(Una visión de los resultados del 25M)
En los diccionarios hay palabras muy hermosas, tanto por su nombre, como por su significado. Para mí, la palabra conticinio es una de ellas: ese momento, esa hora de la noche – o del día ¿por qué no? – en que todo está en silencio.
Que todo esté en silencio ocurre poco, sobre todo en estos tiempos de sobre estimulación, de conexión constante, de ruido. Sin embargo, ocurre.
Para los romanos, la palabra conticinium evocaba silencio, silencio para la reflexión, para la calma, para el descanso, para la paz. Y ese silencio lo obtenemos o bien porque nos procuramos el espacio de manera consciente y deliberada, o bien porque las circunstancias nos conducen a una situación en la cual el silencio se produce – casi – de manera sola, o Providencial dirán algunos.
Lo cierto, lo verdaderamente cierto, es que ya sea procurado o porque simplemente se produzca y nos percatemos del silencio, debemos saber aprovechar ese conticinio para lo que nos sugieren los romanos: para la reflexión.
Los resultados de las elecciones parlamentarias y regionales del 25 de mayo, más allá de los anuncios – tristemente irreconciliables y distantes – de convocantes y adversarios, expresan algo muy claramente: el silencio de la gente en la calle, el silencio de un país.
Que 6 de cada 10, o 7 de cada 10, ú 8 de cada 10 venezolanos hayan resuelto hacer silencio en el proceso electoral y no participar, más allá de las lecturas políticas que quieran y haya que darles, representa un muy claro mensaje y clamor de reflexión nacional.
Reflexión para la calma, para el necesario “descanso” de tanto conflicto. Reflexión para pensar atenta y detenidamente sobre lo que queremos para nosotros (para todos nosotros) y lo que queremos para el país. Es decir, es hora de tomarnos el tiempo para seria y profundamente reflexionar sobre el Bien Común.
La Doctrina Social de la Iglesia nos dice que para poder hablar de bien común deben construirse y existir un conjunto de condiciones de vida social, con las cuales los hombres, las familias y las asociaciones pueden lograr con mayor plenitud y facilidad su propia perfección[1]; y esta perfección atiende y se asienta e inserta por naturaleza propia del ser humano en los planes divinos, en última instancia, en Dios mismo.
No se trata pues de pretender que el Bien Común se oponga a lo personal, como si se tratara del bien de alguna colectividad impersonal, de un todo donde las partes hayan sido depreciadas. Por el contrario, los mayores bienes de la persona son y han de ser comunes, no privados[2].
El papa León XIV en el recientísimo inicio de su pontificado ha sido enfático en cuál debe ser la actitud de nosotros los católicos: “Debemos buscar juntos ser una iglesia misionera, una iglesia que construye puentes y diálogo, siempre abiertos a recibir a todos, a todos aquellos que necesitan nuestra caridad, nuestra presencia”[3].
¡Construir puentes y diálogo! Vaya reto nos deja el papa.
Por ello, insistimos, el silencio que vivimos en el país es menos un reclamo que una ocasión de reflexión. Una suerte de conticinio, para que todos juntos pensemos y repensemos en cómo construir juntos el país que necesitamos.
[1] En las encíclias Pacem in Terris y Mater et Magistra de S.S. Juan XXIII, se desarrolla esta idea con profundidad.
[2] Rafael Tomás Caldera. Notas sobre el Bien Común. Revista SIC. https://revistasic.org/notas-sobre-el-bien-comun/
[3] Primer Saludo del Santo Padre León XIV. Mayo 2025