Por Cardenal Baltazar Porras Cardozo
Parecerá fuera de lugar escribir sobre la ternura en un país como el nuestro en el que esta bella virtud está ausente del lenguaje oficial. No sé si por la herencia guerrerista que se nos inocula desde la escuela, o por el desprecio a la gente porque lo único que interesa es el poder, lo que oímos a cada instante es un discurso divisionista, de odio y de violencia, de desprecio al que no piensa o está conmigo, que nos agria el espíritu y no construye sino que paraliza y actúa inmisericordemente contra el prójimo.
Necesitamos recobrar la cultura del encuentro y de la fraternidad. Ciertamente que no ha desaparecido de buena parte de nuestra gente. Me edifica la visita a las zonas populares donde hay tantas necesidades y carencias, donde las lágrimas de madres a quienes se les han arrebatado los hijos en esos operativos oscuros en los que desaparecen muchachos que luego son encontrados muertos, sin explicación y sin que ninguna justicia actúe, vengan a nosotros para encontrar sosiego y paz ante el vacío que deja la pérdida de un ser querido así haya sido un dolor de cabeza su comportamiento.
Leo con fruición un libro titulado “El papa de la ternura” escrito, claro está, por una mujer, Eva Fernández, periodista en Italia y el Vaticano. Con ese sentido agudo femenino deshoja una serie de episodios del papa Francisco en los que a flor de piel aparece esta virtud muy propia del papa jesuita. La orden ignaciana tiene una larga historia que les ha dado piel de caimán ante las muchas tribulaciones que ha tenido a lo largo de los siglos la Compañía de Jesús. Otra obrita, “las cartas de la tribulación”, dan buena cuenta de la espiritualidad que se ha forjado desde las situaciones límites de los jesuitas desde su fundación hasta nuestros días.
En la carta que Francisco le envía a la autora leemos “me sorprendió gratamente que usted esté escribiendo un libro sobre la ternura, la revolución de la ternura. Estoy seguro de que hará mucho bien. La cultura de hoy tiende a olvidarse de esta actitud tan evangélica. Ya en el Antiguo Testamento nuestro Padre Dios se presenta con gestos de amor y de ternura para con su pueblo, se muestra padre y madre, y continuamente repite: no temas estoy contigo; y al decir estas cosas lo acaricia con mucha ternura, como si fuera un bebé, y esto porque lo sabe el más pequeño de todos los pueblos, el “gusanito” de Israel”.
Uno de los comentarios que trae el libro, nos sirve de colofón: “cuando sufres tanto por ver sufrir injustamente a tantas personas a tu alrededor, buscas aliados que te comprendan y se sumen a la causa humanitaria que pueda paliar al máximo ese dolor. En el papa Francisco he encontrado a ese aliado, que ha sabido entender desde el primer momento esa realidad de pobreza extrema y me ha acogido como un padre que vela por sus hijos”.
Necesitamos no dejarnos robar la ternura porque es la única que nos da alas para el servicio alegre a nuestros hermanos. Es lo que percibo y me anima en el contacto con la inmensa mayoría de los feligreses con los que me encuentro, en los que la generosidad desborda todo sufrimiento y a pesar de las adversidades tienen el coraje de seguir construyendo la vida de los demás.