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Snowden

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snowdenNorberto Alcover

Seguramente a estas alturas, la mayoría de nosotros ha olvidado la existencia de Edward Snowden, el experto tecnológico norteamericano que nos sorprendiera a todos cuando en 2013 revelaba el contenido teóricamente secreto de las escuchas de la CIA Y NSA en virtud de mendaces legalidades constitucionales. Ese código nunca hasta entonces conocido se denominaba PRISA y justificaba todas las atrocidades de los servicios secretos norteamericanos y en parte israelíes. El mundo entero era absolutamente vigilado en sus plurales comunicaciones, precisamente haciendo uso de los instrumentos de altísima tecnología, que el mismo Snowden había creado como soberano cerebro de aquella máquina de destrozar intimidades que saltó hecha pedazos en las páginas de Guardian, tras larguísimas negociaciones en un misterioso hotel de Hong Kong; como se ha escrito, era el fin de la inocencia, y Obama, al cabo, tendría que eliminar esa letra gorda en la oscilación entre la libertad y la seguridad.

Pero al cabo, hoy mismo, con la película de Oliver Stone raspándonos la garganta, es mejor reconocer que habíamos olvidado esta peligrosísima historia que, en definitiva, seguramente habrá obtenido continuidad de alguna otra manera. El personaje interpretado por Nicolas Cage, un sesentón de vuelta de todo, capaz de actuar como profeta al comienzo de la aventura del joven Snowden: todo es negocio, amigo mío, aunque parezca lo contrario. Aunque se oculte bajo el amor a la patria, a esa Norteamérica siempre dominada por el espectro de las Torres Gemelas y el buchismo entronizado en la Casa Blanca. ¿Hasta hoy?

Esa verdad tramposa

snowden2Pues bien, con estos mimbres históricos (y descaradamente políticos) el super conocido Oliver Stone retorna a su cine de acción y de espías, e insiste en su desmedido afán de introducirse en la médula de los vicios norteamericanos con su descarnada malicia… si bien jamás con la acritud necesaria para hacer sangre de verdad. Porque Stone informa, pero siempre decae en su determinación ideológica, que permanece un tanto desvaída entre pliegues benévolos de lenguaje y sobre todo de sentimientos. Nunca es del todo agresivo en sus imágenes, pero además la historia de amor entre el protagonista y su novia, una mediocre Shailene Woodley en el papel de Lindsay Mills, alcanza tantísimo peso narrativo que aminora la contundente acción política de Snowden, al tamizarla con las idas y venidas del debate interior del delator entre su obligación patriótica y las consecuencias para su vida en pareja. Seguramente, esta limitación sea la mayor en este film muy interesante pero que nos parece realizado un tanto en la superficie, repetimos que sin pasar de la línea de flotación informativa.

Para nada estamos en el rigor de aquella maravilla que fuera Nacido el 4 de julio (1989), pero tampoco en la inquietante historia de investigación sobre el asesinato de Kennedy J.F.K. (1991). Aquí falta desmesura y paradójicamente en Stone sobre contención, hasta el punto de que un hálito de frialdad recorre el film. Y, por otra parte, la recuperación de la imagen real de Snowden, al final, impone un correctivo inútil y exageradamente denotativo al conjunto. Las excelentes tomas en la habitación del hotel de Hong Kong, casi de Nouvellle Vague, pierden consistencia cuando se trata de explicarnos el proceso seguido por Snowden en los diferentes centros de inteligencia norteamericanos en los que va tomando conciencia de cuanto sucede en ese país que ama con locura. Se trata de un sí pero jamás consumado icónicamente. Falta algún golpe de timón, de los que en tantísimas ocasiones el mismo Stone nos pareció maestro: momentos de Platoon, por ejemplo (1986).

Un guión elaborado por Kieran Fitzgerald y el mismo Stone, sobre las obras de Anatoly Kucherena y Luke Harding, sostiene este film, y en gran parte sus defectos, ya señalados, radican en la estructura del texto literario previo. Es un guión desmesurado porque, como hemos escrito, lo privado se introduce exageradamente en lo público y porque el conjunto es eminentemente informativo y apenas contempla esa esperable dimensión subjetiva. De esta manera, no llegamos a saber si nos encontramos ante una obra documentalista o una de ficción, detalle a señalar para explicarnos momentos de despiste general, sobre todo en los ámbitos donde trabajan técnicos y políticos. Y el recurso al “cubo de Rubik” acaba por crear un instante delirante al conseguir que nuestro Snowden escape al control de seguridad del local en que trabaja. Tal vez fuera así, pero en pantalla es de un hilarante trampantojo.

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En fin, que, Stone ha conseguido una especie de “película trampa” sin pretenderlo. Estamos ante un film interesante como aproximación histórica y no menos como una guía de caminantes en torno a lo que es capaz el Estado para imponer sus oscuras intenciones, y en concreto Norteamérica. Pero lo demás apenas aflora, de tal manera que esta película se visiona bastante bien al comienzo, para entrar en una desapasionada proyección desde que el delator es descubierto. Todo se agolpa y todo se frivoliza precisamente en su afán de que la objetividad se imponga. Sobran, una vez más, veinte minutos. Y falta aquel apasionamiento de Stone que le hiciera uno de los talentos, discutidos por supuesto, de un grupo de cineastas comprometidos con su tiempo y espacio históricos. Al final, puede que sea Eastwood quien se suba al machito del “testimonio histórico” sin pretenderlo. ¿Recuerdan El gran Torino?

Fuente: http://www.cineparaleer.com/critica/item/1974-snowden

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