos temores? Deben hacerlo antes de que sea demasiado tarde. Sería muy egoísta decir: “yo no lo veré”. Es verdad, ¿pero no sientes que ellos no puedan vivir una vida humana completa? Sobre cada uno de nosotros pesa una responsabilidad social y generacional, con los de nuestra edad y con quienes han venido y vendrán.
Reconocemos que los adultos que hoy trabajan en las escuelas, o que desempeñan el papel de padres y madres, no eran alfabetizados ecológicamente; ¿cómo entonces serán alfabetizados? Podemos pensar que nadie enseña lo que no cree o no comprende. Necesitamos estrategias sensibles que utilicen arte, imágenes, argumentos e información que nos movilicen y convenzan de que es urgente, relevante, necesaria e imprescindible. Estamos hablando de contenidos que, además de definir nuestro futuro en el planeta, nos desafían, ya que tocan nuestra cómoda forma de vida, nuestra cultura, nuestras tradiciones y operan en capas más profundas de nuestra existencia (Lisboa Teixeira).
Estamos hablando de un conocimiento multidisciplinar y transversal, que tiene que ver con todas las materias y que luego se traduce en actitudes y acciones como la recogida de basura, la lectura en clase de obras ecológicas como las de Greta Thunberg o el papa Francisco en su encíclica Laudato Sì.
La educación en responsabilidad ambiental puede fomentar diversas conductas que tienen un impacto directo e importante en el cuidado del medio ambiente, como evitar el uso de plástico y papel, reducir el consumo de agua, diferenciar residuos, cocinar sólo lo que se puede comer razonablemente, tratar a otros seres vivos con cuidado, utilizar el transporte público o compartir el mismo vehículo con varias personas, plantar árboles, apagar luces innecesarias (Lisboa Teixeira).
Es evidente que vamos a experimentar muchos cambios en el uso de la energía, en el tratamiento del suelo, en la fabricación y uso de medicinas, en el transporte y en la manera de vivir. Dios quiera que en todo ello tengamos en cuenta que hay que evitar a todo trance destruir el regalo que significa la Madre Tierra para todos nosotros.