Histérico drama acerca una familia disfuncional
Julio Vallejo Herán
Los problemas de comunicación entre personas unidas por lazos familiares y sentimentales se han convertido en uno de los temas recurrentes de las películas como realizador del canadiense Xavier Dolan. Quizá por eso no sorprenda que haya escogido como base de su sexto largometraje Juste la fin du monde, una pieza teatral del francés Jean-Luc Lagrace acerca de un escritor homosexual y enfermo terminal que se reúne con su madre y hermanos doce años después de abandonar el hogar, La elección parece motivada por un deseo de mostrar una mayor madurez como cineasta y expandir el público del director más allá de los límites de la cinefilia festivalera o del colectivo LGTBI. Una mayor comercialidad que refuerza su conocido reparto, poblado de estrellas del cine francés, y una trama que no se encuentra tan lejos de un producto de qualité hollywoodiense como agosto, la película de John Wells basada en una obra de Tracy Letts que mostraba una reunión de miembros de un mismo clan donde la enfermedad y la muerte también jugaban un importante papel.
Dolan no rehúye el origen escénico de su largometraje al centrar casi exclusivamente la acción en un único escenario, solamente roto por el prólogo y algunos flashbacks, y optar por el primer plano como principal arma para resaltar más si cabe el histriónico trabajo de sus intérpretes, muy alejados en la mayoría de los casos de la naturalidad exigible en el cine. Esa tendencia al excesivo subrayado, un defecto recurrente en la filmografía del autor de Los amores imaginarios, junto a su empeño por dejar su huella autoral a toda costa los que restan interés a un drama que generó pasiones y odios después de proyectarse en el Festival de Cannes, donde logró el Gran Premio del Jurado. Hay una falta de sutilidad evidente en el modo en que el cineasta aborda el drama de este escritor moribundo que tendrá que enfrentarse a una madre que le reprocha su ausencia, un hermano mayor envidioso, una cuñada conciliadora y una hermana pequeña que quiere conocer mejor a un pariente que dejó el hogar cuando era apenas una niña. El realizador parece empeñado en lograr que todo sea intenso y sublime apostando por el exceso. En algunos casos, como en el del papel de madre frívola a la que da vida una sobreactuada Nathalie Baye, se cae en el más profundo ridículo al ofrecernos una desvirtuada versión de la típica progenitora dolaniana, la que suele interpretar en sus filmes la canadiense Anne Dorval.
El horror vacui queda especialmente en evidencia en las charlas entre el protagonista y su cuñada. La intimidad creada por las ajustadas interpretaciones de Gaspard Ulliel y Marion Cotillard, que contrastan con los histéricos trabajos del resto del reparto, se rompe por la irrupción de la algo almibarada música de Gabriel Jared. Por otra parte, la inclusión de flashbacks aporta poco a la trama principal, aunque sean la principal excusa para que el máximo responsable de Laurence Anyways inserte esos momentos videoclip que se han convertido en uno de sus rasgos de estilo. Parece como si el cineasta pretendiera dejar su huella de una forma un tanto superflua en una cinta que necesita más desnudez que vacuo esteticismo. Solamente en una ocasión parece justificada esta estética propia de los cortos musicales: el comienzo del filme, cuando observamos al personaje principal llegar a la casa familiar en taxi mientras asistimos a la preparación de la comida de bienvenida y suena Home is where it hurts, una canción interpretada por la vocalista francesa Camille que aborda los sinsabores de la vida en el hogar.
En medio de un conjunto donde prevalece lo enfático se agradecen algunas notas de verdadera delicadeza, que podrían ser indicios de esa madurez que el autor de la película parece perseguir con esta obra. La conversación telefónica del escritor con un amigo al que cuenta los problemas que le han surgido al reencontrarse con su parentela está rodado con una austeridad y emoción casi inéditas en el firmante de Tom a la ferme. Por otra parte, se muestra también acertado al no explicar en exceso las razones que llevaron al escritor a marcharse de la casa de sus padres y dejar que el espectador saque sus propias conclusiones. Sin embargo, estos pequeños logros no salvan un filme sobrecargado de intensas discusiones verbales que acaban por malograr una interesante historia sobre un individuo que acude al seno familiar en busca de reconciliación y encuentra casi exclusivamente reproches.
Fuente: http://www.cineparaleer.com/critica/item/2010-solo-el-fin-del-mundo