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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

Ser comunidad

comunidad

Por Pedro Trigo s.j. 

Decíamos que la comunidad familiar es una comunidad abierta. Si es una comunidad humanizadora no está encerrada en sí, no busca sólo su provecho, no tiene con los demás unas relaciones meramente utilitarias. La prueba más clara de que es una comunidad humanizadora es que hace comunidades y contribuye a formar el cuerpo social.

Hasta mediados del siglo pasado el país estaba estructurado en base a comunidades ancestrales que daban seguridad, pero que tenían moldes y pautas tan fijas que impedían el desarrollo de la personalidad. Esta fue una de las razones, tal vez la más poderosa, por la que muchísimos campesinos se volcaran sobre las ciudades: no buscaban sólo mejorar su nivel de vida sino se buscaban a sí mismos, se preguntaban quiénes eran, quiénes querían ser y se dedicaron a serlo, muchos desde lo más genuino de sí. Por eso a la vez que se cualificaban y buscaban trabajo y construían la casa y habilitaban el barrio, vivían abiertos a los demás, de tal manera que la convivialidad fue la nota del ambiente de los barrios.

También en la ciudad tuvo lugar el proceso correspondiente de liberación femenina y emancipación de los hijos. Pero aun en el caso mejor de convivir con lealtad y gusto, no formaron comunidades: cada quien era él mismo y cada día revalidaba esa salida de sí. Por eso no se casaban: tenían claro que no formaban un nosotros, aunque se quisieran muchísimo y quisieran vivir entregándose diariamente toda la vida.

Fue mucho después de haberse asentado la convivialidad, incluso cuando tenía el peligro del desgaste y el deslizamiento al individualismo por la inducción del orden globalmente establecido, cuando comenzaron a formarse comunidades. Yo he participado de comunidades de vida, comunidades de vecinos, que cuando se hacían en el medio popular se llamaban comunidades de base. Comunidades cristianas porque el seguimiento de cada uno a Jesús se expresa como fraternidad y se alimenta en la comunidad. Y me ha llevado muchos años hacerme cargo que, para que sus miembros fueran de tres generaciones y varones y mujeres y para que no se sobreviviera sino que fueran dinámicas, tenían que ser de familias, en el sentido de que sus miembros invitaran a otros miembros de su familia y así el lazo de sangre se reafirmaba con esa fraternidad cristiana.

Otras comunidades son de referencia: sus miembros viven y trabajan en distintos sitios, pero se reúnen periódicamente para alimentar su fe. El resultado de ayudarse unos a otros en el seguimiento de Jesús da lugar a una honda fraternidad entre sus miembros que a su vez se expresa en los lugares donde viven.

También se van formando comunidades de solidaridad. El trabajo común del que participan es un trabajo social en favor de la gente. Llega un momento en que el modo como trabajan no sólo produce frutos en aquellos con los que trabajan sino que hace que ellos mismos pasen de ser un mero grupo de trabajo a una verdadera comunidad de solidaridad, que también se cultiva a sí misma en su humanidad fraterna y no sólo a sus experticias. Así no dan sólo aportes cuantificables sino contribuyen a sembrar humanidad y comunidades humanizadoras.

Este tiempo de reclusión forzada es una oportunidad para revisar mi ser comunidad. ¿Cómo lo he vivido a lo largo de mi vida? ¿Cómo lo quiero vivir en adelante? ¿Qué me propongo?

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