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Sin la participación de las mujeres, la formación presbiteral es incompleta

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Artículo de Rafael Luciani para el Observatorio Romano

El camino sinodal de las Iglesias en Italia ha recordado que la Iglesia no puede definirse desde la jerarquía, sino en y como pueblo de Dios en el que hombres y mujeres compartimos la misma dignidad bautismal. Uno de los ámbitos más críticos donde esto se pone a prueba es en la formación de los futuros presbíteros donde la participación de mujeres es indispensable para aprender que la autoridad y la ministerialidad en la Iglesia no son únicamente “masculinas”.

La Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis subraya que la formación presbiteral tiene carácter eminentemente comunitario desde su origen y debe desarrollarse en contacto real con todos los miembros de la Iglesia, especialmente mujeres. El Documento Final del Sínodo no sólo propuso que dicha formación fuese compartida —laicas y ministros ordenados— sino también que profesionales y expertas participen en el discernimiento de los candidatos. No se parte de cero, porque ya Praedicate Evangelium, al separar el poder de orden del de jurisdicción, sentó las bases para recuperar la paridad de género en posiciones donde se toman decisiones en la Iglesia.

Es un hecho que las mujeres ya sostienen gran parte de la vida pastoral y social de la Iglesia. Transmiten la fe en las familias, lideran escuelas y hospitales, coordinan comunidades, realizan investigación y docencia teológica, y han comenzado a ocupar cargos de responsabilidad en algunas diócesis, Conferencias Episcopales y en la Curia Romana. La pregunta no es si pueden hacerlo. La pregunta es por qué, a pesar de hacer todo esto, su aporte sigue siendo considerado secundario o nulo en las estructuras formativas del clero.

La cuestión no es ideológica. Es eclesial. No se trata de dar más espacio a las mujeres, como si estos espacios fueran propiedad de hombres ordenados. Se trata de poner en práctica y de modo efectivo una auténtica corresponsabilidad diferenciada. Esto supone aceptar, como explica Lumen gentium 32, que la relación entre “pastores y demás fieles” conlleva un vínculo recíproco conformando.

Si, como sostuvo el cardenal Suenens, no existen super-bautismos, los programas de los seminarios deberían incluir experiencias comunitarias y pastorales de elaboración de decisiones compartidas con laicos y mujeres en igualdad de condiciones. Deberíamos tener más mujeres como profesoras de teología, psicólogas y acompañantes espirituales. Aún más, como miembros con voz y voto en equipos formativos y de admisión.

No habrá Iglesia verdaderamente sinodal mientras una gran mayoría del cuerpo eclesial siga ausente en la formación presbiteral, porque el Espíritu se hace presente en la “totalidad de los fieles”, y no en “uno” o “algunos” aisladamente, como recuerda Lumen gentium 12. Sin mujeres, la formación presbiteral seguirá siendo incompleta y no estaremos educando a construir el nosotros eclesial en los seminarios y casas de formación desde los inicios de los procesos formativos.

 

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