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Ser sujetos humanos

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Por Pedro Trigo s.j.

Foto: archivo WEB

En una artículo anterior decíamos que la inactividad forzada, pero necesaria, que tiende a desestructurarnos, se puede convertir, y Dios quiere que la convirtamos, en una oportunidad para reestructurarnos superadoramente. Para eso, decíamos, tenemos que reconocer qué somos como individuos y desarrollar lo bueno y superar lo malo.

Aceptarnos a nosotros mismos y responsabilizarnos de nosotros, tomándonos en nuestras manos para optimizarnos, es asumir nuestra responsabilidad. Ejercer nuestra responsabilidad a conciencia, con destreza y tino, es realizar nuestra condición de sujetos.

No aceptarnos como sujetos es seguir la máxima de Eudomar Santos, el personaje de Por estas calles: “como vaya viniendo, vamos viendo”. Si vivimos así, somos un presente amorfo sin pasado ni futuro, sin algo consistente que subyace a las distintas circunstancias, que eso es lo que significa sujeto (lo que subyace). Tampoco somos sujeto si seguimos la corriente, si queremos estar siempre en lo que nos dictan los medios de comunicación, en lo que se lleva, en lo que todos están: in; on line. Si para nosotros lo último es estar out. Si nosotros somos un elemento más del mercado, tanto de trabajo como de mercancías, que nos definimos por ganar más y gastar más: tener más cosas.

Ser sujetos es ser ese yo que somos, que se hace cargo de sí y que apuesta la vida en realizar lo mejor de sí mismo, lo más genuino; si somos cristianos, si se esfuerza por poner a funcionar la gracia recibida, esos dones que Dios me ha dado para que contribuya al bien común y así me realice y esté contento de fondo.

En este mundo postmoderno ser sujeto como lo hemos descrito no está propuesto como opción de vida. Lo que se suele decir es que vivir así es estresante. Ciertamente que si vivimos como Eudomar Santos, sí nos resulta estresante, si no nos hacemos cargo de que vivir así es desperdiciar la vida, es no vivirla, es no ser nadie: es vivir irresponsablemente. Sólo si sentimos ese vacío. nos propondremos vivir la vida como un asunto nuestro, indelegable.

Entonces tendremos que elegir entre vivir entregados a nuestra pasión dominante: hacer dinero, ser alguien importante, ser reconocido, mandar… o hacer justicia a nuestra realidad y a la realidad y buscar la unificación interior y la armonía con los demás desde el desarrollo de lo más genuino de nosotros mismos. Si hacemos lo primero podremos llegar a ser un sujeto con muchas cualidades, pero sin calidad humana. Si nos entregamos a lo segundo nos humanizaremos y además desarrollaremos nuestras cualidades, porque es mentira que queramos servir a los demás si no servimos para nada, si no desarrollamos los dones que Dios nos ha dado para aportar personalizadamente al bien común.

En este encierro obligado ¿no sería bueno que le echáramos cabeza a nuestra condición de sujetos humanos?

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