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Sobre invasiones

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Por Félix Gerardo Arellano

La opción militar no tiende a ser una solución eficiente, entre otros, por los altos costos que conlleva, empero, en algunos casos pareciera un recurso inevitable. Con el objetivo de hacerla más sostenible, se tiende a presentar como una acción rápida y contundente, “la invasión quirúrgica”; pero, en la mayoría de los casos, tal expresión no pasa de ser un discurso, que manipula la opinión pública buscando el respaldo popular. En la práctica los invasores se tienden a empantanar en procesos largos, desgastadores e inhumanos que generan un creciente rechazo.

En estos días se ha recordado la invasión de los Estados Unidos a Irak, una decisión que parecía inexorable frente al brutal comportamiento de Sadam Husein, quien llega al poder en 1979, inicialmente un aliado, luego un acérrimo enemigo. Desde septiembre de 1980 inicia su estrategia militarista y expansionista, al entrar en guerra con Irán. Obviamente, dos regímenes autoritarios que asumen la opción militar como vía para lograr sus objetivos.

Diversos factores propiciaron la guerra entre Irak e Irán, entre otros, razones religiosas, dos visiones del islam enfrentadas, el chiismo de Irán y la visión sunita de Sadam Hussein; pero también problemas fronterizos y ambiciones económicas. Un cóctel de factores que los regímenes autoritarios tienden a enfrentar con las armas, menospreciando el diálogo, la negociación y la cooperación. En la práctica la guerra resultó larga, sangrienta y no generó mayores beneficios a los adversarios.

Husein aprovechó la guerra con Irán para vincularse estratégicamente con los Estados Unidos, que mantenía diferencias profundas con el gobierno teocrático del Ayatolá Jomeini en Irán. Una alianza que duró poco, pues luego de concluir la guerra con Irán, Sadam Husein inició otra aventura militar al invadir Kuwait en agosto de 1990, una decisión equivocada, que le ganó el rechazo internacional y la conformación, en el marco de las Naciones Unidas, de una coalición militar de apoyo a Kuwait, integrada por 34 países y encabezada por los Estados Unidos.

La operación militar, que recibió el nombre de la Guerra del Golfo, para Sadam Husein “la madre de las batallas”, logró expulsar las tropas invasoras del territorio de Kuwait, y en su salida promovieron el esquema de tierra arrasada, incendiando los pozos petroleros; pero no fue posible lograr el derrocamiento del gobierno dictatorial de Husein, quien se perpetuó en el poder mediante una represión brutal.

Los ataques de Al Qaeda a los Estados Unidos, en particular la destrucción de las Torres Gemelas en Nueva York, el 11 de septiembre del 2001, llevaron al gobierno del entonces presidente George Bush hijo, a enfrentar lo que definió como “el eje del mal”. En ese contexto, se promovió la invasión de Afganistán en diciembre del 2001 y luego a Irak en el 2003. En el caso de Irak, bajo la acusación de desarrollar armas de destrucción masiva, que nunca se logró comprobar, y resaltando la actuación criminal de Sadam Husein.

Esas dos invasiones se presentaron como inexorables, pues tanto los Talibanes en Afganistán, como Sadam Husein en Irak, constituían serias amenazas para la paz y la seguridad internacional. La acción colectiva en Afganistán fue aprobada en las Naciones Unidas, pero no fue el caso de Irak, que además fue rechazada por Alemania, Francia, China y Rusia.

Cortesía: razonpublica.com
Cortesía: razonpublica.com

En Afganistán las tropas de los Estados Unidos entraron en el año 2001, con el objetivo de atacar al Qaeda y al gobierno Talibán que lo apoyaba. El objetivo se logró rápidamente; empero, lo que debería ser una acción concreta y contundente, se extendió y la presencia militar se mantuvo hasta el 2021, a un costo económico, político y social muy alto. En el caso de Irak, las tropas entraron en mayo del 2003, e iniciaron el retiro en el 2011, no obstante que el objetivo de eliminar a Sadam Hussein se cumplió en el 2006.

Los dos casos tienen sus especificidades, empero encontramos interesantes coincidencias. Las dos invasiones contaron con un contundente respaldo en sus inicios, pero en la medida que se extendieron en el tiempo, fueron generando un fuerte rechazo popular. Los costos humanos y también económicos resultaron muy altos y opacos. Por otra parte, paradójicamente, en la salida de las tropas de los Estados Unidos, las condiciones en ambos países quedaron peores, comparando con el momento de la invasión.

En el caso de Afganistán el retiro de las tropas lo negoció la administración del presidente Donald Trump con la oficina del Talibán en Qatar y sin la participación del débil gobierno afgano que apoya su gobierno. Como se pudo observar el retiro definitivo de las tropas, ya bajo la administración del presidente Joe Biden, resultó un desastre y con la presión de las milicias del Talibán cercando la capital.

El objetivo de eliminar el dictatorial e inhumano régimen del Talibán, se logró al poco tiempo de la invasión, luego en el largo tiempo de presencia de las tropas en el territorio afgano, los errores y los costos fueron creciendo significativamente. El desconocimiento de la compleja realidad local, caracterizada por los grupos étnicos con implicaciones en la organización política; la complejidad religiosa, cultural e incluso geográfica; chocaron con los esquemas en gran medida simplificadores de occidente.

El grupo Talibán sale del poder con la invasión, y con la salida de las tropas regresa al poder con las mismas o peores prácticas autoritarias y de violación de los derechos humanos, en particular de las mujeres. En estos momentos se aprecia un Talibán consolidado y desarrollando sus prácticas inhumanas para perpetuarse en el poder.

Conviene destacar que Afganistán se podría definir como “un agujero negro” de las potencias invasoras, fracasó Inglaterra (1842); la vieja URSS vivió en ese territorio su propio Vietnam, diez años de invasión y un retiro humillante (1979-1989); luego, le correspondió a los Estados Unidos, con un retiro que además resultó un desastre (2001-2021).

En el caso de Irak, no obstante que se logró el objetivo de eliminar a Sadam Husein (2006), con un procedimiento que poco se corresponde con los valores libertarios que promueve occidente; al extender la presencia militar y desmovilizar el ejército nacional, se propició la anarquía y el radicalismo. Buena parte del ejército iraquí sin empleo se sumó a las milicias radicales del Estado Islámico, generando terror en la región.

En estas dos experiencias se evidenció la falacia de las acciones cortas y contundentes, pero además la desvinculación de los comandos militares con la realidad social, religiosa, cultural de los pueblos invadidos. Las diferencias religiosas, la diversidad étnica, la organización política tribal; son algunos de los elementos que deben ser analizados e incorporados en la construcción de una nueva gobernabilidad.

No obstante, la calidad humana de las instituciones y los valores libertarios de occidente, muchos pueblos se tornan resistentes a los cambios y optan por la violencia como mecanismo de salvación. En ese contexto, un trabajo sociológico más exhaustivo y una política más persuasiva podría facilitar las buenas intenciones de la conformación de instituciones democráticas.

Fuente:

  • Este artículo ha sido originalmente publicado en Tal Cual el 28 de marzo de 2023. Disponible aquí.
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