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Sinodalidad: ¿Para qué?

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Cristina Inogés Sanz

Cuando decimos, mejor dicho, confesamos, que la Iglesia es “una, santa, católica, y apostólica”, podríamos decir sin el más mínimo problema que es “una, santa, católica, apostólica, y sinodal”. Así nació la Iglesia sinodal y laical, porque así es en esencia la Iglesia.

Lo de laical se perdió muy pronto, a favor de la sacralización de las figuras del presbítero y del obispo; la sinodalidad se vivió aproximadamente durante más de mil años. Luego, también se perdió y el clericalismo tomó el mando con consecuencias que, todavía hoy, seguimos pagando.

El lema del Sínodo no está elegido al azar. Por una Iglesia sinodal: comunión, participación, y misión, es toda una declaración de principios. Cuando se celebró el cincuenta aniversario de la institución del Sínodo de los obispos, Francisco pronunció un discurso de gran carga eclesiológica1 donde llama la atención en cómo invita a la reflexión de la esencia de la Iglesia.

Aquella frase de “Iglesia, ¿qué dices de ti misma?”, que resonaba en el Vaticano II, sigue plenamente en vigor. Decía Paul Ricoeur: “El pasado nos interroga y nos pone en cuestión antes que lo interroguemos y lo cuestionemos. El pasado nos interroga en la medida en que lo interrogamos. Él nos responde en la medida en que le respondemos”2. Esta reflexión del filósofo francés es un buen punto de partida porque nuestros males como Iglesia vienen de lejos.

Qué decimos de nosotros mismos, cómo decimos de nosotros mismos, y para qué decimos de nosotros mismos, es fundamental en este Sínodo. Para todo esto es necesario hacer memoria de nuestra historia personal y comunitaria; reconocer y aprender de los errores; querer cambiar y, sobre todo, querer convertirnos.

Me preocupan muchas cuestiones en la Iglesia y, al ver los documentos sobre los que trabajar en la fase diocesana del Sínodo, veo, por ejemplo, que las mujeres seguimos estando en el margen de la Iglesia. Es verdad que Francisco está haciendo mucho por nosotras y se ve en la cantidad de mujeres que ya están en puestos muy relevantes en el Vaticano. Sin embargo, queda mucho por hacer a nivel de iglesias locales, de parroquias, de movimientos, de congregaciones femeninas.

Me preocupa, también mucho, ver cómo nuestros seminarios siguen siendo el foco de múltiples desastres de los que ya deberíamos haber aprendido, y no lo hacemos, y seguimos con un sistema de formación que repite los esquemas que no han servido de nada salvo para formar en la cultura de la impunidad.

Me preocupa ver cómo, ante esta oportunidad que nos brinda este Sínodo, en muchas parroquias se va a lo fácil (y eso si se va) y, ante propuestas de personas de esa comunidad parroquial de hacer un esfuerzo por acercarse a eso que llamamos los “alejados”, la respuesta de los párrocos es un no rotundo porque eso lleva mucho trabajo. Así, sin profundizar mucho, la primera lectura que se me ocurre es que. si solo queremos lo fácil, lo difícil nos sepultará por no haberlo atendido.

Me preocupa, muchísimo, ver como las Iglesias de algunos países se niegan a una investigación a fondo sobre la realidad de los abusos sexuales como si el negarlo hiciera desaparecer la realidad. Así, con esa negación, la Iglesia aparece, como la “Iglesia Bella Durmiente”, en acertada metáfora de Tomás Halik que es, como dice este teólogo, preciosa en su imagen, pero que no se entera de nada porque de nada se quiere enterar.

Me preocupan otras muchas realidades eclesiales y eclesiásticas que, aunque lo parezca, no son lo mismo. Sin embargo, este Sínodo sobre la sinodalidad me invita a la esperanza, al ánimo, a la entrega para hacer realidad no una nueva Iglesia, porque no se trata de eso, sino para aprender todos juntos, caminando juntos, a ser Iglesia de otra manera.

El Concilio Vaticano II, su eclesiología más concretamente, no logró ser hecha realidad y eso, seamos sinceros, complica un poco la forma de entender este Sínodo. Tras la celebración del Concilio y, poco a poco, la eclesiología de comunión que había sido la gran apuesta de ese momento fue perdiendo aire, sobre todo en las Iglesias locales y en las conferencias episcopales a favor de un centralismo, a todos los niveles, de la curia romana.

Ahora tenemos la oportunidad de corregir esas desviaciones y hacerlo entre todos. Porque a todos nos va a tocar resituarnos, hacer un profundo examen de conciencia –personal y eclesial– e iniciar un proceso de conversión permanente. Porque solo desde la conversión, el cambio de mentalidad necesario para poder hacer frente al cambio de estructuras que tanta falta hace, será posible. De ahí la esperanza con la que debemos iniciar este camino sinodal. Esperanza que es un hacer cotidiano, no de grandes momentos, sino de cuestiones diarias que vayan transformando a esta Iglesia herida de muerte en su parte humana, en el reflejo sano, alegre y comprometido de su parte divina.

Tenemos todo por hacer, por lo tanto, todo es posible. El Espíritu sopla a favor, toda la Iglesia y, por si fuera poco, también aquellos que viven un paso fuera de los márgenes de la misma, sean quienes sean y lleven la vida que lleven están invitados a hablar y a escuchar. Jesús no rechazó a nadie, repito, a nadie. Ante esa realidad histórica, ¿quiénes somos nosotros para poner trabas y, sobre todo, para decidir quién es apto o no para dejar oír su voz en este Sínodo?

Dios nos creó como seres en relación porque él mismo es un ser en relación en la Trinidad. Este paso de la Iglesia del yo a la Iglesia del nosotros, que también forma parte de la sinodalidad, tiene mucho que ver con ser reflejo de esa Trinidad que es camino y danza de Dios, según una antigua tradición de la liturgia y teología de la Iglesia de Oriente y de Occidente.

Sin miedo a cuestionarnos a nosotros mismos, sin miedo a la utopía. Decía Francisco en la homilía de la misa de apertura del Sínodo:

“El Espíritu nos pide que nos pongamos a la escucha de las preguntas, de los afanes, de las esperanzas de cada Iglesia, de cada pueblo y nación. Y también a la escucha del mundo, de los desafíos y los cambios que nos pone delante. No insonoricemos el corazón, no nos blindemos dentro de nuestras certezas. Las certezas tantas veces nos cierran. Escuchémonos”.

¡Adelante! Escuchémonos porque no estamos acostumbrados a hacerlo. Estoy segura que el Espíritu, sin cuyo soplo este Sínodo no sería posible, despertará nuestro corazón y nuestra lengua. Nos jugamos el futuro de la Iglesia y nos toca ser generosos porque las futuras generaciones se merecen tener ya una Iglesia en camino sinodal.

Este Sínodo representa estar en permanente revisión, en modo de actualización constante porque es esencial permanecer cambiando.


Notas:

  1. Conmemoración del 50 aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos. Discurso del Santo Padre Francisco (sábado, 17 de octubre de 2015). Portal Oficial de la Santa Sede. Disponible en: www.vatican.va
  2. Ricoeur, P., Temps et récit III. Le temps raconté, Paris, Seuil 1985, 401-402

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