En la década de los años 70 del siglo pasado, el economista norteamericano de origen alemán Albert Hirschman1 planteó que, ante el fracaso de las corporaciones, organizaciones o incluso los Estados, a los individuos se les presentan tres opciones, o mejor dicho, tres actitudes: salida, lealtad o ser voz.
Vayamos una por una.
La actitud de salida, irse, supone a veces una difícil decisión personal. Renunciar, dejar atrás, abandonar –con el riesgo de terminar olvidando– situaciones y circunstancias. A veces, buscando nuevas y mejores circunstancias y situaciones (lleguen o no). Otras veces, persiguiendo un sueño o, también, huyendo de una pesadilla. Lo cierto es que irse es separarse, bien sea física o geográficamente, pasando fronteras, cambiando latitudes. Pero también hay formas de irse quedándose. Es una manera acaso más cruel, más abyecta, pero a la vez más íntima y egoísta; de hacerse indiferente, indolente o desconectarse de lo que sucede en el entorno, lo que pasa al otro (y a uno mismo) aquí sin dar ni un paso fuera de casa.
Hacerse leal es la segunda opción. Sumarse, bien por convencimiento, por conveniencia o – ¿por ignorancia?– al proceso, a la causa, al statu quo. Aceptar los hechos sin reparo, bajar la cabeza ante lo que incomoda, resignarse al fracaso así no más. En el fondo esta actitud es una fórmula que aliena, que no nos deja ser con libertad lo que debemos ser, nos funde –o nos confunde– en un colectivo amorfo y sumiso que acepta sin cuestionarse, que soporta sin pretender ni querer cambiar nada de lo que debe ser cambiado.
La tercera actitud que nos plantea Hirschman es ser voz. Más que ser, hacerse voz. De las tres actitudes planteadas sin duda esta sería la opción virtuosa, en el sentido literal del término. No se trata solo de expresarse o hacer planteamientos, sino afrontar los problemas que se presentan con soluciones y siempre con la cabeza en alto, una actitud con la cual se dignifica la vida, al mismo momento que se inspira a otros a generar cambios oportunos ante las crisis que apremian.
Hoy en Venezuela, nos encontramos otra vez ante la convocatoria a un proceso electoral y el dilema que se nos plantea a los venezolanos es nuevamente el mismo: participamos o no participamos. Para nosotros en esta tribuna ha quedado más que claro que el único camino que tiene sentido transitar es el camino de la participación, lo demás son quimeras, ilusiones o estafas.
Participar es hacernos parte –en esto estamos todos de acuerdo– pero ¿cuál parte queremos ser?
Hirschman nos da luces. Cuando hablamos de participar no se trata de hacernos leales por conveniencia, sumisión resignación o ¿ignorancia? Ser leales al modelo que ha conducido al fracaso que vivimos en Venezuela no puede más que mantenernos en este agónico sopor. Hacernos parte de esto no sería participar en el sentido virtuoso y democrático, sino un acto de complicidad.
Participar se trata de alzar la voz, de manifestar con democrática valentía la disconformidad ante lo que vivimos. Participar es hacer un honesto y reflexionado mea culpa y entender en qué cada quien se ha equivocado, partiendo de la ética de la responsabilidad de cara a la ética de los resultados.
Participar supone apostar al Bien común, atender el hartazgo de la gente, conectar los problemas y realidades con soluciones concretas, construyendo desde lo local.
La participación –ciertamente– supone también el voto, pero va más allá del voto. Se trata de que elijamos con conciencia y responsabilidad ciudadana hacernos voz, esa es la parte que debemos ser.
Dicho esto, ¡seamos parte!
Nota:
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El Tratado “Exit, Voice and Loyalty. Responses to Decline in Firms, Organizations, and States”, aparece publicado en 1970.