Antonio Pérez Esclarín
El Gobierno pontifica una y otra vez sobre la necesidad de producir, pero parece no entender que el paso del rentismo a la productividad supone un profundo cambio cultural, que no va a ser nada fácil porque se ha enquistado en la conciencia del venezolano la cultura petrolera, que nos ha llevado a creer que somos un país inmensamente rico y que tenemos derecho a gozar de bienes y servicios sin poner como contraparte el trabajo responsable, la honestidad, el esfuerzo y el conocimiento. Cuánta falta nos hace tomar en cuenta el clamor desgarrado de Simón Rodríguez: “Yo no pido que me den, sino que me ocupen, que me den trabajo. Si estuviera enfermo, pediría ayuda. Sano y fuerte, debo trabajar. Sólo permitiré que me carguen a hombros, cuando me lleven a enterrar”.
Alucinado por los altos precios del petróleo y convencido de que, sobre ellos, le iba a ser posible construir un nuevo mundo y llevar a cabo una revolución redentora, el chavismo se dedicó a repartir, en vez de producir, a fabricar clientes en vez de ciudadanos, personas que usaban la mano para pedir y aplaudir y no para trabajar. Empresarios eficientes y productivos fueron considerados enemigos y se empezaron a expropiar o estatizar empresas; y a importar, regalar y subsidiar productos porque teníamos derecho a ello ya que “el petróleo ahora era nuestro”. No importaba que, para pagar la deuda social, destruyéramos la economía y al país, con lo que la deuda se haría impagable.Cuando bajaron los precios del petróleo, pusieron a producir billetes sin respaldo con lo que se disparó vertiginosamente la inflación. Y cuando los dólares no fueron suficientes para importar comida, medicinas y productos como antes, se agudizó la escasez, el hambre y el bachaqueo que representa el neoliberalismo más salvaje, es decir la ley de la oferta y la demanda sin la menor ética y sin controles.
Del sueño petrolero y del populismo desenfrenado, empezamos a despertar descubriéndonos no sólo pobres, sino arruinados y comenzamos a entender que la verdadera riqueza está en el trabajo, y que está agotada, espero para siempre, esa forma de entender la política como acceso al botín y como distribución populista de los bienes, y que nos toca entre todos, reconciliados, hermanados y desideologizados, construir una Venezuela moderna y genuinamente democrática a base de trabajo, respeto, eficiencia y solidaridad.
Yo, por esto y a pesar de todo, soy muy optimista respecto al futuro de Venezuela, hoy un país muy pobre, pero potencialmente riquísimo. Está muriendo una forma de entendernos y de entender la política que se ha mostrado profundamente incapaz de traer bienestar y dignidad a las mayorías de nuestro pueblo. Y está naciendo la posibilidad de empezar a construir una auténtica democracia, entendida como una sociedad de ciudadanos honestos, trabajadores y respetuosos de los demás y de las leyes. De la crisis y el empobrecimiento generalizado, deberíamos haber aprendido la lección de que el populismo y el mesianismo sólo traen a la larga problemas y miseria. Los políticos a su vez, deben comprender que no son tiempos para aspiraciones individualistas o para repartirse cuotas de poder, sino que son para poner a Venezuela sobre los intereses particulares.