Por Noel Álvarez
Pluto es una de las comedias de la mitología griega más destacadas, escrita por el comediógrafo griego, Aristófanes. Su trama plantea la desigual distribución de la riqueza en el mundo, donde unos pocos tienen mucho y otros, muchos, pasan el hambre hereje. El filósofo dirige su artillería contra los funcionarios públicos enquistados en el poder que se creen dueños de la humanidad, y que intentan aniquilar, con todos los medios disponibles, a quienes se les oponen.
De acuerdo con el argumento de la obra, Pluto, dios de la riqueza, había sido cegado por Zeus, padre de los dioses y de los hombres, y deambulaba de mano en mano sin saber, en casa de quién paraba o quién lo recibía, hasta que Crémilo, un agricultor pobre, pero de gran bondad, lo llevó a la cueva de Asclepio, dios de la medicina y la curación, para que le devolviera la vista.
En agradecimiento por el buen resultado del tratamiento, Pluto, la riqueza, precursor de la Plutocracia, solo favorece a los hombres buenos, honestos y trabajadores, mientras que los perversos son condenados a la miseria. Esto vendría a ser, rendir tributo a la meritocracia y al emprendimiento. Sin embargo, en el enrevesado mundo venezolano, estos términos no tienen igual significado.
A lo largo de esta comedia, Aristófanes critica la situación socio económica de Atenas en manos de autócratas y a través de sus personajes expone sus ideas sobre la riqueza. La principal característica de la comedia antigua era la gran libertad que tenían los filósofos y escritores para criticar a los gobernantes, incluso se llegaba al extremo de nombrar y caricaturizar a personajes muy poderosos, especialmente a políticos demagogos que desangraban las arcas de la nación. Desafortunadamente, desde que por estas calles se inventó el delito de opinión, esta práctica fue proscrita.
Como siempre sucede, ante la tempestad libertaria generada por las obras de teatro, algunos políticos presionaron para que fueran promulgados decretos para coartar las libertades de los autores y sus formas escritas ya que a ellos no les hacía ninguna gracia verse reflejados de tan grotesca manera ante el pueblo griego. En todas las épocas se cuecen habas, diría mi abuela Petra.
La corrupción de la sociedad ateniense era patente en numerosas referencias en el texto”, tal y como se describe en el siguiente fragmento, en el que Crémilo, en un diálogo amplio y fuera de la demagogia, hablaba con Pluto: “¿quién le da a Zeus su poder sobre los demás dioses? Por supuesto que tú, Pluto, el más poderoso de todos los dioses: la riqueza. Todo depende de la riqueza. Mira a los oradores políticos en las ciudades, una vez enriquecidos con los dineros públicos se vuelven injustos y conspiran contra la democracia”. El dios Pluto lo reconoce: “Cuando se hacen ricos, su perversidad no tiene límites. Otro ataque a la degradación de la democracia se manifiesta”.
En los tiempos en que se desarrolló Pluto, época de la guerra del Peloponeso, gobernaba en Atenas, Cleón. Este demagogo aplicó la política del “terror de masas” consistente en masacrar a la población de las ciudades que mostraran resistencia, tal como hizo con la población de Mitilene. El autócrata autorizaba pesticidas para dispersar a los ciudadanos que protestaban. Hoy en día los tiranos utilizan “gas del bueno” para combatir las protestas.
Esta era una forma que utilizaba Cleón para cobrar, en parte, las atrocidades cometidas por Esparta en contra de Atenas durante la Guerra del Peloponeso. La hegemonía espartana, después de la ocupación de Atenas dejaba pocas esperanzas de recuperación a esta última, que se vio envuelta en un continuo estado de guerra cuerpo a cuerpo que arruinaba su tesoro público y deterioraba las relaciones comerciales.
Estas circunstancias políticas y sociales propiciaron la actividad de los políticos intrigantes, es decir los “patriotas cooperantes” de aquella época conocidos con el remoquete de: “Sicofantas”. Estos malévolos personajes eran acusadores e informadores públicos que se aprovechaban del estado de indefensión jurídica de los ciudadanos.
En esta época, cualquier ateniense podía denunciar a otro ante los tribunales, pero necesitaba de un intermediario que conociera los entresijos y el lenguaje del sistema de justicia. El sicofanta, además, podía ejercer de acusador por cuenta propia y fueron calificados como “perros del pueblo”, por Demóstenes.
Otro de los pocos que levantó su voz en contra de estas prácticas aberrantes fue Aristófanes, quien mostró su desacuerdo con la manera de gobernar de los populistas que compraban la opinión de los atenienses de cualquier manera y usurpaban los derechos de los ciudadanos con leyes hechas a la medida del poder. Parece que el viejo adagio sigue vigente: “la historia no se repite, pero si rima”.