Miguel Ángel Latouche*
Especial para el 75º Aniversario de la revista SIC.
Siempre me gustó sentarme a conversar con la gente mayor. De mi niñez recuerdo con cariño aquellas charlas maravillosas en las que me sentaba con mi padre debajo de algún árbol, cualquiera, en el patio familiar y me maravillaba con las historias que me contaba acerca del país que a él, a mi padre, le tocó vivir. Quizás sea posible decir que yo pertenezco a la última generación que se vio beneficiada con los saberes que se nos transmitieron por vía de la tradición oral. Un país tan desmemoriado como el nuestro requiere que algunos recojan las viejas historias y se las cuenten a las nuevas generaciones. Eso nos permite saber de dónde venimos, quienes somos y hacia dónde nos dirigimos como pueblo.
Cumplir 75 años en un país como este, en el cual los proyectos de largo plazo tienden a morir en el intento es poco menos que un acto heroico, que habla de la dedicación y seriedad con la cual los editores se han tomado su trabajo. Poner hoja a hoja esta revista durante 75 años constituye un legado imprescindible que nos ayuda a reconstruir, desde una perspectiva crítica, la manera como se ha pensado al país y su devenir. Nos permite reconocer la manera en la que ha cambiado nuestro modelo de sociedad, nuestras tradiciones, nuestro ejercicio de lo político.
De alguna manera SIC ha recogido a lo largo de los años múltiples miradas acerca de un país que transitó, en un suspiro de tiempo y sin revolución industrial, desde lo rural a lo urbano, que se fue transformando, que ha devenido a través de los años en esta aspiración tortuosa de encontrarnos como pueblo, de construir un orden en el cual podamos convivir desde las diferencias, desde el cual maduremos y transitemos hacia un futuro mejor. SIC nos lega una memoria acerca de país, una memoria y una aspiración: la permanencia y la búsqueda incesante.
*Director de la Escuela de Comunicación Social de la U.C.V.
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