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También son nuestros hermanos

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Foto: archivo WEB

Por +Mario Moronta R. | Obispo de San Cristóbal.

Cuando San Pablo escribió su primera carta a los Corintios, dedicó un capítulo (el XI) a la Eucaristía. En ella, además de exponer brevemente lo esencial del misterio eucarístico, como tradición que había recibido, indica la condición para que la participación sea digna. Dice, ciertamente, que quien recibe indignamente el cuerpo y la sangre de Cristo se está comiendo y bebiendo su propia condenación. Generalmente, interpretamos esta advertencia paulina en términos moralistas y no vemos el verdadero contexto, que el mismo Apóstol ha señalado en el mismo texto: lo que más indigno hace a un creyente para recibir el alimento eucarístico es cuando hace discriminaciones, o se menosprecia, sobre todo a los más pobres. Allí, entonces, no hay comunión.

Lejos de hacer un juicio contra nadie, pero en estos días de tantas angustias creadas por la pandemia del Covid-19 y que ha agudizado la crisis que atraviesa el país, me resulta inexplicable y escandaloso escuchar de un hermano sacerdote expresiones no sólo ofensivas y degradantes sino también calumniosas contra hermanos nuestros que, a su situación de indefensión y pobreza, deben añadir el menosprecio de quienes deberían atenderlos dignamente a su retorno a la patria. Quien detenta el poder ejecutivo ha señalado que son instrumentos “bioterroristas” mandados a nuestro país por otras naciones hermanas. Ya eso, además de no concordar con la verdad, habla de cuál es el interés y la preocupación de quienes se atornillan en el poder. No es lógico (si es que tiene lógica) decirlo… de todo se ve en la viña del Señor.

Pero que un sacerdote se haga vocero de esa calumnia llamando a los migrantes que retornan como “trocheros infectados y bioterroristas” colma no la admiración, sino la vergüenza. No todos los que regresan lo hacen por las trochas, no todos los que regresan, incluyendo quienes pasan por las “trochas” son infectados, y tampoco son “bioterroristas”. Bioterrorismo es el término utilizado para definir el empleo criminal de microorganismos patógenos, toxinas o sustancias dañinas contra la población con el propósito de generar enfermedad, muerte, pánico y terror (según la Enciclopedia “Wikepedia”). ¿Es eso lo que hacen dichos hermanos?

No entiendo cómo un hermano sacerdote pueda llegar a decir todo eso de unos seres humanos que vienen con indefensión y que tenían, al menos la ilusión de ser atendidos con caridad por quienes tienen la obligación de atenderlos. Quizás ese hermano desconoce que en estos momentos hay un férreo control policial y militar por las llamadas “trochas” por donde suelen pasar muchos que van y vienen en el eje fronterizo colombo-venezolano. Quizás desconoce que existen “trochas”, sobre todo en la zona norte del Táchira y en otros lugares, controladas por fuerzas del orden y que permiten el paso de quienes “contribuyendo” quieren ir y venir por ese mismo eje fronterizo (pero esto no será creíble para quien nunca han estado trabajando en la frontera).

Me duele con dolor de pastor (aunque no lo crea) que se exprese así de hermanos nuestros quienes se han convertido en migrantes por la extrema necesidad de sobrevivir. Ahora, al regresar a su país se les trata como “forasteros peligrosos”. ¡Qué dolor! ¡Cómo se ve que nunca ha estado atendiendo las duras condiciones de todos ellos! Quizás desconoce cómo la hermana Diócesis de Cúcuta se ha desvivido por atender a esos migrantes empobrecidos a causa de un país hundido en la miseria: antes y después de la pandemia. Quizás desconoce que nuestras Cáritas parroquiales en coordinación con la diocesana son las que han podido darle de comer a muchos hermanos que han ido pasando en su forzado retorno a la patria. Más aún, es posible que no conozca que nuestra Cáritas diocesana es la que ha podido darle de comer a muchos que están recluidos (¿será ese el término correcto?) en los denominados P.A.S.I. Es posible que nunca le haya visto el rostro de dolor a esos migrantes que son venezolanos, pero sobre todo hermanos.

Siempre he tratado de llevar la voz de lo que sucede en la frontera. Muchos la ven como algo lejano y piensan que sus problemas nos incumben sólo a nosotros. Pero se olvidan que, por nuestras carreteras y caminos, por nuestros pasos fronterizos, han pasado miles y miles de venezolanos. Yo los he visto caminar por las carreteras de Venezuela y Colombia. Yo los he visto llorar de gratitud por la acogida que les han dado en nuestras parroquias y en las de Colombia. Yo los veo ahora con su cara de fracaso y desconsuelo retornando quién sabe para hacer qué cosa. Y se sienten agradecidos por la solidaridad de los hermanos que les reciben. Por nuestras calles, caminos y carreteras pasan venezolanos que van camino a otros sitios de Venezuela. Incluso habrá familiares de los feligreses de Ciudad Caribia donde nuestro hermano sacerdote ejerce como pastor. Y lo que digo del Táchira se puede decir del Zulia y de Apure. Pero como es frontera, eso no le duele a la gente del centro y de otros lugares del país, y como son pobres y derrotados no merecen el título de hermanos sino de “trocheros infectados bioterroristas”.

En estos días muchas personas se han sentido escandalizadas por esa descalificación calumniosa que se ha dado a esos hermanos (no olvidemos que la calumnia, además de pecado, es un delito penal). Y han expresado no sólo su ver extrañeza por lo salido de la boca de un sacerdote. Otros han sugerido que sus superiores hagan algo (no creo que lo vayan a hacer, por muchas razones). Por eso, estas líneas quieren ser no sólo un reclamo, sino también la manifestación sincera de que no se trata de una simple o protocolar defensa de los que vienen de fuera. No. Es desde la caridad del pastor de donde salen estas líneas.

En primer lugar, para pedirles perdón a quienes han sido rebajados en su dignidad por las calificaciones desvergonzadamente calumniosas. ¡No! Ustedes no son “trocheros infectados bioterroristas”. Ustedes son hermanos que saben dónde sí van a encontrar acogida: no en quienes detentan y se atornillan en sus ansias de poder o de quienes son la “voz de su amo”.

En segundo lugar, para reafirmar que son bienvenidos, como siempre, porque ésta es su patria. Es posible que muchos puedan venir “infectados”: pero ésa no es una condición que degrada. Cristo siempre acogió a los más pequeños y sufridos, a los despreciados por la sociedad. Estoy seguro que hoy haría lo mismo: más aún, en el servicio desinteresado de tantos amigos hermanos, católicos y no católicos, creyentes y no creyentes, que están recibiendo lo que más necesitan, esto es, el amor fraterno, como nos lo pidió el Maestro de Nazaret.

No es momento para desgarrar nuestras vestiduras. Al contrario, lo es para compartir nuestro vestido, que significa toda la caridad que hemos de tener, con esos y tantos hermanos que están sufriendo. Si a ellos se les acusa de “trocheros infectados bioterroristas” entonces ¿cómo se calificará a los pobres y no tan pobres que de verdad están pasando hambre en toda Venezuela, o que no tienen las medicinas que les hace falta? A lo mejor los calificarán de “terroristas agazapados”.

No voy a entrar en polémicas que podrían llevarnos ad infinitum. Sólo que no podía permanecer callado ante el esperpento de esa declaración calumniosa. Ojalá haya otros que expongan sus ideas. Hay sacerdotes que suelen escribir sobre la situación del país cada semana. Esperamos de ellos una palabra que nos explique su posición ante esas injustas calificaciones contra gente de nuestra familia venezolana. No hacerlo es tener un silencio obsequioso.

Finalmente, quiero garantizarles a nuestros hermanos ofendidos en su dignidad, que ellos sí están presentes también en nuestra oración y en la celebración eucarística que lo es de comunión. Yo desearía, aunque creo que es mucho pedir, que quien habló de “trocheros infectados bioterroristas” hiciera un gesto hacia ellos: pedirles perdón públicamente… y ¿por qué no? de rodilla

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