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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

Sobre el diálogo

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_92417523_gettyimages-622856944Mario Moronta R*

La aguda crisis que atraviesa el país y golpea a todos los habitantes de Venezuela ha exigido que se apele a facilitadores para un posible diálogo entre los diversos factores políticos de la oposición y del gobierno. No pocos de aquellos opositores que pidieron la intervención de El Vaticano y, por tanto, del Papa, ahora no lo quieren; muchos de quienes dentro del oficialismo también lo sugirieron, ahora tampoco lo quieren. Esto hace difícil el asunto: quienes así piensan –y lo han hecho sentir por medio de las redes sociales- se expresan muy ofensiva o despectivamente del Papa y de El Vaticano, así como de la Iglesia. En el fondo no habían entendido que los puentes necesarios para elaborar un diálogo no significaban que quienes intervenían como representantes del Papa no debían tomar posición a favor de unos o de otros. Esto ha hecho que quienes se dejan llevar sólo por las informaciones transmitidas por las redes sociales y otros medios alternativos lleguen a dudar, a ofender y hasta sugerir vías nada humanas.

Agrava la situación las declaraciones de Mons. Celli, enviado del Papa Francisco: “Si fracasa el diálogo nacional entre el gobierno venezolano y la oposición, no es el papa sino el pueblo de Venezuela el que va a perder, porque el camino podría ser el de la sangre”. Esto es de una suma gravedad, que nos obliga a todos a pensar seriamente lo que está en juego: no sólo la estabilidad política del país, sino la paz y la fraterna convivencia de los habitantes de Venezuela. Si a esto se une los deseos de violencia en diversos grupos tanto del oficialismo como de la oposición, ciertamente que nos encontramos ante un panorama nada halagüeño.

Es necesario, para poder seguir adelante revisar lo que significa el diálogo. No es un ejercicio de retórica, o una posibilidad de acuerdos y connivencias… es mucho más que eso. El magisterio pontificio reciente nos da unas pistas para entender lo que significa el diálogo y las condiciones que se requieren para asumirlo, realizarlo y hacerlo fructificar.

En el siglo pasado, en medio de una década donde se realizaron eventos importantes como el Concilio Vaticano II, recién nombrado Papa, Pablo VI habló magistralmente acerca del diálogo y lo propuso como uno de los mayores desafíos que tenía la Iglesia en los tiempos actuales. Sus propuestas tienen una gran vigencia hoy: En su Carta Encíclica ECCLESIAM SUAM, Pablo VI propone para la Iglesia y la humanidad, el camino del diálogo. Más aún, lo hace suyo. “La Iglesia debe ir hacia el diálogo con el mundo en que le toca vivir. La Iglesia se hace palabra; la Iglesia se hace mensaje; la Iglesia se hace coloquio” (n. 27). Desde este horizonte, la Iglesia se presenta como ejemplo para todos: es capaz de dialogar con el mundo, con los otros creyentes y dentro de sí misma. El diálogo es vital para la Iglesia y es un estilo propio de todo ministerio eclesial, herencia de tantos siglos de historia (cfr. N. 27).

La Iglesia puede y debe dialogar por ser servidora de la humanidad, como bien lo deja ver el Papa Pablo VI en Ecclesiam Suam 35: “Nadie es extraño a su corazón. Nadie es indiferente a su ministerio. Nadie le es enemigo, a no ser que él mismo quiera serlo. No sin razón se llama católica, no sin razón tiene el encargo de promover en el mundo la unidad, el amor y la paz”. Con estos elementos fundamentales para la actuación de la Iglesia, ella está llamada a ser puente y no a edificar muros, como lo suele repetir el Papa Francisco.

El diálogo, por otra parte, según el magisterio de Pablo VI debe ser asumido con algunas características irrenunciables: Estas las encontramos también en Ecclesiam Suam, 31:

1) La claridad ante todo: el diálogo supone y exige la inteligibilidad: es un intercambio de pensamiento, es una invitación al ejercicio de las facultades superiores del hombre; bastaría este solo título para clasificarlo entre los mejores fenómenos de la actividad y cultura humana…

2) Otro carácter es, además, la afabilidad, la que Cristo nos exhortó a aprender de El mismo: Aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón; el diálogo no es orgulloso, no es hiriente, no es ofensivo. Su autoridad es intrínseca por la verdad que expone, por la caridad que difunde, por el ejemplo que propone; no es un mandato ni una imposición. Es pacífico, evita los modos violentos, es paciente, es generoso.

3) La confianza, tanto en el valor de la propia palabra como en la disposición para acogerla por parte del interlocutor; promueve la familiaridad y la amistad; entrelaza los espíritus por una mutua adhesión a un Bien, que excluye todo fin egoístico.

4) Finalmente, la prudencia pedagógica, que tiene muy en cuenta las condiciones psicológicas y morales del que oye”. Esto permite concluir con Pablo VI: “Con el diálogo así realizado se cumple la unión de la verdad con la caridad y de la inteligencia con el amor”.

El diálogo conlleva un riesgo por parte de todos los participantes: “La dialéctica de este ejercicio de pensamiento y de paciencia nos hará descubrir elementos de verdad aun en las opiniones ajenas, nos obligará a expresar con gran lealtad nuestra enseñanza y nos dará mérito por el trabajo de haberlo expuesto a las objeciones y a la lenta asimilación de los demás. Nos hará sabios, nos hará maestros”. (E.S. 32).

Pablo VI advierte acerca de la necesidad de un diálogo sincero que apunté a la paz social: “como método que trata de regular las relaciones humanas a la noble luz del lenguaje razonable y sincero, y como contribución de experiencia y de sabiduría que puede reavivar en toda la consideración de los valores supremos. La apertura de un diálogo —tal como debe ser el nuestro— desinteresado, objetivo y leal, ya decide por sí misma en favor de una paz libre y honrosa; excluye fingimientos, rivalidades, engaños y traiciones; no puede menos de denunciar, como delito y como ruina, la guerra de agresión, de conquista o de predominio, y no puede dejar de extenderse desde las relaciones más altas de las naciones a las propias del cuerpo de las naciones mismas y a las bases tanto sociales como familiares e individuales, para difundir en todas las instituciones y en todos los espíritus el sentido, el gusto y el deber de la paz” (Ecclesiam Suam 39).

Cincuenta años después, el Papa Francisco tiene la decisión de retomar el diálogo como un auténtico camino pedagógico para la paz a todos los niveles. Así lo hace sentir en el apartado IV de EVANGELII GAUDIUM: El diálogo social como contribución a la paz. Francisco lo enmarca dentro de la misión evangelizadora de la Iglesia (cf. E.G. 238), pero para poder lograrlo se necesita una conversión, un cambio de mentalidad y propiciar una cultura del encuentro: “Es hora de saber cómo diseñar, en una cultura que privilegie el diálogo como forma de encuentro, la búsqueda de consensos y acuerdos, pero sin separarla de la preocupación por una sociedad justa, memoriosa y sin exclusiones” (E.G. 239). Si no se produce el encuentro antes y durante el diálogo, cualquiera que sea su forma, no se podrá obtener los resultados propios.

La Iglesia motiva y acompaña el diálogo en determinados momentos, como el que se vive en Venezuela, pero con la conciencia de que es facilitadora. Por eso, es bueno tener en consideración el aporte del Papa. Sin embargo, es necesario y urgente promover a un protagonista fundamental: el mismo pueblo, la gente. “El autor principal, el sujeto histórico de este proceso, es la gente y su cultura, no es una clase, una fracción, un grupo, una élite. No necesitamos un proyecto de unos pocos para unos pocos, o una minoría ilustrada o testimonial que se apropie de un sentimiento colectivo. Se trata de un acuerdo para vivir juntos, de un pacto social y cultural” (E.G. 239).

Y hoy, en nuestro país, es necesario tomar cuenta a la gente a la hora del diálogo. No se pueden sentar representantes del gobierno y de la oposición a discutir sobre unos temas determinados de propio interés. En el fondo, lo que se está discutiendo en ellos es el “poder”. Cada uno manifiesta su ansia de poder: unos porque no lo quieren perder, otros porque lo quieren tener…y se olvidan de muchas cosas. Ciertamente que los temas propuestos son importantes (el referéndum, los presos políticos, la agenda electoral, etc.…); mas no han aparecido los problemas urgentes que la gente quiere que se les resuelva: el gobierno no acepta que haya crisis social y humanitaria, no aparecen propuestas que apunten a atender los clamores de la gente, como el hambre y la indefensión en muchos campos. Da la impresión de que a quienes se han sentado (y los que no), en el fondo no les interesa sino sus propios puntos de discusión.

Hoy la dirigencia vuelve a estar en la acera de enfrente, sin detenerse a escuchar y hacer suyos los clamores de la gente: desde la falta de insumos alimentarios y medicinales hasta el alto costo de la vida, desde la inseguridad hasta el desabastecimiento, desde la desilusión hasta la frustración. El diálogo no debe ser sólo para atender situaciones de tipo político (importantes y urgentes para resolver), sino para poder abrir puertas a la reconciliación, al protagonismo del verdadero sujeto social, como lo es el pueblo.

Esto conlleva algo importante indicado por el Papa Francisco el pasado año en Bolivia, durante el encuentro con los movimientos populares: “Ese arraigo al barrio, a la tierra, al oficio, al gremio, ese reconocerse en el rostro del otro, esa proximidad del día a día, con sus miserias, porque las hay, las tenemos, y sus heroísmos cotidianos, es lo que permite ejercer el mandato del amor, no a partir de ideas o conceptos sino a partir del encuentro genuino entre personas. Necesitamos instaurar esta cultura del encuentro, porque ni los conceptos ni las ideas se aman. Nadie ama un concepto, nadie ama una idea; se aman las personas. La entrega, la verdadera entrega surge del amor a hombres y mujeres, niños y ancianos, pueblos y comunidades… rostros, rostros y nombres que llenan el corazón. De esas semillas de esperanza sembradas pacientemente en las periferias olvidadas del planeta, de esos brotes de ternura que lucha por subsistir en la oscuridad de la exclusión, crecerán árboles grandes, surgirán bosques tupidos de esperanza para oxigenar este mundo”.

De verdad que a muchísimos han asustado y preocupado las palabras de Mons. Celli, sobre un posible fracaso del diálogo. Es necesario que, entonces, sea tomado en cuenta y se den los pasos para buscar el camino común necesario no sólo para salir de la crisis. El gobierno y el oficialismo deben atender los clamores de la gente; la oposición, de igual modo. Y ambos factores políticos deben buscar en el consenso las soluciones reales para salir adelante. No es el ansia de poder, en sus diversas expresiones, lo que ha de predominar. ¡Qué bueno sería incorporar representantes de las bases sociales, en sus variadas manifestaciones, para escucharlos! Y, que de parte y parte haya el compromiso de erradicar la violencia, tanto verbal como física.

El Papa, en el reciente encuentro con los movimientos populares en Roma, citaba unas palabras de Martin Luther King. Ellas nos pueden ser útiles para entender cuáles han de ser los frutos de todo diálogo en beneficio del país, sobre todo con el compromiso de abandonar todo tipo de violencia: “Odio por odio sólo intensifica la existencia del odio y del mal en el universo. Si yo te golpeo y tú me golpeas, y te devuelvo el golpe y tú me lo devuelves, y así sucesivamente, es evidente que se llega hasta el infinito. Simplemente nunca termina. En algún lugar, alguien debe tener un poco de sentido, y esa es la persona fuerte. La persona fuerte es la persona que puede romper la cadena del odio, la cadena del mal”. Y hoy en Venezuela, se necesitan personas fuertes que puedan vencer la cadena del mal y construir, en diálogo fraterno, la Venezuela que todos de verdad queremos.

* Obispo de San Cristóbal. 

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