Por Alejandro Vera, s.j.
Como bien lo subraya el P. General Arturo Sosa, s.j., las Preferencias Apostólicas Universales son fruto de un proceso de discernimiento que ha vivido la Compañía de Jesús universal y que ha sido confirmado por el papa Francisco. Las palabras dan realidades e imprimen un modo de pensar, ser y actuar. Al ser una preferencia, el “acompañar a los jóvenes en la creación de un futuro esperanzador”, es una llamada que siente todo el cuerpo apostólico de la Compañía de Jesús a colocar nuestra atención y energía en ello, pero no de cualquier manera, sino desde la forma y mirada de Jesús. La mirada de Jesús es de escucha y de atención a los jóvenes y de lo que les pasa en sus realidades y en sus corazones, además con dicha mirada, miramos a los jóvenes para caminar junto a ellos, cuidarlos y escucharlos.
El sínodo de los jóvenes y su invitación: acompañar
El verbo “acompañar” con el que comienza la preferencia marca un énfasis claro en nuestra labor con los jóvenes. El papa Francisco en su primera exhortación apostólica Evangelii gaudium, escrita luego del Sínodo de los Obispos sobre “La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana”, propone ampliamente, motiva y dinamiza la reflexión a partir del tema del acompañamiento. Por eso, en su exhortación apostólica Christus vivit, que siguió al Sínodo sobre los jóvenes, la vocación y el discernimiento, el Santo Padre propone el tema del acompañamiento de manera un tanto parcial, haciendo referencia a la importancia del acompañar a los jóvenes en su discernimiento de vida como cristianos.
Acompañar: una mirada contemplativa
El P. General Arturo Sosa, s.j. afirma: “el Sínodo 2018 reconoce a los jóvenes y su situación como el lugar desde el que la Iglesia quiere ubicarse para percibir y discernir el paso del Espíritu Santo por este momento de la historia humana”. Acompañar a los jóvenes en camino, es una invitación a tener una mirada atenta, que nos pide observar e implicarnos en la realidad del joven y de sus culturas, a hacernos conscientes de su dinamismo para atender sus rostros e historias porque allí se está gestando la acción del Espíritu, la Buena Nueva, los signos salvíficos del Reino. Con la mirada atenta nos atrevemos a pedir la gracia de ver en los jóvenes lo que otros no ven, reconociendo y acompañando todas y cada una de las dimensiones de la persona y atendiendo sus distintas necesidades, porque es allí en dónde el Espíritu está hablando. Este es el contexto en el cual las Preferencias Apostólicas Universales se circunscriben.
Acompañar: empatía con un horizonte
La realidad del acompañamiento, entonces, es indispensable desde el momento que se desea y se pretenda conseguir una personalización de la fe y posibilitar una experiencia de fe viva y profundamente vocacional. En este sentido concebimos que nuestro trabajo con jóvenes implica tener muy claro hacia dónde vamos a dirigir nuestro mensaje de evangelización, estando atentos a la situación presente con sus personas, sus procesos de fe, las vinculaciones eclesiales existentes y las no existentes, es decir, aquellos jóvenes que por algún motivo no participan, no están en ningún proceso, están ausentes. Se trata de estar cercanos a los jóvenes para caminar con ellos en sus procesos de vida en desarrollo que les llevarán a encontrarse con Jesucristo que llama a cada uno para Su misión. Este es el criterio y el horizonte de sentido al que apunta el trabajo con jóvenes de la Compañía de Jesús y se vale de los Ejercicios Espirituales y la espiritualidad ignaciana como medio y herramientas claves para este fin.
Acompañar: promover procesos transformadores
No se trata de promover sólo actividades con jóvenes. Todo esto está muy bien. Pero las actividades son un momento, el reto está en cómo el proceso de desarrollo humano y Espiritual es acompañado en sus vidas desde lo que ellos son y con sus potencialidades. Esto va a requerir de la creatividad y audacia de la que seamos capaces para, también, hacernos facilitadores y animadores de esos procesos de transformación integral en los jóvenes. El posibilitar junto a los jóvenes este proceso de transformación implicará que en el antes, el durante y el después de cada actividad se preste atención al dinamismo de este proceso, para acompañarlo a través de las claves de nuestra pastoral con jóvenes, que marcan el camino, la intencionalidad, las acciones y el mensaje que deseamos comunicar desde nuestra misión con las juventudes. Además, requerirá concebir nuestro trabajo en articulación con otros, en donde todos caminamos juntos, en la que todos seamos evangelizadores, en la que toda la comunidad cristiana participa pero en donde los jóvenes son singulares protagonistas.
Acompañar: una historia de una tradición fecunda que nos inspira
En la Provincia de Venezuela, desde una perspectiva de discernimiento eclesial y apostólico, llevamos tiempo reflexionando sobre nuestros procesos de acompañamiento a los jóvenes, tratando de afrontarlo y de prepararnos. No partimos desde cero. Hay una larga tradición y aprendizajes significativos en donde hemos invertido tiempo, energías y recursos, que han decantado en diferentes propuestas de itinerarios formativos y experiencias que apuntan a este horizonte: las del Movimiento Juvenil Huellas, Universitarios en Misión, Voluntariado en Frontera, las distintas propuestas pastorales de Fe y Alegría, los recursos generados por el Centro de Educación y Planificación Educativa de la Compañía de Jesús en Venezuela (CERPE) para apoyar las pastorales de nuestros colegios, el itinerario “Al paso del Peregrino” de la Red de Juventud y Vocaciones y sus diversos programas, los programas del Departamento de “Identidad y Misión” de la UCAB, entre otras propuestas. Además, reconocemos que hay jóvenes comprometidos en las diversas plataformas de Pastoral juvenil de Venezuela que ya están viviendo la caridad en el contexto la familia, la sociedad y en la vida política. Jóvenes que desde su compromiso ya están regenerando el tejido social y están dando pasos decididos para poder hacerlo desde acciones concretas como: ollas solidarias, voluntariados, entre otros. Nuestro aporte y servicio apunta a una reflexión estructurada, estable y sistemática de todas estas iniciativas para enriquecernos juntos y articularnos cada vez más en nuestro horizonte común.
Todavía, el desafío que enfrentamos es que la articulación de propuestas y experiencias sea real y que efectivamente todas nuestras ofertas respondan al acompañar al dinamismo de los jóvenes y sus culturas en el contexto actual venezolano. Recientemente, como Compañía de Jesús en Venezuela, nuestro discernimiento gira entorno a la “Pastoral MAG+S”, como un marco referencial y experiencial común de nuestro trabajo con jóvenes. Apostamos, desde una dinámica estratégica articuladora, que los jóvenes experimenten unas claves y ámbitos de acción común que garanticen con más claridad, eficacia y pertinencia sus procesos de crecimiento humano y espiritual.
El acompañante
No hay “acompañar” sin acompañantes. Es importante que haya acompañantes formados que estén en contacto con los jóvenes y reciban esto como una misión, atentos a la acción del Espíritu y a su realidad. Lo anterior genera el dinamismo, por una parte, de tomar conciencia de la realidad de nuestros jóvenes y luego que los jóvenes cuenten con alguien que los atienda, escuche y motive el despertar esa inquietud por la llamada de Dios, por el amor al modo de Jesús, por el compromiso por el Reino, desde una lectura de la propia vida desde la fe y la conciencia evangélica de las elecciones que esta lectura conlleva. Este acompañamiento y acompañante no se improvisan. El acompañante, desde su rol, vive en un proceso constante de discernimiento y conversión. Cuenta con la sabiduría propia de su caminar en la vida de fe y con las competencias técnicas y experticias necesarias desarrolladas profesionalmente, pero además se sabe testigo de Jesucristo en su vida.
Ser testigo de Jesús: vivir centrado en la persona de Jesús de Nazaret
Para los jóvenes que el acompañante sea testigo de Jesucristo en su propia vida tiene honda repercusiones, tanto que el P. General Arturo Sosa ha animado a los jesuitas a pensarlas y orarlas a partir de la promoción de las vocaciones. Son dimensiones que el P. General nos ha animado a los jesuitas a pensar y orar a partir del tema de la promoción de las vocaciones, pero que me parecen que tienen validez para todo aquel que acompaña a los jóvenes.
La primera dimensión es un supuesto básico: el vivir centrado en la persona de Jesús de Nazaret, lo cual también es búsqueda y agradecimiento. Búsqueda de Dios en cada uno de nosotros y en lo que nos rodea para poder ver y confiar en Él. Agradecimiento porque hemos descubierto un camino que nos llena y da sentido a nuestra vida para vivir cada día más el Dios de Jesús. En definitiva, se trata en reconocer que el protagonista es Dios. Se trata de que el acompañante pueda vivir la llamada a la santidad desde el encuentro con la voluntad de Dios que nos guía desde nuestra verdad, según nuestra propia capacidad y modo personal y no desde nuestros afectos en desorden.
Ser testigo de Jesús: mirada y escucha reveladoras
Teniendo a Jesús como centro, el acompañante busca propiciar un acercamiento a Él desde unas actitudes fundamentales que no son optativas: la mirada y la escucha. Esta es la segunda dimensión. Pero no es cualquier mirada ni escucha: es la mirada y la escucha de Jesús. Hay un modo en cómo se nos van revelando las vidas de los jóvenes que acompañamos (y a los que no) con sus historias, heridas y horizontes de felicidad, que requiere una mirada y escucha compasiva que no enjuicia, que es genuina y empática, que se convierte en mirada sanadora del mundo interior del joven.
Nuestra capacidad de mirar y escuchar a los jóvenes, desde la mirada y escucha de Jesús, significa tener una mirada agradecida por la vida e historia de los jóvenes, en donde hay elementos muy ricos que van configurando sus existencias y que desde ellos pueden ser un gran aporte, porque son muy valiosos y nos pueden aportar muchas cosas: son la posibilidad posibilitante de nuevas historias, de un nuevo mundo. Es una oportunidad para sorprendernos y abrirnos a sus capacidades, para ayudar a expandirlas y potenciarlas. Tal agradecimiento y convicción nos lleva a ofrecernos permanentemente al servicio de los jóvenes, porque Jesús se muestra en medio de ellos para acompañarlos en la búsqueda y concreción de sus proyectos de vida. Estamos a su servicio.
También es una oportunidad de acercarnos compasivamente a las heridas de los jóvenes que necesitan sanación, heridas que brotan de sus derrotas personales (a nivel de estudios, oportunidades vocacionales), de sus frustraciones (en el mundo del trabajo, el desempleo), de no sentirse incondicionalmente amados (mundo familiar roto, ausencia, violencia intrafamiliar, relaciones tóxicas), de situaciones morales (embarazos indeseados, abortos, promiscuidad, prostitución), del peso de sus propios errores (sentimientos de culpabilidad), de situaciones sociales (el problema de la trata de personas, violencia, la pobreza, la marginación, la exclusión social), de adicciones (adicción a las drogas, el internet). Intentar acompañarles es un ejercicio de tratar de sanar ese mundo de heridas desde la escucha y mirada misericordiosa, resucitadora y reconciliadora de Jesús.
Ser testigo de Jesús: coherencia y credibilidad
La tercera dimensión es la exigencia de una coherencia de vida y una cierta credibilidad: el acompañante narra a los jóvenes con su vida una Buena Noticia creíble. Ser coherente no se trata únicamente con el cumplimiento de normas, mandatos o leyes, sino se trata que en la vida, en la cotidianidad, en gestos, actitudes, acciones y palabras, se comunique y transparente la presencia de Dios: una mirada puente que comunica una manera de unirse con Dios Padre. De allí será creíble nuestro modo de estar, de relacionarnos, de ser iglesia, de afrontar los problemas, de ser voz profética, de ejercer el liderazgo y ser ciudadanos.
Ser testigo de Jesús: cercanía y apertura
La tercera dimensión es la cercanía y apertura a compartir la vida-misión: mostrar lo que somos como hombres y mujeres de fe, sin diluirnos, con lucidez y honestidad. Es el desde dónde encontramos el sentido a lo que somos y hacemos. Al mismo tiempo, es la posibilidad de abrirnos a caminar junto a otros y “enredarnos”, articularnos ofreciendo lo mejor que tenemos, para mostrar el camino esperanzador a los jóvenes.
Ser testigo de Jesús: libertad
Finalmente, la cuarta dimensión tiene que ver con la libertad: el acompañante debe saber tener la sabiduría y humildad para retirarse en el momento oportuno y, desde sus cualidades, también ser acompañado.
Obviamente, que el acompañante de jóvenes sea testigo de Jesucristo en su vida es un programa de vida cristiana. Por eso hablamos de una vida en un proceso constante de discernimiento y conversión. Y siendo todos colaboradores de la misión de Cristo, esto vale para laicos (solteros o casados), sacerdotes, religiosos y religiosas. Conscientes de esto, la Compañía de Jesús desde hace tiempo ofrece formación y experiencias a los acompañantes pastorales de las diferentes plataformas apostólicas, especialmente de aquellas en donde trabajamos con jóvenes. Hemos desarrollado una formación en Ejercicios Espirituales, la oración ignaciana y el examen, el acompañamiento y discernimiento; como herramientas privilegiadas que posibilitan la experiencia que da origen, fundamenta, encauza y confirma el seguimiento de Jesús. Actualmente, desde el Centro de Espiritualidad y Pastoral (CEP), en articulación con la Red de Juventud y Vocaciones, el Movimiento Juvenil Huellas, Fe y Alegría y CERPE se lleva a cabo un programa de formación para acompañantes de jóvenes desde los Ejercicios Espirituales.
Los jóvenes y sus realidades: desafíos
Los jóvenes, en su mayoría pobres, afrontan enormes desafíos en nuestro contexto actual. Recientemente se han realizado estudios muy valiosos sobre la realidad de los jóvenes (cfr. Encuesta Nacional de Juventud 2021; ENJUVEN 2021, Encuesta de “Jóvenes en el Caribe”, entre otros), en donde presentan problemáticas tales como: la disminución de oportunidades de trabajo como fuente de estabilidad económica, el crecimiento de la violencia política, múltiples formas de discriminación, progresiva degradación del medio ambiente, entre otros; que dificultan a los jóvenes el encontrarle sentido a su vida como seres humanos y acercarse a la experiencia de Dios. Pero un elemento importantísimo que nos lleva a la conversión pastoral es empezar a transformar nuestra mirada y escucha a los jóvenes: no podemos seguir añorando “otras generaciones de jóvenes” o proyectando en los jóvenes de hoy lo que nosotros, adultos de otras generaciones, fuimos. Era otro y otros tiempos.
Es por tal motivo que las estrategias deben ser pensadas, diferenciadas y relevantes de acuerdo a la situación vital de los jóvenes de hoy en los contextos actuales: caminos que lleven a plantearse preguntas profundas y cruciales. Lo que funcionó en el pasado, lo que tradicionalmente se ha hecho, no necesariamente responde a las necesidades vitales de nuestros jóvenes. Esto quiere decir que la realidad del trabajo con los jóvenes es muy amplia y no hay que abordarla con respuestas superficiales o simples ni preconfeccionadas. Es necesaria una profundidad intelectual integral.
Y desde esta profundidad intelectual integral, encontraremos que hay una cantidad de desafíos antropológicos que es importante que no perdamos de vista. Hay cuestiones que son básicas y claves en el mundo de los jóvenes como: hay situaciones de quiebre personal, frustración y vulnerabilidad; hay una “hiperconectividad”, con sus valores, angustias y miedos; hay una búsqueda permanentemente de identidad; hay una búsqueda de espacios (naturales y/o digitales) que les dé sentido y donde puedan ser escuchados, espacios donde también puedan cultivar la interioridad y la espiritualidad; hay una búsqueda de respuestas inmediatas (inmediatez), soluciones a corto plazo: “resolver las cosas”; hay una sensación de soledad y abandono; hay un deseo de mejorar su condición de vida: buscando la felicidad, se sienten actores capaces de transformar la realidad para lograr sus sueños; hay una enorme creatividad en múltiples ámbitos y direcciones de emprendimientos; entre otros. Estos desafíos pueden ser oportunidades para el acompañamiento pastoral a los jóvenes siendo interlocutores válidos para ellos, siendo significativos. Esta “significatividad” se la ofreceremos en la medida que abordemos estos temas de manera profunda, decidida e interdisciplinariamente.
Desde esta perspectiva, recientemente hemos estado promoviendo en articulación con el Departamento de Adolescencia y Juventud de la Conferencia Episcopal Venezolana, la Red de Juventud y Vocaciones, el Movimiento Juvenil Huellas, en colaboración con CERPE y el Centro Internacional de Actualización Profesional (CIAP-UCAB), y el Centro Gumilla, programas y diplomados que brindan apoyo y soporte académico, técnico y metodológico a asesores y acompañantes actuales y potenciales de Pastoral Juvenil de Venezuela y Latinoamérica, con el objetivo de cualificar las capacidades de los participantes a través de contenidos de contextos y culturas juveniles, itinerarios y gestión de procesos de Pastoral Juvenil.
La creación de un mundo esperanzador
El P. General, a propósito de nuestra situación de pandemia, recientemente ha afirmado en varias entrevistas que la esperanza como cristianos nace de colocar la confianza en Dios en nuestro caminar como seguidores de Jesús, en donde tal caminar está intrísicamente iluminado por la resurrección y necesariamente atravesado por el camino de la cruz. Desde esta perspectiva, la complejidad del mundo que nos rodea, en especial la del mundo de los jóvenes, supone un reto para ser luz, un reto para renovar la esperanza e iluminar la realidad misma de los jóvenes. Es una iluminación que tenemos que hacer juntos como Iglesia, vinculando a los jóvenes, para ir en una misma dirección animados por un horizonte común. Como lo ha sostenido el P. General en varias alocuciones, los jóvenes se siguen abriendo al futuro con la esperanza de construir una vida digna en un mundo reconciliado y en paz también con el medio ambiente. Los jóvenes, con su perspectiva, pueden ser “la piedra angular”, es decir, aquellos que también pueden caminar y ayudarnos a comprender mejor el cambio de época que estamos viviendo, jóvenes que caminan con jóvenes comunicando la novedad esperanzadora de Jesucristo hoy.
Para llevar adelante lo anterior será necesario que el joven se comprometa con su propia vocación. Es imprescindible motivar y ayudar, a través de diversas iniciativas, a que los jóvenes se planteen y busquen su propia vocación en este mundo y dentro de la Iglesia, como su modo específico de servir como cristianos. Nuestra tarea como acompañantes debe llevar a que los jóvenes vivan y se introduzcan en esta experiencia de Dios que los llevará a darse, en donde la felicidad caracterizará esa entrega a los demás, en donde la vida se convierta en misión, en donde compartimos la convicción que a través de cada uno de nosotros, Dios quiere transmitir un mensaje al mundo, un mensaje de salvación, dando un nuevo sentido a nuestras existencias. Ayudará el presentar los diversos estados de vida en la Iglesia (laico – soltero o casado –, el sacerdocio y la vida religiosa), como una posible opción de vida, con vigor, sin timidez, pero respetando a los jóvenes y sus procesos. Sin embargo, acompañando a los jóvenes en este discernimiento vocacional, es importante repetir que es central cultivar y facilitar el encuentro personal y profundo con Dios (con el Cristo que llama), que los jóvenes vivan la experiencia de descubrirse amados y perdonados en la mirada de Dios, descubriendo la historia de amor que Dios quiere tener con cada uno, descubriendo lo mejor de sí mismos para ponerlo al servicio de los demás, vinculados plenamente con su realidad, su mundo, su sociedad a ejemplo de Jesús. Aquí se sitúa la experiencia de sentirse llamados a ser discípulos y apóstoles.
Esto lleva claramente al tema de la formación que ofrecemos a los jóvenes. La posibilidad de que los jóvenes creen un mundo esperanzador pasa por el que ellos puedan recorrer un camino en donde los itinerarios formativos son claves y deben poseer aspectos ineludibles. El primer aspecto es el kerigma, es decir, la base de donde se generan los diferentes procesos que va en el experimentar la grandeza del amor de Dios que ama por encima de todo y que camina junto a nosotros (cfr. “El gran anuncio para todos los jóvenes”, Capítulo IV, Christus Vivit). Desde la espiritualidad ignaciana, específicamente desde la experiencia de los Ejercicios Espirituales, queremos ayudar a los jóvenes a conocer a Jesucristo y a sentirse a sí mismos amados y perdonados. En el Movimiento Juvenil Huellas, por ejemplo, esta experiencia se entiende como mistagogía y se trata de la vivencia de Dios que va teniendo el joven durante su formación en el Grupo Juvenil, mediante un proceso de formación temático y experiencial que lleva a la reflexión y transformación personal en el encuentro, conocimiento interno, identificación afectiva y seguimiento de la persona de Jesús. Como ésta, existen otras adaptaciones creativas a la luz del Paradigma Pedagógico Ignaciano (PPI). Todavía, sigue siendo un desafío en las pastorales de nuestros colegios, en nuestras universidades y parroquias, el fortalecimiento de este aspecto formativo de la fe a la luz de la experiencia de los Ejercicios Espirituales para que los jóvenes puedan conocer personalmente a Jesús y seguirlo.
El segundo aspecto formativo es el amor fraterno, la capacidad de vivir con una lógica que no es pragmática, utilitarista o funcional: amar hasta dar la vida (cfr. Carta encíclica Caritas in Veritate, Benedicto XVI). El tercer aspecto es la experiencia de pertenencia a una comunidad eclesial, es decir, valorar la pertenencia al grupo donde se va creciendo: la iglesia como espacio de encuentro y acogida. El cuarto aspecto es la dinámica de servicio, es decir, la capacidad y voluntad de servicio sin encerrarse en sí mismos, en zonas de confort donde se esté a gusto, sino saliendo (cfr. magisterio del Papa Francisco sobre la Iglesia “en salida”), valorando la potencialidad de la entrega a través del servicio y desarrollando plenamente su vocación. Desde la espiritualidad ignaciana, en la Provincia de Venezuela se ofrecen diversos programas e itinerarios de formación (cfr. Movimiento Juvenil Huellas, Red de Juventud y Vocaciones, Identidad y Misión de la UCAB, entre otras), que integran estos tres aspectos con un fuerte énfasis vivencial, promoviendo el encuentro con las fronteras existenciales (pobreza, migración, refugio, etc.); donde se busca motivar y preparar al joven, para que se anime a crear o insertarse en acciones significativas de transformación social, política y eclesial en el país.
En definitiva, en el acompañar a los jóvenes en la creación de un mundo esperanzador, el horizonte formativo y experiencial no es otro que la santidad (cfr. Exhortación Apostólica Gaudete et exsultate, Francisco). No se trata de una abstracción. En la Christus Vivit hay un apartado dedicado a los santos y a los jóvenes que son santos (cfr. Jóvenes santos, Capítulo II). La santidad es posible: se puede concretar. Lo que puede ser un joven cuando realmente vive a profundidad el Evangelio y se identifica con Jesús es ser santo, es decir, descubrir su vocación bautismal, en donde la profunda experiencia de Dios y la oración lo llevará a tener una voz profética con acciones, gestos y palabras al servicio de su comunidad, ciudad, país y continente. Que el joven llegue a ser consecuente con su vocación y camine en cada etapa de su vida en pro de afianzar esa realidad viviendo desde ese “en todo amar y servir”, es el mejor servicio que podemos hacer desde la espiritualidad ignaciana. Esto, con toda certeza, es posibilidad de creación de un mundo esperanzador. Para seguir afianzando y mejorando estos procesos formativos, sigue siendo un desafío para todas nuestras plataformas apostólicas que trabajan con jóvenes, mirar y escuchar la vida de los jóvenes que han finalizado nuestros programas donde quiera que se encuentren. Con sus vidas, donde se sitúen, demostrarán lo aprendido y experimentado, y nos estarán hablando de ese mundo lleno de esperanza.
Nota:
Una versión reducida de este artículo fue publicada en la Revista SIC N° 837 enero-febrero 2022.