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Taiwán: ¿visita o tsunami?

RITCHIE B. TONGO_EFE(1)

Por Félix Arellano

La reciente visita de la Sra. Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes del Congreso de los Estados Unidos, a Taiwán, la llamada “isla rebelde” según el Gobierno comunista chino, fue una decisión que seguramente resultó de un momento cargado de emoción, poca razón, algo de improvisación y una dosis de individualismo, pues fue desaconsejada por las instituciones de seguridad del país e incluso por el propio presidente Joe Biden. De un gesto simbólico en defensa de los valores liberales, pareciera que avanza a un tsunami, con consecuencias impredecibles en diversos planos.

En la medida que el Gobierno chino incrementó las amenazas ante el anuncio de la visita de la Sra. Pelosi, con el objeto de paralizarla, la fue tornando inexorable en términos estratégicos. No son muchos los éxitos de la política exterior de la actual administración demócrata y, además, enfrenta unas elecciones parlamentarias en noviembre. Está fresco el caótico retiro de las tropas de Afganistán, los temas de Irán, Cuba y Venezuela generan diferencias en el Congreso, las relaciones con la región no avanzan y la Cumbre de las Américas lo ha confirmado.

La irracional invasión rusa de Ucrania ha iniciado una guerra que se extiende con consecuencias globales, entre otras, en los sectores energético y agrícola; se expande la inflación y se avizora recesión. Un coctel económico explosivo, que en los países democráticos le tiende a cobrar factura a los Gobiernos de turno, podría ser el caso concreto del presidente Biden.

Suspender una visita pacifica, simbólica, cargada de sentimientos de solidaridad con un pequeño pueblo libertario, que vive el permanente acoso del gigante dragón amarillo, hubiera significado la coronación de China como potencia mundial. La visita ocurrió, las consecuencias y las lecturas se incrementan. Si bien para los radicales la dura reacción del Gobierno chino ha fortalecido al Presidente Xi Jinping, diversos hechos evidencian lo contrario.

En efecto, todo indica que el poder disuasivo chino ha resultado ineficiente y al presidente Xi Jinping lo espera en otoño la XX edición del Congreso del Partido Comunista. Un Congreso donde aspira lograr su tercer periodo de gobierno, rompiendo la práctica establecida desde los tiempos de Deng Xiaoping, de dos periodos consecutivos para el Presidente. Tal situación, en una democracia, se consideraría como un golpe institucional.

El presidente Xi se ha dedicado en los últimos años a organizar el tinglado del Congreso utilizando el tema de la corrupción para eliminar a los críticos, tratando de conformar un Congreso leal. Es evidente que la designación del presidente Xi está escrita; empero, los delegados al Congreso se encuentran con un Presidente debilitado.

El manejo de la pandemia del COVID-19, desde sus inicios, ha resultado cargada de opacidad y contradicciones. Los brotes del covid se han incrementado, lo que evidencia la ineficiencia del sistema científico y sanitario. El rígido esquema del cierre de las ciudades para enfrentar los brotes ha afectado a la población y ha confirmado las debilidades de las cadenas globales de valor en la economía mundial. La economía global ha resultado altamente vulnerable ante el papel protagónico de China como “fábrica del mundo”.

Además de los negativos efectos del manejo de la pandemia, los delegados al XX Congreso deberían tener presente las crisis bancaria e inmobiliaria en ciernes,así como la caída en el ritmo del crecimiento económico y los diversos frentes de tensión que está generando la política exterior del presidente Xi, entre otros, el agresivo manejo del caso de Hong Kong, que destruyó el principio “un país, dos sistemas”, una dura lección para Taiwán. También el acecho al grupo étnico de los Uigures, que ha sido calificado como un acto de genocidio y, por otra parte, los problemas limítrofes con la India y con los países ribereños del mar del Sur de China.

Con el Congreso del Partido en puertas, una administración poco efectiva, la capacidad diplomática y de persuasión debilitada y la economía decayendo no pareciera el mejor momento para concretar la invasión de Taiwán. Una invasión que seguramente no será rápida, ni fácil, pues al potencial heroísmo del pueblo taiwanés, como lo ha demostrado el pueblo ucraniano, se debe sumar el apoyo de Occidente y las consecuencias negativas para China.

La invasión destruirá la minuciosa estrategia de expansión amarilla en el planeta, en particular, el emblemático proyecto de la Ruta de la Seda, pero también afectará su colosal capacidad productiva por la dependencia que enfrenta en el ámbito electrónico, particularmente de los circuitos integrados y los semiconductores desde Taiwán. Lo que algunos califican como el “escudo de silicio” de la pequeña isla.

En una primera lectura, pareciera que el Partido Comunista chino pudiera estar perdiendo en esta jugada; sin embargo, el pueblo taiwanés, los Estados Unidos y Occidente en su conjunto, no tienen mucho que celebrar. Taiwán se puede sentir repotenciado, es el epicentro de la atención mundial y se ha reforzado su vinculación con Occidente, pero el principio de “una sola China” se mantiene sólido y los reconocimientos internacionales se reducen a 14 países del planeta.

Por otra parte, en estos momentos el bloqueo que está enfrentando la isla, producto de los ejercicios militares chinos con fuego real —que el Gobierno amenaza con efectuar de forma periódica—, las sanciones comerciales que se están incrementando y el intenso ataque electrónico seguramente están afectando a los sectores más vulnerables de Taiwán.

En Estados Unidos, el partido demócrata podría beneficiarse de la firme actitud de la Sra. Pelosi; sin embargo, el presidente Biden está perdiendo, en parte, el esfuerzo que inició al llegar al poder para lograr la estabilidad en la zona del Indopacífico. Adicionalmente, el Gobierno chino ha informado, como parte de las sanciones por la visita de la Sra. Pelosi, la suspensión de las relaciones de cooperación con el Gobierno de los Estados Unidos en las áreas militar, de seguridad y de ecología.

Para Occidente, los efectos en la economía global son complejos y se incrementa la guerra híbrida de la geopolítica del autoritarismo, contra los valores liberales. Todo indica que se agudiza la polarización, crecen las diferencias y los desencuentros cuando las amenazas que enfrenta la humanidad exigen diálogo, negociación y cooperación a escala mundial.

Estamos conscientes de que resulta necesario establecer límites a la expansión china, pero las acciones y, en particular la estrategia, deberían ser el resultado de un cuidadoso análisis y una efectiva coordinación con las democracias occidentales. No se debería conformar un juego suma cero, se trata de establecer límites, no de eliminar las oportunidades que puede generar una relación respetuosa.

La acción unilateral, discrecional e improvisada de los Estados Unidos, puede generar resultados paradójicos. Por ejemplo, la guerra de sanciones económicas que inició la administración del presidente Donald Trump en un marco de su aislacionismo, se revierten contra los sectores competitivos de su país, que deben enfrentar la reacción en reciprocidad del Gobierno chino.


Fuente:

Arellano, F. (9 de agosto de 2022). Taiwán: ¿visita o tsunami? TalCual Digital. Disponible en: talcualdigital.com

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