por Noel Álvarez
“Los ricos enquistados en el gobierno siempre comen las mejores comidas, beben los mejores licores, traen vajillas importadas y juegos de cubiertos para recoger los alimentos que llevan a la boca”. Así era el discurso en las sátiras de Juvenal, en alusión a los lujos que ostentaban los emperadores romanos que recibían regalos de los que vivían por cuenta del poder.
Mientras que los pobres se las ingeniaban para comer a partir de lo que encontraban en la basura, tal es el caso de Diógenes, quien residía en una tinaja, comía junto a los perros y hacía todas sus necesidades en público. Hoy en día, «el síndrome de Diógenes» designa un trastorno del comportamiento que se caracteriza por el total abandono personal y por la acumulación de grandes cantidades de basura y desperdicios domésticos. De ello hay abundantes ejemplos en el mundo contemporáneo.
“Desde hace tiempo, exactamente desde que no tenemos a quien vender el voto, este pueblo ha perdido su interés por la política, y si antes concedía mandos, haces, legiones, en fin todo, ahora deja hacer y solo desea con avidez dos cosas: pan y juegos de circo”, escribe Juvenal. El escritor hace referencia a la práctica romana de proveer trigo gratis a los ciudadanos romanos así como costosas representaciones circenses y otras formas de entretenimiento como medio para ganar poder político a través del populismo. Julio César mandaba distribuir el trigo gratuitamente, o venderlo muy barato, a unos 250.000 beneficiarios.
En la época de Julio César, quienes producían alimentos estaban arruinados porque todo era regalado y a los que recibían el beneficio se les compensaba con otras dádivas. Repartió lotes de tierra entre los más leales a su gobierno y mediante leyes, aprobadas a su gusto, aumentó los controles sobre los gobernadores provinciales, pero su ambición política iba más allá y, buscando la base para obtener un poder personal absoluto, se hizo conceder por cinco años el control de varias provincias.
El emperador respondía a un equilibrio inestable, una característica en los dictadores, según psicólogos, que habría de evolucionar hacia la concentración del poder en una sola mano. Tres siglos más tarde, Aureliano continuaría la costumbre repartiendo a 300.000 personas dos panes gratuitos por día. Casi todas las panaderías quebraron debido a esas prácticas populistas. Los productores cerraron las empresas y emigraron a otros sitios buscando mejores condiciones de vida.
Como un ejemplo de lo que ocasionan las prácticas populistas, ahora acompañadas de mecanismos de dominación, las cuales se reproducen como la verdolaga en estos tiempos, reseño lo que me comentó un conocido del mundo empresarial, que después de 30 años de ardua labor tendría que cerrar su fábrica de cucharas, cucharillas y cucharones debido a que la mayoría de sus clientes emigraron por las escasas ventas que registran sus negocios de expendio de comidas. “Esto es un contrasentido- me dijo el amigo- qué en un país carente de tantas cosas, una empresa como esta deba cesar sus operaciones”.
“Es triste amigo Noel, pero no tenemos otro camino”, me dijo uno de los trabajadores, con más tiempo en la empresa, mientras intentaba secarse las lagrimas que corrían por sus mejillas. “Buscaremos otras opciones”, aseguró el presidente de la compañía quien se pronunció por fabricar platos para servir comida a los perros: “en esa comida hay cada día más interesados y es lo que más se vende en los abastos y supermercados. Con los precios por la nubes uno debe decidir quién come, el perro o el amo”, sentenció.