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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

Sí se puede

Beatriz García

El 16 de abril nos reunimos alrededor de 25 personas en una oficina en el centro de la ciudad de Maracaibo, en medio de un clima de alta tensión en el país después de las elecciones, dado el rechazo de sus resultados, denuncia de fraude  y solicitud de auditoría por parte de la oposición. Veníamos de una noche de cacerolazo propuesto por la oposición. Éramos compañeros de distintas tendencias políticas: los que apoyaron a Maduro y, por tanto, veían que la oposición debía aceptar la legitimidad que le confiere los resultados de las elecciones; los que apoyaban a Capriles en su denuncia de fraude y solicitud de reconteo de 100% de votos; los que creían que ambos quieren mantener al país enfrentado y generar condiciones para un golpe… en fin; los que cacerolearon, los que colocaron música y los que trataron de entretenerse con otras cosas entre cacerolas, música y cohetes.  Estábamos desde nuestra condición de ciudadanos distintos tratando de entender qué estaba pasando en el país, y aunque estábamos convocados para tratar otros asuntos, pareció que el punto obligado, necesario, urgente e importante era la crisis política. (Y lo sigue siendo…)

Quiero referirme a este espacio no por los análisis que se realizaron,  por momentos  encontrados, pero en su mayoría coincidentes; quiero hacer mención y compartir lo que fue este momento subrayando el acto de diálogo, el ejercicio pleno de lo que la palabra desarmada puede lograr.  Cada uno contó situaciones vividas durante los días anteriores, desde la elección misma, cómo recibió su desenlace y lo que vino después. Caímos en cuenta de cosas comunes, la más evidente y que estaba más en la epidermis era la violencia. Muchos vivieron, como víctima directa o como testigo, situaciones de violencia donde estaban involucradas personas de la oposición y personas del oficialismo, unas veces como responsables, otras como víctimas. Es llamativo, pero vimos en esas experiencias que no se trataba de hordas “fascistas” o del “régimen” organizadas y armadas que venían explícitamente a acabar con gente de uno u otro bando. No. Se trataba de gente sencilla, ciudadanos comunes y corrientes que, en una situación de pasión política desbordada, fue capaz de agredir; como la señora que lanzó una paila en la cara a otra persona, el que no dejó que un miembro de la familia caceroleara y terminaron en golpes, o el que caceroleó o colocó cohetes justo en el frente o la ventana de quien sabía era de otra opinión. Violencias “pequeñas”, violencias “grandes”, pero era pueblo contra pueblo.

Ver la experiencia de todos ayudó a sentir que necesitamos repensar el rumbo, porque están abriendo más la brecha que nos separa, y estamos dejando que nos metan gol. Podemos expresar nuestros desacuerdos, opiniones, sentimientos, pero desde el respeto al otro que piensa y siente distinto. Uno de los compañeros decía “¿qué nos queda de esto?”, los lideres ganarán poder en momentos, lo perderán en otros… pero ¿qué somos si perdemos los vecinos, los amigos, los familiares porque también asumimos la intolerancia como respuesta?; ¿qué somos si perdemos a quienes tenemos al lado, a quien vemos cara a cara? No seríamos más que personas deshumanizadas. No queremos eso.

Afortunadamente, porque también así somos, vivimos experiencias de solidaridad, de respeto y compasión. Una compañera decía que fue a votar en su pueblo y desde donde estaba tenía que caminar un largo trecho para su centro de votación. Como dicen “en pueblo pequeño, infierno grande”, todos saben por quien vota cada uno, y la gente estaba organizada para ayudar a transportar a los de su bando. Pues ella cuenta cómo en ese camino largo, la vieron y simplemente, la camioneta del otro bando se paró, ella se montó y con absoluto respeto, en silencio sobre ese tema, continuaron la marcha, todos sabían que ella no votaría por el candidato de los que estaban allí, pero eso no fue razón para dejarla, lo mismo le ocurrió al regreso. Terminó diciendo, “la compasión no tiene color”. ¿No es grande esto? Por qué en lugar de exacerbar “arrecheras”, no exacerbamos compasión, bondad, escucha, diálogo.

Hablamos del diálogo necesario que debe producirse entre las cúpulas del gobierno y oposición, hablamos de la necesidad de que haya un mínimo de humildad para respetar, reconocer y concertar. Pero más allá de eso lo que está en nuestras manos, la de los venezolanos y venezolanas que no estamos en esas cúpulas, es poder mirarnos a los ojos, reconocer que tenemos derecho a pensar y sentir distinto, a defender nuestras posiciones, pero desde el respeto mutuo. Nosotros lo logramos, por eso decimos que sí se puede. Nadie intentó convencer a nadie, simplemente nos escuchamos. Nadie sintió que el otro era más o menos inteligente, más o menos venezolano (a). Salimos interpelados, sintiendo que debemos ser instrumento de paz desde donde estemos, de encuentro en esta Venezuela de tanta palabra hueca, pero también de tantas posibilidades; terminamos encontrándonos también como compañeros católicos, evangélicos, ateos… porque en este tema también somos distintos, pidiendo a Dios PAZ para nuestra querida Venezuela y sabiduría para ayudar a que sea posible, escucha para saber nterpretar sus signos en este suelo que es de todos(as).

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