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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

Sumar construye, restar es un error

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Este artículo pretende, principalmente, llamar la atención respecto a la tentación (en ocasiones ingenua y en ocasiones mal intencionada) de plantear que los cambios que requiere el país se darán con el ejercicio protagónico de individualidades o grupos que, divididos por generaciones y pertenencias sectoriales, han de erigirse como salvadores para que otros los sigan, los admiren y depositen en ellos sus propias responsabilidades

Punto de partida

La situación que vive Venezuela y que toca todas las esferas de la cotidianidad nacional, incluida obviamente la forma en la que se establecen y se consolidan las relaciones, se convierte en el tema ineludible de cualquier reflexión que aspire concretar algunas acciones. Asumir la magnitud de la situación a la que se hace referencia (crisis económica, incertidumbre política, Estado reducido, institucionalidad agonizante, migración y servicios públicos deficientes) es, o debería ser, razón suficiente para entender que toda posible solución pasa por el concurso de todos, individual y colectivamente, para ir creando ventanas de participación y procesos incluyentes. 

             Se resalta la necesidad del concurso de todos, entre otras cosas, por la recurrencia de un discurso que, dependiendo de aspectos coyunturales como procesos electorales, manifestaciones o legítimas protestas reivindicativas, se instala en el ambiente con mayor o menor frecuencia; ese discurso es el del supuesto cariz generacional que ha de acompañar las transformaciones del país. Dicho de otro modo, se ha querido establecer sinonimia entre los términos cambio y juventud, con la consecuente derivación de dejar de lado a los adultos, sus propuestas y sus aportes.

Carlos García Rawlins / Reuters

             No es verdad que solo los jóvenes tengan que liderar y dirigir los procesos de transformación que el país demanda, como tampoco es verdad que en ellos deba recaer el peso de una tarea que es de todos. Si no se desmonta esa idea, en lugar de valorar el compromiso y la fuerza vital de los jóvenes, se les estaría tratando de forma injusta, conduciéndolos a la frustración que aparece cuando los frutos no se obtienen como se espera; profundizando, además, una brecha que encuentra en las diferencias etarias y su consecuente rasgo cultural (asociado aquí con la comprensión del mundo, el acceso a las tecnologías y su uso y su relación vital con ámbitos como la política y lo político) un terreno propicio para recelos y desconfianza. 

             Para intentar mostrar claramente lo que se viene exponiendo, y dando por sentado que la existencia de una crisis multifactorial que causa múltiples afectaciones es innegable, más allá de cualquier sesgo ideológico con el que se busque dar cuenta de la realidad, se alude a una formulación de Pedro Medellín Torres, quien afirma: “Salir de las crisis políticas implica cambiar en forma y contenidos, quizá más fuerte y más sólidos o quizá más frágiles”1

             De la cita seleccionada se desprenden dos aspectos claves desde la lógica de este artículo. En primer lugar, la superación de una crisis requiere superar modelos (de relación, de ejercicio del poder, entre otros) y, al mismo tiempo, invita a pensar qué es lo realmente fundamental (la viabilidad del país, frenar el deterioro económico y social, la persona en todas sus dimensiones); y en segundo lugar, no hay que olvidar que los cambios, por sí mismos y de forma automática, no son garantía de una mejora, por eso la participación de todos los sectores del país, sin distinción de generaciones a las que se pertenece, es una condición de posibilidad para que esos cambios se piensen y ejecuten sin perder el horizonte. 

La migración y su impronta en la idea de país

Cuando se piensa en Venezuela, la variable migración con las interpretaciones sobre sus causas y sus consecuencias irrumpe indefectiblemente, sin importar si la discusión acontece dentro o fuera de las fronteras del país. Una sociedad que anhela cambios pero que no sabe muy bien cómo lograrlos2, tiene en el fenómeno migratorio una constante de su narrativa, siendo expresada con dolor y preocupación, y estando asumida como un dato relevante al momento de pensar en la construcción de alternativas para la mejora de las condiciones de vida en el país. 

             Aunque las cifras en torno a la cantidad de migrantes venezolanos pueden variar en función de la organización que las presente, se tomará como fuente para este texto la que presenta la Agencia de la ONU para los Refugiados, –la Oficina del Alto Comisionado para los Refugiados (ACNUR)–, ente que en su página web señala que más de 7,7 millones de venezolanos han dejado el país, más de 1 millón de venezolanos son solicitantes de asilo en diferentes países del mundo y más de 230 mil venezolanos han sido reconocidos como refugiados3

Elías Algageme

             Mencionar cifras sobre la migración obedece a la necesidad de contextualizar los datos cuantitativos que permitan acercarse al dato cualitativo del impacto que tiene en la configuración de relaciones entre miembros de distintas generaciones. Con la crudeza de los números, es fácil imaginar que una inmensa mayoría de las familias venezolanas se ha visto tocada por la migración, influyendo así en las dinámicas de los grupos de convivencia primaria (hogar) y secundaria (comunidad), lo que ha traído aparejada una suerte de segmentación en la que los extremos etarios, niños y ancianos, son los más afectados. 

             Niños y ancianos son los más afectados por la migración porque son, precisamente jóvenes y adultos jóvenes, quienes más abandonan el país. La razón detrás de esto parece obvia, una ecuación que contiene las variables de fuerza física, salud, espíritu aventurero y sueños por cumplir, da como resultado que sean ellos quienes migren en un mayor porcentaje. Ahora bien, como no todos los jóvenes pueden ni quieren emigrar, la relación que construyen con el país, con su entorno y con los adultos que también se han quedado está signada por tensiones que son catalizadas por la existencia o no de cuestionamientos y reproches que giran en torno a las decisiones tomadas y a las decisiones por tomar. 

             Ante este marco, es insoslayable que entre jóvenes y adultos parezca levantarse una barrera que no solo separa generacionalmente, sino que puede aumentar la sensación de que establecer las condiciones para comenzar procesos de transformación en Venezuela es obligación de uno solo de los grupos. Esta actitud desdibuja las posibilidades reales de cristalizar opciones, y ubica en dos polos falsamente opuestos a personas que, desde sus capacidades y sus límites, con los haberes y las dudas del caso, están llamados a construir colectivamente, en respeto y valoración mutua, el mapa por el que se quiere encaminar al país. 

             La migración ha golpeado fuertemente, no obstante es menester incluirla (con todo y sus efectos en la convivialidad, la economía y los procesos políticos) en cualquier análisis de la realidad nacional, no para manipular emocionalmente con ella, la utilidad de no perderla de vista radica en la oportunidad que brinda para hacerse a la idea de que todos los que están en el país, junto a los aportes de los que se fueron (a quienes no conviene tildar de traidores, facilistas o indiferentes ante la situación actual), son protagonistas de lo que emerja. 

Es importante reconocer, aceptar y sumar

Aludir a los tres verbos que componen el enunciado de este apartado, tiene como objetivo fijar la mirada en la importancia de la acción que comportan. Reconocer, entendido como la capacidad de observar al otro, para descubrir o redescubrir, según sea el caso, las bondades que le son propias y la historia que lo ha configurado; aceptar, desde la actitud de quien no se siente amenazado por el aporte del otro, por una mirada distinta; integrar, dándole significación a la complementariedad de intereses que no niega la diversidad de criterios, que no aspira a la homogenización totalizadora de las expresiones. 

             Lo anteriormente descrito es importante en cualquier grupo humano, cuanto más en un país como Venezuela, cuya situación requiere la participación de jóvenes y adultos, de los que migraron y de los que se han quedado, de profesionales y trabajadores. Si se avanza en el reconocimiento, en la aceptación y en la integración, se estarán dando pasos hacia la valoración real del tan invocado pero no siempre respetado pluralismo. Al respecto, sirva la siguiente referencia: 

             En el seno de la sociedad conviven intereses cuya potencial conflictividad no les resta legitimidad. Existen las opiniones filosóficas o políticas, las creencias religiosas o las posiciones agnósticas o ateístas… Todas merecen respeto con independencia del número que sus adherentes representen proporcionalmente en el conjunto social4

Algunas consideraciones finales

En ciertas ocasiones, y dependiendo de los entornos particulares, a los jóvenes se les endilgan descalificaciones por un supuesto desinterés, por estar pendientes de lo novedoso y por su aparente desconexión con la política y sus implicaciones5. En oposición a ese juicio, aunque igualmente nocivo, en los años 2014 y 2017, en el marco de las protestas acaecidas6, se les puso el apelativo de salvadores o héroes. Ninguno de los dos extremos es positivo ni condice con la realidad, esas simplificaciones generan ruptura de lazos e impiden una reflexión profunda sobre el rol de los jóvenes en el país.

             Los jóvenes, por su parte, señalan a los adultos por haber permitido que el país llegue a la situación en la que se encuentra, expresando que es la herencia que han recibido. Al mismo tiempo, les recriminan los mensajes contradictorios, especialmente en torno al valor y la utilidad de estudiar7 y a la pertinencia de participar políticamente en elecciones y otros mecanismos de expresión.  

             No es momento de culpar a otros para desligarse de las responsabilidades; el país demanda no ceder a la tentación de los aforismos (la juventud está perdida, nos dejaron solos, a esto solo lo salvan los jóvenes y los estudiantes, los adultos son los que se equivocaron). Si creemos que nos merecemos algo mejor, y sin olvidar la asimetría existente respecto a la distribución y uso del poder que hoy impera, estamos obligados a recrear espacios de convivialidad, más democráticos en todas las instancias, más incluyentes en todas las tomas de decisión.  

Notas:
  1. MEDELLÍN, Pedro (2022): Entre el poder sin política y la política sin poder. Elementos de teoría y método para comprender las crisis políticas en América Latina. Bogotá, Colombia: Fondo de Cultura Económica SAS. 
  2.  Esta intuición se vio reflejada en la investigación de la Fundación Centro Gumilla, titulada Cultura democrática y participación política en Venezuela. Reflexión situada en comunidades. Trabajo realizado en el año 2023. 
  3. Tomado de https://www.acnur.org/emergencias/situacion-de-venezuela.
  4. AVELEDO, Ramón (2022): La política y sus valores. Carta a jóvenes políticos sobre humanismo integral, en las ideas y las experiencias. Caracas, Venezuela: abediciones-Instituto Fermín Toro (IFT).
  5. Revisar nota 1. 
  6. Ante el resultado de las manifestaciones los jóvenes se sintieron abandonados, los adultos se desmarcaron de los hechos, los partidos políticos miraron a un costado y el Gobierno reprimió y estigmatizó a quienes protestaron.
  7. Para el momento en que se escribió este artículo, la Fundación Centro Gumilla está desarrollando el segundo año de la investigación sobre Cultura democrática y participación política en Venezuela, centrada en la percepción de los jóvenes. Del análisis hasta el momento realizado se desprende la afirmación señalada.

Lee también: ¿Dignidad infinita? ¿De verdad?

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