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Stephen Hawking, discapacidad, bienes comunes y altruismo

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Isaías Covarrubias Marquina

Al conocer la noticia de la muerte de Stephen Hawking, lo primero que se me vino a la mente fue el capítulo en el que aparece en Los Simpson y luego un informe de la Organización Mundial de la Salud llamado World Report on Disability, publicado en 2011, que leí hace poco y cuyo prólogo lo firma el famoso científico británico. Lo que dice allí tiene el mismo carácter de ese sello particular que siempre le imprimió a su vida, limitada por su severa discapacidad, aunque Hawking siempre recalcó que esta nunca fue un escollo insalvable para él tener una vida familiar feliz, alcanzar el éxito profesional y la fama de la que disfrutaba.

Y no se trata de que Hawking fuera un genio. Se trata de su convicción personal que lo animaba a superar las limitaciones que desde los 21 años le impuso su esclerosis lateral amiotrófica. Soy de los que piensa que, en cierto sentido, todos tenemos alguna discapacidad, por leve que sea. Pero esta no debe convertirse en una barrera insalvable que nos impida enfocarnos en lo que podemos hacer bien más allá de nuestras limitaciones. Hawking señaló más de una vez que no vale la pena lamentarnos en demasía por la interferencia que nuestras limitaciones corporales o mentales nos causan o nos imponen, porque son estas interferencias las que en definitiva sí terminan paralizándonos.

Por otra parte, Hawking fue y seguirá siendo admirado por quienes creemos en la ciencia como un instrumento para resolver los acuciantes problemas de la humanidad. Hawking tenía claro que las sociedades que valoran la ciencia siempre irán uno o varios pasos por delante de las demás, porque en estas sociedades se entiende que hasta la teoría más descabellada puede dar forma de imprevisto a una nueva tecnología, una innovación, lo que finalmente amortiza lo invertido en la ciencia pura. Ese incentivo existe desde la revolución industrial y seguirá existiendo en la era plena de la biotecnología y la inteligencia artificial. Y esto no solo es válido para la física o la biología, también lo es para una ciencia social como la economía, donde una teoría puede dar origen a innovaciones sociales beneficiosas a largo plazo para todos.

Pensemos un momento en la teoría de la Premio Nobel de Economía Elinor Ostrom. Ella trajo al ámbito de la ciencia económica una idea muy poco convencional acerca del tratamiento que deben recibir los bienes comunes. Los bienes comunes son aquellos que pertenecen a todos y no pertenecen a nadie y cuyo mal o excesivo uso puede provocar su colapso o destrucción, causando la llamada “tragedia de los bienes comunes”. Ostrom, basándose en la experiencia recogida en comunidades ancestrales, ideó soluciones a los problemas de administración y gestión de los bienes comunes, lo cual pasa por establecer arreglos colectivos cooperativos más que por definir derechos de propiedad exclusivos sobre esos bienes. En principio sus ideas fueron desdeñadas por el mainstream economics, pero poco a poco su teoría y sus implicaciones prácticas han ganado aceptación.

Hay, al menos, dos aspectos relevantes de la teoría de Ostrom que vale la pena subrayar. El primero es que no es necesario limitar el concepto de bienes comunes a recursos como un bosque o un lago. Bienes comunes pueden ser cualquier clase de activos tangibles e intangibles que son valiosos y que son de nuestro interés lograr se preserven, desarrollen o sean sostenibles. De acuerdo a este punto de vista, son bienes comunes la lengua de una tribu, los fósiles de los primeros homínidos, el patrimonio histórico de un pueblo. Stephen Hawking siempre observó a la ciencia como un bien común y alentaba por una comunidad científica que funcionara de manera altamente cooperativa, pues este es el mecanismo idóneo para encontrar soluciones a los innumerables problemas teóricos y prácticos que enfrenta la humanidad.

A propósito de los bienes comunes, escribí en estos días en el foro [Qué Hacer] en el que participó activamente, que el verso del poeta venezolano Andrés Eloy Blanco “Cuando se tiene un hijo se tienen todos los hijos del mundo” puede ser interpretado de una manera que destaca a los hijos como un bien común. Uno tan importante que, especialmente cuando son niños y adolescentes, es del interés de todos preocuparnos por su educación, salud y recreación, pues son la generación del mañana que sin embargo ya está aquí.

El segundo aspecto a resaltar, siguiendo con la concepción de los hijos como un bien común, es que una estrategia colectiva cooperativa hacia los hijos de todos resulta mucho más exitosa y da mejores resultados que si se perciben los hijos como un bien “privado”, donde los padres se preocupan única y exclusivamente por el cuidado, la educación y la formación de los propios. La valoración de los hijos como un bien común no significa una idea colectivizada de su crianza o que se realice en un entorno carente de libertades. Por el contrario, la libertad debe ser el principio que guie un esfuerzo social donde se asegure la igualdad de oportunidades para todos nuestros hijos. Lo que sí implica este enfoque es una concepción no convencional para el diseño e instrumentación de las debidas políticas públicas.

El tratamiento de los bienes comunes bajo una visión amplia, incluyendo a los hijos de todos y buscando soluciones colectivas cooperativas para los retos que comporta su educación y formación, está en sintonía con otros novedosos enfoques teóricos en la ciencia económica que apuntan a señalar que el amor, el altruismo, pueden ser un incentivo para la toma de decisiones y la acción tan efectivo y poderoso como lo son el egoísmo o el interés propio, del que nos habló Adam Smith hace casi dos siglos y medio.

No cabe duda que las ideas y teorías de Stephen Hawking, con las cuales deslumbró al mundo, mucho más tomando en cuenta la dura discapacidad a la que se enfrentó y que lo hicieron tan popular, tendrán vigencia en el campo de la física de agujeros negros, del origen del universo y de la relatividad general, la teoría del todo, por mucho tiempo. Pero me gustaría destacar que su perspectiva de observar la ciencia, la humanidad, el medio ambiente, como un bien común, igualmente constituye un legado muy valioso de su pensamiento. Incluso en este aspecto me parece que su peculiar genialidad también estuvo unos pasos por delante.

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