Por Alfredo Infante
El ciego
Señor que veamos. (Mc 10,46-52) Por Alfredo Infante sj El ciego Bartimeo está en la frontera de Jericó, al borde del camino, pidiendo limosna. El lugar donde se sitúa y su relación con los demás expresa exclusión. Pero es justo en ese lugar donde va a acontecer el paso liberador de Jesús. En medio de su postración y exclusión, nos cuenta el evangelio de Marcos que «Al oír que era Jesús Nazareno quien pasaba, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.»
Aquel hombre, arrinconado por su condición de invidente, recobra la confianza, y, al oir el paso de Jesús grita con toda su alma, poniendo toda su biografía en ese grito. No es cualquier grito, es el grito de los excluidos. Pero entre la multitud que seguía a Jesús, «Muchos lo regañaban para que se callara». No es extraño, pues, en todo tiempo y lugar hay quienes quieren apagar el grito de la vida, incluso en nombre de Jesús, el Señor de la vida; hay fuerzas que pretenden acallar el clamor de los que están al margen de la sociedad. Pero, en esta escena, ante la adversidad y el poder de quienes buscan apagar la fuerza liberadora que desata el paso de Jesús, Bartimeo, el ciego, grita con más fuerza: «Hijo de David, ten compasión de mí».
Esa fuerza viene como un caudal desde dentro buscando la vida plena. Nadie la puede acallar ni reprimir. No hay poder sobre la tierra que apague ese fuego. En medio de la multitud, Jesús, escucha a Bartimeo, y detiene su marcha, se dirige a sus discípulos y dice «llámenlo». Los discípulos se acercan a Bartimeo con amabilidad: «ánimo, levántate, que te llama». Jesús despierta nuestra fuerza interior y acoge nuestra oración. Sus enviados son todos aquellos quienes en este desierto adverso que vivimos nos dicen «ánimo, levántate, que te llama».
Bartimeo suelta el manto, da un salto y se acerca a Jesús. ¿Qué mantos hemos de soltar hoy los venezolanos para dar un salto hacia Jesús, es decir, hacia la vida plena y la fraternidad? Al llegar a Jesús, el Nazareno pone a Bartimeo en el centro, nunca había sido reconocido. Ahora, quien estaba en la periferia está en el centro, es apreciado, reconocido, ya no pide limosna. Y Jesús se pone a su servicio diciendo: «¿Qué quieres que haga por ti?» Quien se acerca a Jesús gritando Hijo de David, se encuentra delante del Señor Siervo, un rey cuyo reinado es el servicio a la vida, no el poder que oprime y quita la vida.
La pregunta de Jesús, no es ingenua, lleva a Bartimeo a hacer memoria de toda su vida y resignificarla con su respuesta «maestro, que vea otra vez». En esta situación de mentira, horror y maldad en la que vivimos los venezolanos, muchas veces hemos, como el ciego de Jericó, extraviado y perdido la vista; por eso, bien vale decir con él :«maestro que vea otra vez». Ver otra vez es tener una nueva visión sobre la realidad, desde una nueva perspectiva, desmarcada del poder opresor, con el corazón sanado, superando el veneno de las venganzas y los atajos que llevan al despeñadero.
La fe en Jesús es una fuerza sanadora que libera el corazón y la vista y nos pone, libre de ataduras, al servicio de la dignidad humana «enseguida quedó sano y lo siguió alabando a Dios». Oremos Señor Jesús, que tu paso despierte en nosotros el grito salvador de la fe. Que saltemos de la orilla liberándonos de todo aquello que nos paraliza.
Que digamos con fe «Señor, que vea otra vez» y salgamos de nuestro encuentro contigo, con nueva visión, nueva perspectiva, nueva mirada, y escuchemos tu palabra «tu fe te ha sanado» y así, te sigamos día a día poniéndonos al servicio de la dignidad humana y la fraternidad, diciéndonos los unos a los otros en medio de este horror «ánimo, levántate, él te llama». Sagrado corazón de Jesús en vos confio Parroquia San Alberto Hurtado. Parte Alta de La Vega. Caracas-Venezuela.