Por Héctor Escandel | Radio Fe y Alegría Noticias
Mientras intentaba descubrir si Carrillo y Suárez eran realmente amigos o simples aliados políticos de la coyuntura post Franco en España, una señora me hablaba sin parar de sus fotos en los documentos de identidad. Eran las 9:20 de la mañana y mi objetivo no era otro que sacar la cédula. Con un oído escuchaba a mi compañera de cola y con el otro trataba de seguir el balbuceo de mis labios que se paseaban, con serias dificultades, por la pantalla del celular tratando de comprender la narración de Javier Cercas en su obra Anatomía de un Instante.
Mi día comenzó a las 5 y 45 de la mañana, aunque salí del apartamento a las 7:25. Me arreglé, tomé café y cogí la calle. La primera parada fue el Saime del Instituto de Previsión Social de la Fuerza Armada (Ipsfa), desde mi casa no son más de 5 minutos en carro. Llegué sin contratiempos, me estacioné y busqué la oficina. Después de subir unas escaleras, una larga fila de niños y niñas con sus mamás me indicaron que estaba en el “point”. Mientras buscaba con la mirada el fin de la cola, mi esposa -que me acompaña en estas vueltas- se asomó en la puerta y logró sacarle -a regañadientes- a los funcionarios que: 1. la oficina estaba cerrada, 2. a las 8:30 abren y 3. no estaban sacando cédulas a los adultos, solo niños que iban por primera vez.
Con un ánimo totalmente distinto -dispuesta y sonriente- una mamá me dijo que la cola era solo para los niños, que a los adultos los atendían martes y jueves.
– Señora, ¿está segura?, ¿cómo sabe que es martes y jueves?
– Bueno, eso fue lo que me dijeron la última vez que vine.
– Ok, gracias. Feliz día.
Ante este escenario confuso e impreciso, decidimos irnos de ahí y buscar otro lugar que ofreciera más certezas.
Ya eran las 8:13 de la mañana cuando llegamos a Santa Mónica, la fila en la calle era tan larga como la de una taquilla que vende entradas para un Barsa-Madrid o para un concierto de Sebastián Yatra. La gente, por mera intuición hizo fila en una acera, sentados en el piso o recostados de una cerca. Se acomodan como pueden.
-Buenas, ¿es la cola del Saime?, pregunté a los últimos.
-Sí, abren a las 8:30. Me respondió una señora que utilizaba una tapa bocas y quien tenía serias dificultades para respirar. Me asomé y calculé que la distancia a la puerta eran unos 80 o 90 metros. Respiré y empecé a especular con la hora en que terminaría la diligencia.
Incertidumbre
Desde hace muchos años, la desinstitucionalización en este país se hace evidente en los pequeños detalles. ¿Qué requisitos se necesitan para sacar una cédula?, ¿hay que pagar?, ¿qué día atienden a la gente?, una simple cartelera podría ofrecer certezas, pero no. No hay nada ni nadie que te diga lo simple.
A las 8:30 en punto, se abrió la puerta y la cola comenzó a rodar. Los que estaban tirados en la acera se levantaron y se sacudieron las nalgas, los que yacían recostados en la cerca se enderezaron y comenzaron a caminar, como Luis Fonsi: des-pa-cito. Cuando alcancé la puerta, una funcionaria, que vestía ropa deportiva, me preguntó:
– ¿Qué tramite va a hacer?
– Cédula. Alcancé a responder.
-¿Venezolano?, repreguntó la mujer, como si pasara revista en una formación militar.
– Sí. Dije ya intimidado.
-Por allá, aquella es la cola. Y apuntó al fondo con su dedo índice y la uña más pintada que un bloc de preescolar.
– Gracias, le dije, y caminé esquivando gente hasta el final de una fila que se extendía hasta el fondo de un pasillo.
La espera
En total, conté cuatro colas. Una para venezolanos que van a sacar la cédula, otra para venezolanos que van a sacar pasaportes, una tercera para extranjeros que intentan legalizar su estadía en el país y una última para todo aquel mortal que va a retirar un documento. Al cabo de unos 10 minutos ya no había gente en la calle. Todos formábamos parte de una precaria, pero simple, forma de organización institucional.
A las 8:50 de la mañana, los primeros -los madrugadores- ya estaban dentro de la oficina y haciendo sus trámites. Me animé a sacar el celular y busqué la aplicación de lectura para aprovechar los minutos o las horas de espera. Es difícil leer cuando alrededor un montón de gente intenta colearse y no dejan de coquetear al vigilante para que los deje pasar a “preguntar algo rapidito”. Sin embargo, me esforcé. Lo intento cada vez que estoy en estas circunstancias.
Poco a poco la cola avanzaba, ya casi estaba en la segunda puerta, la que me daría acceso a la sala de espera. La oficial, la de verdad, no la acera ni el pasillo. A estas alturas, ya puedo decir que para sacar la cédula necesitas: 1. olfato para saber dónde están trabajando, 2. paciencia para hacer cola sin saber siquiera que te atenderán. 3. un libro o algo con que matar el tiempo.
Cerca de las nueve, mi esposa –que se había quedado en el carro- me llamó para ofrecerme desayuno y para alertarme que casi se roban un carro que estaba estacionado cerca del nuestro. Un hombre se metió en una camioneta y mientras trataba de prenderla, el dueño del carro lo encontró porque se devolvió a buscar una carpeta que había olvidado. Toda una novela con fondos musicales de drama y acción.
A las 9:10 minutos me hicieron pasar y me senté en una silla de plástico. Adentro todos los funcionarios vestían ropa deportiva, creo que era miércoles deportivo en las oficinas de extranjería. Uniforme temático o algo así. Uno a uno, cada persona se tardaba como diez o quince minutos en las casillas de cedulación. Son cuatro puestos, pero solo funcionaban dos ese día. A mi lado estaba una señora insólita. Mi compañera de cola merece un párrafo aparte. Aquí voy.
Mientras intentaba leer en el celular y descubrir si Carrillo ayudaba a Suárez solo para que legalizaran al partido Comunista de España o lo hacía porque de verdad creía en la democracia y las instituciones, mi compañera de cola no paraba de hablar y hablar. Supe que es venezolana, pero tiene pasaporte español, también me contó que sus dos hijos viven fuera, uno en Tenerife y otra en Barcelona, que la plata que le mandan le da para vivir. Odia a Maduro y a todos los del gobierno. Nunca ha perdido nada. Todo eso me lo decía mientras yo la atendía con un oído, con el otro trataba de seguir el balbuceo de mis labios para no perderme en la pantalla.
-Señora, y qué, ¿se le venció la cédula?, le pregunté para retribuirle tantas atenciones conmigo.
-No, yo nunca he perdido nada. Me respondió con aires de súper mamá atenta y prevenida.
-Y, ¿qué le pasó a su cédula?, ¿por qué se la va a sacar?
-Porque en la que tengo no me dejaron pelar los dientes. Me dijo con cara de quien ha perdido un derecho fundamental.
-El mes pasado fui a sacarme la cédula y cuando me iban a tomar la foto, el funcionario me dijo que no podía reírme. ¿Puedes creer?
-Imagínese. Alcancé a decir, aunque por dentro decía: ¿es en serio?
– Yo me río, siempre me río. En mi pasaporte venezolano, salgo sonriente, en el español salgo con los dientes pelaos, ¿cómo voy a tener una cédula con cara de culo? Dijo con cara de ofendida.
Después de semejante argumento, quedé aturdido. La cola siguió avanzando y la llamaron a ella. Seguí leyendo.
Cuando ya me faltaba una persona para pasar, llegó un hombre súper-híper-mega perfumado que impregnó toda la sala. Lo acompañaban seis o siete mujeres súper-mega operadas que acapararon la atención de Raimundo y todo el mundo. Pasaron como pedro por su casa, y después de intercambiar un par de frases con el encargado, sin hacer cola ni nada se fueron sentando en las casillas para sacarse la cédula. Nadie protestó. A lo mejor porque nadie quería pelear, o tal vez porque estaban impregnados de perfume y siliconas.
Otra cosa que se necesita para cedularse en Venezuela es: paciencia, mucha paciencia. Para escuchar y soportar.
El trámite
A las 9:50 me llamaron para la casilla y me senté.
-Usted, ¿qué necesita?, me preguntó una señora, que también vestía ropa deportiva.
-Cédula, necesito sacar la cédula. Le dije, con temor a que a estas alturas me pidieran papeles que no tenía a la mano.
– ¿Te robaron o se te perdió?
-La perdí, no sé dónde la dejé, quizás está en la casa, en algún lugar, pero ya no puedo seguir buscando, necesito viajar.
– ¿Número de cédula? Y se alistó para escribir en la computadora.
– ¿Nombre completo?, ¿naciste en Caracas? Ella seguía preguntando y yo respondía con frases cortas a cada requisito.
-Ponga los dedos aquí. Ahora los pulgares.
-Póngase derecho y mire la cámara.
No sonreí, no vaya a ser que me regañaran como a la señora.
-Firme aquí.
Firmé.
-Listo, en quince días la vienes a buscar.
– ¿Listo?, le repregunté.
-Sí, listo. Siguiente.
Incrédulo, en serio, no lo podía creer. Ya estaba listo, el trámite estaba listo. No tardé ni diez minutos en la silla, pero desde que me levanté y comencé a hacer la cola ya habían pasado casi cuatro horas.
Son las 11:00 de la mañana y ya estoy en la oficina contándole a mis compañeros la travesía de las últimas horas. Los simples complicados pasos para sacar la cédula. Todos se ríen de la señora que necesita salir con los dientes pelaos en las fotos de sus documentos y se alarman con el intento de robo.
Definitivamente, cuan diferente fuera este país si hubiese certezas, cuánto se simplificarían los trámites si la gente supiese los horarios y los requisitos, pero no, nos falta tanto por hacer.
Ahora espero por la cédula, ojalá que en quince días realmente la tenga en mi cartera, mientras tanto espero. No queda de otra, es el último paso: tener fe.
Fuente: http://www.radiofeyalegrianoticias.net/sitio/simples-complicados-pasos-para-sacar-la-cedula/red-de-opinadores/